Divididos volvió a sacar lustre de su chapa rockera. La misma que llevó al trío de Hurlingham a convertirse en una marca del género en la Argentina por más de 27 años. El viernes, a once años de su último show en una sala teatral de Rosario, el power trío más potente de estas pampas se dio el gustito de tocar ante un Auditorio Fundación Astengo colmado. “Todos sentaditos, qué lindo”, dijo Ricardo Mollo en la apertura del recital, que se caracterizó por el respeto y el silencio brindado por el público, que también se puso de pie, cantó y saltó cuando lo invitaron al convite. “Laplanadora delrocanroool esDivididoslaputáqueloparió”, corearon los fans una vez más. Y no hubo uno solo que se animara a discutir tamaña certeza.
“Si no hay pasión ¿cuál es?”, bramó Mollo en “Qué tal”. Era el tema 21 de la lista, y aún quedaban cinco canciones más y un bis sorpresivo. Pero ya era tiempo de mostrarle a todos esa fotografía de Divididos, más gráfica que nunca. La pasión explota en la voz aguardentosa de Mollo, en el bajo endiablado de Diego Arnedo y en la batería catártica de Catriel Ciavarella, quien ya hizo olvidar no sólo a Jorge Araujo y a Gustavo Collado, sino que también al mismísimo Federico Gil Solá, responsable de gran parte del sonido que le dio identidad a Divididos.
Fueron casi tres horas de rock sin concesiones. Ante una platea en la que convivieron los sub 60 de jeans y camisas afuera con los veinteañeros de bermudas agujereadas y zapatillas, los Divididos retomaron un hábito casi olvidado: el de tocar en una sala teatral, con la gente sentada, como en los años 70, cuando el rock era menos masivo que ahora y mucho más que una lengua stone estampada en una remera.
La puesta sobria, que jerarquizó la cuestión lumínica, se basó en una escenografía sutil con guiños a “El 38” y “Amapola del 66”, referenciados con las clásicas chapitas que dan la dirección a las viviendas. “Queríamos tocar así, como en los tiempos en que íbamos a ver a Invisible, Pescado Rabioso y Pappo. Pero después del 76 se puso más complicado y empezamos a tocar los domingos al mediodía, para que los melenudos no hagan quilombo”, contó Mollo en un anclaje de época que le dio el contexto indicado para lo que iba a venir.
Mollo estaba como en el patio de su casa. Hablaba con la gente entre tema y tema, se tiró al suelo para salir en la toma de una cámara que alguien puso sobre el escenario, y hasta bromeó con un fan que minutos antes había dicho en televisión que el show comenzaría con “El arriero”.
Con un arranque a media máquina, Divididos fue de menor a mayor. “No rompan las butacas” insistía Mollo, mientras Catriel, quien tocó toda la noche con el pie izquierdo descalzo, combinaba volumen con soltura y Arnedo machacaba con el bajo y hacía coros de ultratumba.
A “El fantasio” le siguió “Un alegre en este infierno” y “Vida de topos”, pero fue recién en “Tanto antojo” cuando la gente se largó a cantar, en una primera parte que tuvo su punto alto en “Sábado”. Luego del intervalo, el set folclórico incluyó a “La flor azul”, junto a músicos de la banda de Soledad, y el clima distendido de la propuesta hizo que Mollo pidiera si lo dejaban cantarla de nuevo, en una segunda versión en la que invitó a una fan, que bailaba en el pasillo, para que se suba al escenario.
Tras una cadenciosa “Dame un limón”, la electricidad llegó con “Brillo triste de un canchero” y el clásico “Spaghetti del rock”, que arrancó más de un lagrimón para algunos. Y los que se resistían a la nostalgia, sucumbieron ante “Par mil”, aunque ambos temas sonaron en mid tempo, lejos del espíritu intimista original.
“Vengo de ayer, no soy de ayer” cantó Mollo en “Senderos” y el mensaje del disco “Amapola del 66” tomaba forma. “Qué tal” invitó a flamear banderas argentinas desde el paraíso hasta que “Ala delta” hizo saltar a todos de las butacas, para no sentarse más. “Vamos a rockear un cachito”, dijo Mollo y arrancó con “Sobrio a las piñas”, con un riff en el que parecía que Pappo estaba punteando entre bambalinas.
“Amapola del 66” cerró con aire de chacarera y le dio la entrada telúrica a “El arriero”, que puso en llamas a todo el Astengo. Cuando algunos se habían ido, Mollo asomó detrás del telón y dijo “una más”. Y llegó “Crua Chan”, para que a nadie se le ocurra olvidar a Sumo. Divididos volvió al teatro. Sea en el escenario que sea, el agite nunca se detiene.