"Todo en la serie es una sátira de la sociedad y de cómo se contaban este tipo de historias. Tratamos de escaparnos del melodrama, que es lo que más exportó México hacia Latinoamérica. Nos reímos de eso". Así resumió el actor Juan Pablo Medina, en charla con Télam, el espíritu de la segunda temporada de "La casa de las flores", que ya está disponible en Netflix. La exitosa serie mexicana ya no tiene a Verónica Castro entre sus protagonistas, pero regresó con nuevos personajes y su marca de fábrica: quebrar el modo tradicional de narrar los elementos de la cultura popular del melodrama. La segunda temporada apuesta a los diálogos afilados _y a veces al absurdo_ como herramienta por excelencia en esa búsqueda.
En la serie creada por Manolo Caro, Juan Pablo Medina interpreta a Diego, el seductor asesor financiero de la familia De La Mora, que mantiene una relación muy especial (y hasta tóxica) con Julián.
El escenario que da comienzo a esta segunda temporada de la serie es Madrid: allí Paulina De La Mora (Cecilia Suárez), su pareja María José (Paco León) y su hijo Bruno (Luis de la Rosa) intentan rearmar su vida como familia luego de los trágicos acontecimientos que azotaron al gran clan familiar. Pero a Paulina le suena el teléfono y, del otro lado de la línea, el abogado le informa que debe regresar de inmediato a México porque alguien impugnó el testamento de su madre recientemente fallecida (Verónica Castro).
Esta segunda entrega presenta dos desplazamientos importantes: uno de ellos es el presunto deceso de Virginia, que se develó a través de las redes sociales en agosto pasado con un video que informaba que el sepelio de la matriarca se realizaría en la florería de la familia. Y el otro punto central está relacionado con el rol que le toca jugar a Diego que, por un lado, emprende una cruzada por reconquistar a Julián De La Mora (Darío Yazbek) y, por otro, se convierte en el protagonista de la nueva obsesión de Paulina, quien se encuentra con una familia económicamente quebrada al llegar a México. Mientras su padre Ernesto se une a una secta de éxito pseudo-espiritual, su hermana Elena vive una crisis de identidad como consecuencia de sus últimas relaciones amorosas y Julián encuentra un nuevo y peculiar trabajo que sólo le traerá más problemas, Paulina se siente con la responsabilidad de recuperar la florería y el cabaret que debieron vender.
—¿Qué lugar ocupa tu personaje, Diego, en la segunda temporada?
—No puedo contar mucho de la historia, pero lo que sí puedo decir es que a mi personaje le toca asumir un poco las responsabilidades por las decisiones que tomó y debe vivir cierto tipo de reinvención. Además de los nuevos mundos y personajes que se incorporan en esta temporada, el lenguaje será el mismo de la primera temporada.
—Diego se presenta ambiguo, como víctima y victimario, y logra que la gente lo ame pero también lo odie, ¿cómo conseguís eso?
—Tenía muy claro hacia dónde iba el personaje y dónde tenía puesto el corazón. El problema fueron los desencantos que lo llevaron a tomar una decisión por despecho y hartazgo, algo que nunca había planeado ni tenía en mente. Desde el principio con (Manolo) Caro quisimos presentar un personaje que no fuera ni un estereotipo ni un cliché, y que tuviera la profundidad necesaria para entender que podría aguantar tantas tonterías de Julián y tantas decisiones equivocadas. A partir de eso traté de darle al personaje el compromiso necesario.
—¿Cómo lo definís?
—Diego es como un maestro para Julián, trata de llevarlo de la mano hacia donde quiere pero llega un momento en que no puede más, porque intenta enseñarle todo, trata de educarlo y de hacerle ver que Diego está ahí por él y para él, pero Julián no piensa tanto (risas). En la última temporada terminamos mal, habrá que ver qué pasa entre ellos en la segunda.
—Con respecto a eso, la trama también aborda temáticas que tienen que ver con el género y la diversidad, y hace poco lanzó la campaña #NoTeMetasConMiFamilia contra la homofobia, ¿cuál es tu opinión respecto a este gran cambio que se está dando en la sociedad y cómo se articula en la serie?
—Afortunadamente, para nosotros, esta es una nueva manera de contar historias. Netflix permitió a Manolo Caro exponer todo lo que quería contar de la manera que él quisiera, sin ningún tipo de trabas. Antes se tocaban estos temas en la televisión mexicana pero no de esta manera, y es un acierto muy importante que Manolo lo haya tomado a través del humor, retratando una realidad como esa y llevándola hacia la comedia como sátira de la sociedad. Ya era tiempo de hablar de estas cosas porque estamos en un momento de apertura social.
—Otra cuestión de coyuntura que "La casa de las flores" supo abordar inteligentemente fue el lugar de la mujer, y la mujer que parodia al hombre...
—Sí, desde el principio se habló de un matriarcado y me parece muy interesante que haya sido abordado a partir del empoderamiento de las mujeres, del personaje de Verónica Castro y de la fuerza que tiene como madre. Caigo en lo mismo, pero creo que es un acierto que, en estos tiempos, hayan tenido esas visiones creativas y le hayan dado ese enfoque. La serie habla de muchísimos temas que en televisión son muy controversiales.
—¿Es una gran sátira?
—Sí, todo en la serie es una sátira de la sociedad y de cómo se contaban este tipo de historias. Es el lenguaje que decide usar Manolo, que lleva a los personajes a ese extremo y les da una ligereza dentro de la posibilidad que está tratando de contar. Es un poco diferente a lo que se vio, tratamos de escaparnos del melodrama, que es lo que más exportó México hacia Latinoamérica. Nos reímos de eso.