Cerati mira de reojo desde la tapa de su biografía. Jamás imaginaría, desde donde esté, que un libro sobre la historia de su vida causaría tanto revuelo.
Cerati mira de reojo desde la tapa de su biografía. Jamás imaginaría, desde donde esté, que un libro sobre la historia de su vida causaría tanto revuelo.
El Cerati niño apasionado por el dibujo, el que hizo un quiebre en el pop de estas pampas con Soda Stereo, el que fumaba dos atados de Jockey suaves por día, el que quería formar una familia tipo, y también el que perdía la cabeza por novias que podrían ser sus hijas; el que tuvo una relación de “gran fascinación artística” con Daniel Melero y, claro, la gran estrella del rock argentino que conquistó Latinoamérica.
Todas esas vidas caben en “Cerati: La biografía”, el atrapante libro editado por Sudamericana escrito por Juan Morris, secretario de Redacción de la revista Rolling Stone, narrado en forma novelada. Quizá porque una novela es lo que más se acerca al camino de luces y sombras del artista que perdió la vida el 4 de septiembre de 2014 tras un ACV que lo postró en una larga agonía de cuatro años en coma, casi el mismo tiempo que le llevó al autor escribir su biografía.
Juan Morris atiende el teléfono de la habitación 104 de un hotel ubicado al sur de Tennessee. Fue a cubrir el festival Lollapalooza, para la Rolling, y de paso se alquiló un auto y se quedó unos días para conocer Estados Unidos. “No tengo idea de las polémicas del libro, contame vos”, le dice a Escenario. Mientras tanto, por la tele, se oye la voz de la tía de Cerati en una nota de “Infama”; TN se olvida de las elecciones y las inundaciones y lanza un informe sobre el libro, y en Google las noticias más leídas se encolumnan detrás de las declaraciones de Benito Cerati, hijo de Gustavo, quien criticó la biografía escrita por Morris en su perfil de Facebook porque “carece de veracidad, tiene muchas imprecisiones y no está autorizada por la familia”.
Morris muta de entrevistador a entrevistado, otro rol, otra vida. Todos tenemos una doble vida.
—¿Qué factores te sedujeron para hacer la biografía de Gustavo?
—En principio, es la gran estrella de rock de Latinoamérica. Era una gran historia para contar, tiene muchas facetas, por un lado con Soda Stereo vivió la escala latina de la Beatlemanía, probablemente sea la gran historia del rock nacional. Esa explosión continental que vivieron entre el segundo y el tercer disco, que es el momento en que se convierten en estrellas de rock en la región. Ya sólo eso era una gran historia para contar, que no estaba bien contada desde lo narrativo. Después, su dimensión artística siguió creciendo, por lo cual lo volvía cada vez más atractivo. Es un personaje con el que siento que puedo empatizar más que, ponele, Charly García. No sólo era muy talentoso Cerati, sino que era extremadamente perfeccionista y profesional. Eso me interesaba mucho de él, no sólo del talento, sino del talento desarrollado y cultivado. Si escuchás los primeros discos de Soda Stereo no sé si hay un gran artista, el gran artista se va desarrollando. Y eso me atraía mucho, porque me interesan mucho más los talentos cultivados que el tipo que nace tocado.
—¿Sos un fan de él y de su música o no tanto?
—No te diría que soy fan en el sentido de que sale una foto en una revista y la recorto, no tengo un vínculo de fan, realmente. Sí me encanta y me convertí en un especialista porque le dediqué 4 años y medio en los que conviví con Cerati en mi cabeza. De alguna forma generé un tipo de relación, que no sé si llamarle la de un fan, por momentos se parece a la de “Retratos de una obsesión” (se refiere a la película de Mark Romanek, protagonizada por Robin Williams). Generé vínculos con personas muy importantes de su vida, con las novias que tuvo en sus diferentes etapas, con sus amigos íntimos, para muchos de ellos hablar de Cerati fue movilizante, los acercaba a él, sentían la necesidad de transmitir quién era su amigo, porque había muchas cosas que para ellos eran muy interesantes y se desconocían, y querían que se supiera.
—¿Hay cosas que decidiste no publicar para cuidar su imagen?
—No, no escribí desde la complacencia o desde la idea de cuidarlo, pero sí siempre traté de ser muy respetuoso y manejarme con mucha más sensibilidad, incluso en los temas complicados. Pero mi idea es hablar de todo, y que un libro sea la posibilidad de ponerle palabras a lo que cuesta ponerle palabras. La escritura tiene que ir hacia esos lugares donde es más difícil hablar, hay que hablar de las cosas difíciles y hay que poder abordarlas, pensarlas, narrarlas. Me parece que, si no, terminás haciendo como una especie de holograma publicitario, y a mí no me interesaba hacer un perfil complaciente. Eso no quiere decir que sea extremadamente crítico, sino mostrarlo como un ser humano, como alguien que se despertaba a la mañana, que un día le podía doler la cabeza, que desayunaba café con leche, generalmente era un ser humano como todos nosotros. Y mi idea era poder mostrar esa faceta tuya, no quería escribir sobre un mito.
—¿Cómo equilibraste la información que te llegaba cuando abordaste sus excesos con las drogas o su debilidad por novias más jóvenes?
—Mirá, por un lado yo tenía claro que era la biografía de una estrella de rock, y era un artista que había hablado abiertamente de las drogas en muchas entrevistas de los 80. En la grabación de “Nada personal” y sobre todo en “Signos” fue bastante traumático, en esa época tomaba mucha cocaína y eso está en el libro, porque no mencionarlo sería casi mentir. Con respecto a las mujeres, las que han pasado por su vida dejando cierta huella están en el libro también, son jóvenes la mayoría, casi no ha tenido relación con mujeres de más allá de los 30 años, y eso lo escribí porque fue parte de su vida. Todo lo que fue parte de su vida está en el libro. Por otro lado, las drogas no han tenido en Cerati el lugar que tuvieron en la vida de Charly García, por ejemplo, nunca fue alguien que perdió el control. Lo que sí fue un artista que experimentó, que es un rol que está bien que los artistas ocupen y eso sí está aquí, pero no está especialmente subrayado o denunciado, era un elemento más de su contexto, no era un problema.
—¿Cómo recibiste las quejas de su hijo Benito, quien declaró que la biografía “carece de veracidad”?
—Me parece natural que eso suceda. Yo entiendo que una biografía sobre un padre, un ser querido o un familiar sea movilizante. Además, él vivió toda la última etapa con su padre en coma, y creo que tuvo una situación bastante sensible con eso y lo comprendo. Yo creo que reaccionaría tal vez de la misma manera.
—¿Nunca hablaste con él al buscar testimonios para la biografía?
—No, porque empecé hace cuatro años y medio y sus hijos eran muy chicos. Gustavo estaba en coma y la verdad que acercarme a entrevistarlos me resultaba violento. Con su padre internado, lo mejor que podía hacer era respetar el momento de ellos. Sí me encargué de hacerles saber que yo estaba haciendo este trabajo y si ellos tenían ganas de participar hablando conmigo yo estaba encantado, pero nada más que eso. Preferí mantenerme discretamente a distancia. Sí hablé mucho con la madre de Gustavo, Lilian, que fue como la voz oficial, y fue una llave muy importante para reconstruir su infancia, el entorno afectivo y cultural en que se crió, cómo fue la educación que recibió, los valores de esa familia, la historia de sus padres, cuál era el contexto del que venía su familia, que es determinante en la vida de todos nosotros. Y me parecía importante que el libro pudiera abordarlos.
—Generalmente seduce la biografía no autorizada. ¿Pero si es autorizada se puede decir que es una verdadera biografía?
—La verdad es que la idea de una biografía autorizada me «deserotiza» como lector y también como narrador, porque pasan a jugar otros intereses que son completamente genuinos humanamente pero en el trabajo artístico distorsionan la situación. El ejemplo clave de eso es que si a mí me sacan una foto, quizá puede ser perfecta, pero si el gesto no es lindo para mí ya no me gusta la foto, y voy a preferir diez mil veces una foto en la que salgo lindo, aunque no sea buena técnicamente. Y no es una operación mental, sólo que no puedo luchar contra eso, si me veo feo no me gusta, y entiendo que en una biografía pueda pasar lo mismo.
—Uno de los momentos más impactantes del libro es cuando dejás abierta una posible relación homosexual con Daniel Melero. ¿Fue lo más complejo de contar?
—Igual no creo que sea una relación homosexual, sí le daba celos a todo el mundo esa relación, a la banda, a la novia. Claramente tenían una gran fascinación artística mutua y eso era muy bueno para Cerati, porque dentro de Soda ya no tenía un gran socio artístico y creativo, pero generaba ruido. La novia decía “¿qué onda, estás todo el día con él, qué quiere este pibe de vos?”. Me parecía que estaba bien contar la incomodidad que les transmitía a todos esa relación.
—Incluso lo comparás con la irrupción de Yoko Ono en la vida de Los Beatles...
—Sí, sucedía un poco eso con la llegada de Melero, que se da en un momento en el que Gustavo está viviendo un gran quiebre artístico y es casi la presencia que él necesitaba para cobrar seguridad. Es que él se estaba convirtiendo en un gran artista y eso le daba gran inseguridad, de animarse a hacer cosas que supuestamente no habría que hacer. Y qué mejor para esa situación que Melero, que era el personaje del rock nacional que se animaba a hacer justamente lo que no habría que hacer. Gustavo estaba rompiendo sus esquemas y lo encontró a Melero, que era un destructor de esquemas.
—¿El relato novelado fue una manera de no exponer a los que te brindaron los testimonios?
—La verdad es que fue una decisión narrativa por varias razones, primero porque narrativamente era más poderoso para contar la historia. Necesitaba darle una verosimilitud al relato, porque si lo hacía más periodístico, con declaraciones, todo el tiempo iba a caer en que aprendió a tocar una guitarra y después eso le serviría para conquistar Latinoamérica, y siempre iba a remitir a cómo sucedieron después las cosas. La verdad es que estaba contando la infancia de un chico que le gustaba dibujar, que en su infancia no sabía que iba a ser una estrella de rock, que cuando armó Soda Stereo nadie sabía tampoco qué iba a pasar con ellos. No quise caer en el enciclopedismo, a quién le compraba las cuerdas de la guitarra, por ejemplo, eso me resultaba expulsivo, quería contar una historia que fuera lo más verdadera posible y compleja, pero que al mismo tiempo absorbiera al lector y estuvieras adentro de esa historia cuando la leías.
—¿Conociste a Cerati en persona al menos en alguna entrevista?
—No, nunca lo entrevisté, nunca hablé con él, vi shows como solista y de Soda, pero nunca traté con él.
—¿Después de revisar la vida de Cerati, cambió tu mirada hacia él?
—No sólo cambió mi mirada sobre él, sino que también, a través de estos cuatro años de trabajo, cambié yo también. Me transformó la mirada que tenía sobre él y me transformó a mí. Cuando no conocía tanto de él, me daba una imagen de un artista frío. Y ahora te puedo decir todo lo contrario, que era superemocional y pasional, y que todo lo que hizo fue movilizado por un deseo muy fuerte, tenía una dirección muy clara.
—¿La mirada crítica del periodista contamina la imagen de Cerati en esta biografía o, al contrario, te acerca más al de carne y hueso?
—No puedo decir si estoy más cerca o más lejos de la verdad. Lo que sí traté fue de ser objetivo y sé que mi forma de aproximarme no está para nada librada de quién soy yo. La escritura creativa, las ficciones, es dar mi versión de qué se trata esta locura de estar vivos. Y el periodismo es tratar de entender qué es estar vivo para los otros. Mi trabajo también fue poder entender qué me pasaba a mí con Cerati, cuáles eran las zonas que me identificaban, que envidiaba, que me causaban rechazo. Su desarrollo creativo y el talento que había cultivado me interesaba mucho y también su aspiración de tener una vida familiar normal. Quería tener una vida artística, pero al mismo tiempo quería formar una familia. No era Charly, en su departamento, loco, todo pintarrajeado; Cerati tenía aspiraciones más terrenales.