La doctora Polo no lo duda, y lo afirma en este reportaje: "la privacidad va a desaparecer hasta del diccionario". Lo público y lo privado que plantea "Caso cerrado" es casi inexistente. Es más, la gracia del programa es mofarse de las situaciones de angustia, que van desde las variables más impensadas de las relaciones de pareja hasta cuestiones de desorden psíquico o situaciones paranormales y, en la mayoría de los casos, con el sexo como nave insignia. Los ejemplos podrían llenar esta página, pero bastaría con citar al caso del actor porno que tenía sexo con una vaca; el hombre que le quiere sacar los demonios a los transgéneros; la mujer que quería ser famosa y terminó siendo esclava sexual; la esposa que le puso un GPS en el pene a su marido para saber si era fiel; el padre que apoya a su hijo trans vistiéndose de mujer, y hasta la madre que elige vengarse de su hija porque le robó el novio y contrata a unos perversos para que la violen. Lo que invita a reflexionar sobre estas cuestiones, que algunas mueven a risa al verlas en pantalla de la misma manera que uno se tienta a sonreír cuando alguien pisa una cáscara de banana, es por qué este tipo de envíos son tan exitosos y perduran tantos años al aire. Y la llave pasa por entender que el ciclo no pasa por público y privado sino por ficción y realidad. Hay una convención implícita entre el programa y el televidente de que los casos son armados, hay una puesta en escena para que todo sea más espectacular, horroroso o de mal gusto. Pero aunque no se diga al aire, todos (¿todos?) saben que eso que se ve en pantalla es ficción. Cada uno se verá reflejado en espejos propios y se asombrará o reirá de cada historia. Quizá por eso cierra el largo éxito del programa "Caso cerrado".