En plena campaña electoral, Roberto Moldavsky llega a Rosario con su show "Moldavsky, el candidato". Sin embargo, el humorista aclaró que su lugar en la política sólo sería posible si se creara un "ministerio del humor". "Si llegara al gobierno no creo que pueda arreglar demasiado, pero nos cagaríamos de risa. Como suelo decir en el show, los políticos nos hacen llorar más que reír y nosotros tenemos que reírnos de ellos para compensar", afirmó. La propuesta no sólo tiene humor político sino que además suma una mirada irónica sobre los conflictos cotidianos y generacionales. Moldavsky estará acompañado por la banda La Valentín Gómez y se presentará mañana,a las 20 y a las 22.15, en el teatro El Círculo (Laprida y Mendoza).
—La verdad que es un show humorístico donde me río en general de los políticos, pero es sólo una parte. El show es sobre política y humor en general. De alguna manera termino proponiéndome de candidato a partir de todos los candidatos extraños que hay y haciendo un monólogo sobre las distintas frases que van diciendo los políticos. Los otros dos tercios del show son monólogos en general, sobre la vida. También voy con la banda con la que fui el año pasado, La Valentín Gómez, y hacemos un sketch con mi hijo Eial sobre las diferencias generacionales que existen.
—Nosotros nos metemos mucho con el tema de la tecnología, la dependencia que se crea con tus hijos en el sentido que los necesitás para que te expliquen o todo lo que padecen ellos para explicarte cuando hacés una macana. Este año va por ese lado. Otros años habíamos tocado otros temas. También tenemos una especie de tradición porque venimos de una historia de comerciantes y mi viejo estudiaba filosofía, así que siento que algo me equivoqué. Un comerciante que tenga un viejo filósofo es como un golpe al corazón.
—¿Cuáles son las cosas más absurdas que tiene la vida cotidiana?
—Lo que trato de hacer es tomar una situación que por ahí pueda resultar una estupidez y agrandarla para entenderla, como por ejemplo aceptar que una pila no anda más. Viste que uno la cambia de lugar, la acaricia, la pone en el freezer, trata de revivirla, hace cinco años que la tenés, ese tipo de cosas exageradas causa gracia porque uno se reconoce a sí mismo, o los lugares comunes, la pareja.
—¿Qué recursos del vendedor te sirvieron para el teatro?
—Yo siempre digo que ahora vendo entradas en vez de camperas, siempre estoy preocupado por la venta. Hay en el vendedor que termina saliendo solo un deseo de agradar al comprador, de hacerlo reír, que se sienta bien. Te aseguro que es una gran escuela. Es mucho más fácil en el teatro donde el espectador ya compró. En el negocio tenés el desafío de que tenés que convencer al otro.
—Decís que estás preocupado por la venta. ¿Hubo un cambio en los últimos tiempos?
—Es evidente, aunque lo que yo digo es por ahí un poco injusto porque la obra tiene un éxito bárbaro de agotar localidades, pero es obvio que hay una crisis general y en el teatro es uno de los espacios donde va a ahorrar y yo no soy ajeno a todo lo que se está hablando alrededor y lo difícil que es a veces la temporada con tres o cuatro shows que la rompen y el resto la pelea, y no tiene que ver la calidad de las obras, sino con la capacidad económica de la gente.
—De todas maneras los recursos del comerciante tuvieron efecto en tu carrera...
—Siempre digo que soy mejor comerciante que humorista, soy muy buen humorista, pero como comerciante soy fantástico. Y me quedan todos los recursos. Yo empecé la carrera fuerte hace más o menos cinco o seis años que dejé el negocio, pero creo que uno en general con todo lo que hace arrastra el bagaje de la cosas que vivió y a mí el comerciante me ayuda para mis observaciones arriba del escenario.
—¿Cuál es la parte menos graciosa de tu trabajo? ¿Cuándo hacer reír se transforma en un trabajo?
—Lo que pasa es que los que laburamos en teatro vivimos alrededor de los amigos y de la familia, me pierdo un montón de cumpleaños, asados, cosas que se hacen los fines de semana de noche y que no puedo llegar. Tenés libre lunes, martes, miércoles, y quién quiere salir un lunes a la noche, por eso quedás un poco dado vuelta con el resto de la gente y yo me empecino en no laburar los domingos para tener un día del fin de semana para estar con mi familia, mis amigos, mi pareja.
—¿La llegada a la televisión con "La peña de Morfi" fue decisiva en tu carrera? ¿Te sentís famoso?
—No me cambió nada. Obvio que no me voy a hacer el estúpido porque la gente me para, me reconoce, me pide fotos, me transmite mucho cariño, me agradece que los haga reír, pero la verdad que vos te vas del teatro, te vas a bañar y nadie te aplaude cuando salís de la ducha, no es es que pedís una milanesa y la gente te ovaciona. No te cambia nada y yo entré tarde a este ambiente y tengo armada una vida muy por afuera. Me llevo muy bien con (Gerardo) Rozín, somos amigos, o Gustavo Yankelevich o Fernando Bravo que son las personas con las que laburo, no es que tuve un cambio radical. Hago exactamente la misma vida, vivo en el mismo lugar y hago todo lo que hacía hace tres años.
—Retomando la idea del título del espectáculo, ¿para qué cargo te postularías?
—Necesitaría un ministerio del humor, tendríamos que crearlo para que pueda desempeñar un cargo. Si yo llegara al gobierno no creo que pueda arreglar demasiado pero nos cagaríamos de risa aunque sea. Debería ser algo así porque Cultura es demasiado. Como suelo decir en el show, los políticos nos hacen llorar más que reír y nosotros tenemos que reírnos de ellos para compensar.
—¿Y qué candidatos te dan risa?
—Todos. En el show prácticamente no dejo a nadie afuera. Por ahí se me escapa alguno pero no dejo afuera ningún sector. Todos te entregan material, algunos un poco más, otros un poco menos. Obviamente que al estar en el poder el gobierno tiene que hablar más, expresarse más y eso te da un poco más de material que la oposición que se guarda un poco más. En el país hay políticos que constantemente te entregan titulares.
—Teniendo en cuenta la época de campaña y la famosa grieta, ¿qué riesgo tiene hacer humor en este momento?
—Mirá, la verdad que en el humor algún riesgo hay que correr, si no te la pasás hablando de un lorito que habla como un elefante. Hay que bajar algunos escalones. En general la inmensa mayoría de la gente lo recibe bárbaro, se ríe, aplaude. Les damos a todos, así que no pasa nada. Por supuesto que puede haber alguno que se sienta ofendido, que algo lo tocó, pero es una minoría tan chica que no lo percibí.
—Volvés con Susana...
—Sí, creo que a partir del segundo programa. Es una responsabilidad porque es el programa más visto de la Argentina y una alegría increíble de estar ahí.
—¿Esas condiciones te obligan a moderar el discurso?
—No, todo lo contrario. Me vinieron a ver al teatro y me dijeron "queremos esto, que te sientas bien y libre". La verdad, genial.