Mañana se estrena en Netflix una de las películas más esperadas de este fin de año, “Matrimillas”, donde Juan Minujín y Luisana Lopilato encarnan un matrimonio que intenta resolver una crisis de pareja terminal con la ayuda de una aplicación. Su director, el cineasta Sebastián de Caro, definió la trama como “una comedia algo distópica” sobre “hasta qué punto nuestros vínculos están atravesados por la tecnología”. “Cuando entré al proyecto ya estaba diseñada esta historia que mezclaba una comedia romántica con ciencia ficción y esa sorpresa fue lo que más me atrajo”, dijo a Télam De Caro —realizador de films como “20.000 besos” y “Claudia”— sobre su primera participación en un proyecto para una plataforma de streaming.
Como su título lo indica, esta película producida por Buffalo Film y Tieless Media, está centrada en las “Matrimillas”, una expresión que refiere a un sistema simbólico de puntos que utilizan las parejas para acceder a beneficios personales, análogo a los programas de viajero frecuente que ofrecen las aerolíneas. De esta manera, un miembro de la pareja hace una concesión o gesto y, a cambio, obtiene puntos que podrá utilizar para hacer algo de su propio interés. Este mecanismo de intercambios, acuerdos y retribuciones puede ser acordado abiertamente por la pareja o darse de manera natural.
En esta idea está apuntalada la trama escrita por Gabriel Korenfeld y Rocío Blanco, que sigue la historia de una pareja joven con hijos (interpretada por Minujín y Lopilato) que, en plena crisis y cuando sienten que agotaron todas las instancias para resolver sus problemas, deciden utilizar una sofisticada aplicación de “matrimillas”. Y si bien al principio el sistema de sumar o restar puntos de acuerdo al mérito de cada uno renueva el fuego en la pareja, la obsesión por acumular puntos y ganar independencia se sale de control.
De Caro habló con Télam sobre los desafíos de encarar un género clásico y de cómo se ha ido resignificando la idea del matrimonio en los últimos años.
—¿Cuál es el secreto para hacer una comedia para una plataforma que es internacional?
—Que el tema sea universal. Cuando uno encara algo que tiene una ambición planetaria por la plataforma donde va a ser lanzado, por la convocatoria que tienen las figuras de la película, tenés que saber qué estás contando de manera clara. Con eso ya tenés la mitad del partido ganado. Y acá el qué estamos diciendo y qué estamos contando estuvo claro siempre.
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Una aplicación les servirá para hacer mérito y “sumar puntos”.
—¿Cómo hiciste para esquivar los estereotipos en un relato que, en otras épocas, seguramente habrían tenido un lugar preponderante?
—Todos estábamos muy atentos a eso: los guionistas, los actores, las actrices. Nos parecía mucho más divertido también, no queríamos caer en “ella es una bruja y él es un Isidoro Cañones”. Nos parecía más interesante hablar de una dialéctica y dinámica que saliera del lugar binario para que tuviera que ver con vínculos que nos identifican a todos. Porque, en mayor o menor medida, todos hemos tenido vínculos en los que hemos sido un poco uno, un poco el otro; el que sostiene, el que no puede decir, el que alivia y se siente presionado, eso no tiene que ver con el género. Es el gran tema de los vínculos.
—¿Cuáles fueron los desafíos de encarar un género tan clásico como la comedia romántica?
—Acá sucede que entendemos a los dos personajes y es difícil una comedia romántica que no sea unilateral. Hay muchos ejemplos de películas donde un personaje tiene su objeto de deseo e intenta obtenerlo, como en “Los 500 días con ella”, donde se balancea el mundo más fácil porque tenés una motivación, alguien que va a sufrir. En cambio, cuando hacés una comedia romántica con dos partes, en la que los espectadores tienen que entenderlo a él y entenderla a ella, el desafío es más grande pero también más lindo.
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“Ahora el matrimonio se está resignificando”, dijo De Caro.
—En esta trama universal, ¿se plantearon cómo abordar la institución del matrimonio que también pareciera estar en crisis?
—Yo creo que con el advenimiento celebrado de un montón de derechos, el matrimonio se está resignificando. Lo que veo entre mis contactos es que a la institución le ha dado un refresh. Tuvo un momento de atomización y ahora es más liviano en un sentido celebratorio, está asociado a poder disfrutar de derechos, libertades, posibilidades y uno podría hacerlo extensivo a la familia también, con las familias ensambladas o de otras maneras revitalizando esto institucionalmente. El matrimonio está ocupando otro lugar, más lejos del mandato y más cercano a la decisión.
—¿Cuáles creés que son los desafíos para el cine local en este contexto de ventanas de proyección que dan las plataformas?
—Es una doble respuesta. Por un lado, tenemos ventanas de exhibición que se abren, sistemas distintos con producciones que dan trabajo a personas y, en saga, problemas económicos inflacionarios que entiende todo el mundo y no son ajenos a la industria cinematográfica. La industria tuvo un momento de crisis y por suerte la taba cayó para el lado que debía caer y la Ley de Cine y un montón de cuestiones que costaron mucho tiempo se siguen protegiendo. Así que son dos los escenarios: el local y local-internacional, que no son más las salas, o las salas son una excepción o una primera ventana. Es un momento apasionante de mucho cambio pero nunca puede ser malo que una película se vea mucho más rápido y en muchos más lugares que antes. Saber que voy a poder decirle a un amigo que vive en otro continente “Mirá «Matrimillas»” me da alegría, no me da tristeza.
Matrimillas | Tráiler oficial | Netflix