Wim Wenders está considerado uno de los cineastas más influyentes del Nuevo Cine Alemán, posee una filmografía que supera los 50 títulos y el domingo próximo viajará a Hollywood en su tercer intento por conseguir el Oscar, esta vez en la categoría mejor documental (ver aparte). Sin embargo, al cineasta que recibió el Oso de Oro honorífico en la última Berlinale, le queda un sueño por cumplir: hacer una comedia.
Con el recuerdo todavía fresco del galardón recibido en Berlín -donde presentó fuera de concurso el drama “Everything Will Be Fine” (Todo va a estar bien)- este referente del cine alemán también apostó al futuro de la televisión: “Lo más interesante sucede en las series”, confesó. Wenders, nacido en Düsseldorf en 1945, es uno de los cineastas alemanes más influyentes e innovadores. En los 70 revolucionó el panorama cinematográfico con trabajos como “Las alas del deseo”, “Paris, Texas” o “El amigo americano”, entre otras, y proyectó al mundo la música cubana con el documental “Buena Vista Social Club”.
—¿Se siente demasiado joven para un Oso de Honor a toda su trayectoria?
—Sí, es cierto, pero también lo es que empecé muy joven. Antes de cumplir los 30 ya había hecho cinco películas. Así que se juntan unas cuantas. No obstante, no lo veo como algo personal, sino como un premio a las películas. Espero que lo merezcan.
—Hasta ahora se lo veía más en Cannes que en la Berlinale. ¿Siente que regresó a casa?
—Desde hace unos 40 años voy casi todos los años a la Berlinale, aunque la mayoría de veces como espectador. En total, en todo este tiempo sólo he mostrado allí tres películas, mientras que en Cannes son una veintena. Eso se debe sobre todo a que siempre edito en invierno y por tanto, no tengo las películas terminadas hasta mayo.
—¿Por qué no compitió?
—¿Cómo iba a decidir objetivamente un jurado sobre una película a cuyo director se rinde tributo con el Oso de Honor? Por eso fue una buena idea mostrarla fuera de competición. Como ya pasó con “Pina” (un documental sobre la coreógrafa y bailarina alemana Pina Bausch) hace cuatro años.
—Como “Pina”, también optó por el 3D. ¿Por qué?
—Con “Pina” experimenté casi como un shock que el 3D no sólo funcionaba para el baile, sino también para los pequeños momentos en que sólo una persona, un actor, estaba delante de la cámara. Y después encontramos una historia hermosa, un pequeño e íntimo drama familiar que narra a lo largo de 12 años cómo la gente lidia con un trauma. El reto -y la ventaja- del 3D era aprovechar esa enorme presencia de los actores ante la cámara para la narración.
—Si en lugar de una retrospectiva hubiera tenido que elegir sólo una de sus películas para el homenaje, ¿por cuál se decantaría?
—(Risas) Eso pregúnteselo a los padres que tienen muchos hijos: ¡que elijan a uno! No se le puede pedir a nadie algo así, y con las películas sucede un poco como con los hijos: uno se preocupa más de los más problemáticos que de los que salen con éxito al mundo y ya no te necesitan. Como hijo conflictivo elegiría “Hasta el fin del mundo”, pues yo diría que ahí está todo lo que siempre he querido contar y nunca se vio.
—¿Qué quiere decir con que nunca se vio?
—La película fue el proyecto más épico, largo y costoso de mi vida. Doce años de preparación, uno entero de rodaje en cuatro continentes, en diez países... La roadmovie definitiva. Al final la película duraba cinco horas y nadie quiso mostrarla así ni dividirla en dos o más partes. La tuve que recortar a dos horas y media, por lo que sólo quedó un triste esqueleto. Y naturalmente, esa versión fue un fracaso.
—Ahora incluso la Berlinale apuesta por las series. ¿Qué opina de ese formato?
—Creo que no hay ningún lugar donde suceda algo tan interesante como en las series actuales. En Estados Unidos la narración se ha mudado por completo de la industria del cine a las series. Los buenos trabajan ahí porque sólo ahí pueden narrar, fabular y ganarse la vida de manera creativa. El cine comercial tensa tanto las cuerdas y las recetas están tan precocinadas que se ha perdido la aventura de hacer películas.
—¿También le atraen a usted como cineasta?
—Sí, por supuesto. Con todo el dolor del mundo he tenido que rechazar una oferta porque no había terminado “Everything Will Be Fine”. Pero otra vez será (ríe). ¡En realidad, “Hasta el fin del mundo” también es una serie!
—¿Qué sueño no cumplió?
—Cuando pienso en sueños pienso en cosas que aún no hice. Y una de ellas, porque no tuve el valor y porque creo que no soy capaz, es la comedia. Para mí es un sueño porque no sé si lograré. Aunque cuando pienso que los directores de comedias eran tipos serios, me digo que quizá tengo alguna posibilidad.
—Su documental “La sal de la Tierra” está nominado al Oscar. ¿Qué expectativas tiene?
—Voy tranquilo. Las últimas dos veces, tanto con “Buena Vista Social Club” como con “Pina”, todos decían que iba a ganar, que era el favorito. Y como en el primero no fue el caso y en el segundo tampoco, ahora hago lo contrario: no tengo la más mínima esperanza. Voy, disfruto de la vida y sé que no ganaremos.