El rosarino Eduardo Delgado dio conciertos en la principales capitales de Europa, América y Asia. Y por supuesto en Rosario, donde regresa periódicamente. Ampliamente elogiado por su trabajo, docente en la California State University Fullerton desde 1996 y con una intensa actividad profesional, antes de retomar su agenda, dialogó con LaCapital. El artista habló no sólo de su trabajo, entre lo que se cuenta, además de sus conciertos, el lanzamiento de un CD a beneficio de los afectados por el tsunami en Japón, sino del estado general de la cultura y en particular en Argentina.
—¿Qué evaluación hace de su crecimiento y evolución como artista?
—Mi crecimiento ha sido una progresión constante mediante incorporación de nuevas obras y distintos estilos, con una comprensión más profunda de las mismas incluyendo el conocimiento de la vida de cada autor. Creo haber logrado dejar de lado el virtuosismo y llegar a la médula de la música. Es un proceso largo donde se necesita soledad y en cierta forma una vida monacal.
—¿En la interpretación debe privar lo subjetivo o lo objetivo?
—Las dos deben estar presentes. Primero el estilo, la estructura y forma de la obra. Después la interpretación, que es lo que nos diferencia de otros artistas. Para mí la calidad del sonido con todos sus colores e intensidades es sumamente importante, como un hermoso cuadro pintado por Michelangelo, Rembrandt o Monet. Los matices, crear sonidos que resuenen y floten en la sala es lo que atrae al público y es lo que hace entrar al artista en un mundo fuera del terrestre.
—¿Cuál es su apreciación con relación a la evolución de la cultura en los últimos años?
—Creo la cultura se ha modificado más que crecido. Internet, computadoras y celulares hace que la generación joven quiera todo demasiado rápido. Desgraciadamente el verdadero arte necesita su proceso y tiempo. Los países orientales han crecido indudablemente gracias al contacto occidental. Se han construido gran número de teatros hermosos todos con pianos fantásticos que cuidan y respetan como piedras preciosas. Una vez en Tokio debía elegir un piano para un recital. Entré en un cuarto con temperatura especial para los pianos: podía elegir entre un Steinway alemán, un Bosendorfer o Yamaha. La habitación estaba un poco fría y pedí si podían modificar la temperatura. Me hicieron esperar y me trajeron un saco: los pianos eran más importantes y debían mantener su propia temperatura!. Qué lejos estamos de todo esto y cuanto debemos aprender.
—¿Qué opina de la música popular ya sea el rock, el pop u otras vertientes musicales como el jazz? ¿Las ve como competidoras de la música académica?
—No hay competencia. Respeto cada una y cada una tiene su lugar en su nobleza o vulgaridad: el público debe de reconocer la diferencia. La música popular es subsidiada o apoyada por empresas y firmas que creen llevan más público.
—¿Qué ganó y qué perdió en esta carrera como artista?
—Soy optimista y positivo. Prefiero arrepentirme de lo no hecho porque siempre se aprende de lo mal hecho. Mi vida ha sido y es maravillosa. Me considero un privilegiado en muchos aspectos. Ser docente me sale del alma y me ayudo a ser mejor concertista. Y estudiar para conciertos me hizo mejor docente. Pertenezco a una generación fantástica y apasionada. Y tuve la dicha y honor de tener como amiga a Alicia de Larrocha y decir que Martha Argerich es amiga mía. No he perdido nada: solo ganancias que han enriquecido mi vida espiritual, personal y musical.