Ir a ver un show implica, además de la oportunidad única de estar a metros de un artista preferido, oír un show. Cuando el audio no está a la altura de un espectáculo pierde el artista y, lo que es peor, pierde la gente.
Lisandro Aristimuño, por lejos el mejor compositor e intérprete que lanzó el rock argentino en la última década, no pudo ofrecer el sábado en Club Brown un recital que esté al nivel de sus credenciales. Y nada tuvo que ver el sonidista Franco Mascotti, quien intentó toda la noche (y por momentos casi lo logró) darle un audio digno al recital de dos horas y media ante un público fiel. El tema a resolver es la infraestructura del lugar, que sigue sin tener una acústica acorde a este tipo de conciertos. “En el Gran Rex sonaba mejor” le gritó al músico rionegrino un fan, a metros del escenario, que segundos después le confesó su amor incondicional.”Cuando vine acá a ver a Divididos tampoco escuché nada”, se quejaba, cerveza en mano, otra persona desde el Vip.
Más allá de este detalle no menor, hubo un show, en el que Aristimuño, como es habitual, aportó su acostumbrado carisma. Y junto a su banda Los Azules Turquesas transpiró la camiseta hasta ofrecer hasta la última gota de su talento.
“Hoy vamos a hacer de todo, y va a estar bueno” dijo el músico, mientras sorteaba acoples y le ponía la mejor cara a la situación, delante de una bola de sonido que no permitía que se luciera el preciosismo de sus arreglos.
En una primera parte de una hora exacta se destacaron “How Long”, con un sutil zapateo flamenco de Rocío Aristimuño; “Tu nombre y el mío” y un homenaje a Gustavo Cerati a través de una impecable versión de “Avenida Alcorta”, que llegó enganchada de “Azúcar del estero”, una de las gemas del repertorio de Aristimuño.
Tras un “viva Perón”, en alusión a que la fecha del show cayó justo un 17 de octubre, la segunda parte arrancó con “Me hice cargo de tu luz” y “Lobofobia”, suficiente para que el público quede rendido a sus pies y ratifique su lealtad. “Me gusta la tristeza”, confesó el autor y regaló “La última prosa”, con los coros esperados en la parte de “la buena noticia sos vos”. En clave funk y con el lucimiento de su primo Carli Aristide en la guitarra eléctrica, llegó “Traje de Dios” y a continuación vino “Elefantes”, en uno de los segmentos más potentes de la noche, gracias a la convivencia de las máquinas, la potencia rockera y las bellas melodías.
Sobre el final, cantó “Green Lover”, dedicado a las Abuelas de Plaza de Mayo y “Es todo lo que tengo, es todo lo que hay”, que bien podría ser una declaración de principios sobre la libertad.
En los bises, Aristimuño interpretó una sentida versión de “Canción de amor” y tras su gesta por “la música independiente y la autogestión” cerró el show con “Par mil”, en homenaje a Divididos.
Aristimuño pasó por Rosario, dejó una deuda con el sonido, pero por suerte pagó con sus canciones.