Los números indican que el concierto de anoche de La Renga en Rosario es uno de los más convocantes de la historia de la ciudad con entrada paga y en una sola noche. Pero más allá de ese “detalle”, lo que ocurrió ayer durante todo el día en la ciudad, sin dudas fue histórico. Para tener un parámetro de lo que genera este evento, prácticamente en las inmediaciones del Parque Independencia se construyó una micro ciudad paralela a la de la vida real.
A saber, para montar este espectáculo que protagoniza una sola banda, se utilizaron más de 700 metros de fenólicos, 2000 de vallas, 450 personas de seguridad privada, más de 500 policías, y 350 personas vinculadas a controles de tránsito. En los alrededores del estadio, 25 puestos gastronómicos dispuestos por calle Oroño, y aproximadamente la misma cantidad de espacios con merchandising, 70 personas de la Cruz Roja totalmente equipados, y más de 200 personas en producción general.
Todo eso para contener y cuidar a las 38 mil personas que acudieron al show, y que vivieron una jornada extraordinaria, en buena convivencia, con clima de alegría y sensaciones de tranquilidad. Nada fue trabajoso y cansador, porque todo estaba al alcance de las manos. Cuando dieron puertas, y hasta antes del comienzo, se ingresó con agilidad y buen trato del personal. Adentro, no se presentaban grandes colas para ir al baño o comprar bebidas. Se escuchó y se vio bárbaro, y cuando terminó, el regreso también presentó las mismas características.
Entre todos estos rasgos distintivos, calificar a un espectáculo que tiene como protagonista a La Renga solamente como recital, es mezquino y reduccionista. Lo que pasa con el pretexto de sus presentaciones en vivo, es mucho más que solo un show. Sin duda cuando la banda anuncia que va a tocar en alguna ciudad, para la gente, en ese mismo instante comienza la historia. Los planes del viaje, la estadía, financiar los gastos, hablar en el laburo para tener unos días libres, para lograr liberarse, al menos por unos pequeños instantes, del entorno diario que los rodea.
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Foto: Gustavo de los Ríos / La Capital
En la década del noventa, con una lucidez soberbia para sentir el termómetro del público, Chizzo –voz- cantó en la canción Somos los mismos de siempre, “no soy tu solución, pero sí un mejor disfraz”. Casi treinta años después, ese sentir se resignifica y potencia. Un show de La Renga es una cobija al alma, una fidelidad absoluta a uno de los principios que dictaminó el rock, el de ser un refugio que sirva para saciar la sed de esperanza y comunión.
Así, entonces, se desata el desfile de personas que se identifican con el otro, con un giño de complicidad porque se sabe que ese día –y a la distancia todos los días de la vida- reunidos por una banda de rock, todos y todas serán felices.
Cargar con eso, es monumental. Más allá de que son músicos, también aplica la función de entretener a ese público fiel e incondicional. Y lo hacen montando un show espectacular, y también divirtiéndose. A los músicos se los siente disfrutar de todo lo que está pasando a su alrededor, y que tiene como disparador a la música, y como catalizador al evento social que se genera.
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Foto: Gustavo de los Ríos / La Capital
Todo es inmenso. El sonido, claro, arrollador y ensordecedor por parte iguales. Las pantallas que transforman en monstruoso el escenario, transmiten animaciones encantadoras en gran parte del concierto y ayudan a no perderse detalles del diseño de la puesta en escena, que carga con mucha información y complementos estéticos sublimes. Y por supuesto, están las canciones.
También, por primera vez se encontraba dentro del estadio, el llamado “espacio de las pibas”: “Un punto donde podés asesorarte si alguien te hace pasar un mal momento, para encontrarte antes de salir, para hidratarte, por si necesitas atención especial por gente de Cruz Roja. Un lugar para vos. Ubicado al lado de Arte infernal disponible desde la apertura de puertas hasta el final del show. Un paso atrás, no me toques”, rezaba la comunicación.
En la previa, estuvieron los representantes locales Mica Racciatti con su set Eléctrico, Oasis -la mítica banda nacida en Barrio Belgrano, que pronto cumple 50 años con la música-, y Perro Suizo. Y cuando a las 20:30 suben al escenario Chizzo, Tete y Tanque, el clamor del público es infernal.
La lista de 31 temas recorrió buena parte de su extensa discografía, no se ancló solamente en el nuevo material, y tuvo momentos muy celebrados como cuando sonó "El mambo de la botella”, una perlita de sus primeros días como banda, donde Chizzo resume muchas de sus virtudes como guitarrista. Las canciones de “Alejado de la Red” en vivo suenan más agresivas, incluso hasta con cierta sintonía hardcore en “Parece un caso perdido”, “Flecha en la clave” y “Elefantes Pogueando”.
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Foto: Gustavo de los Ríos / La Capital
Y por supuesto, los clásicos impulsan los estímulos que recibió el cuerpo durante más de dos horas, a niveles siderales. Antes de que esto ocurra, el concierto tiene un momento más “climático”, por ejemplo, con “La furia de la bestia rock” y “El que me lleva”. Y con “El Revelde”, “Negra mi alma, negro mi corazón” –otra perlita de sus primeros días-, “El viento que todo empuja”, “La razón que te demora”, “La nave del olvido”, “Panic show”, “El final es en donde partí” y “Hablando de la libertad”, la potencia es absoluta. La señal del celular dentro del estadio es casi nula, y cuando llega, los mensajes inundan la casilla con frases como “lo escucho perfecto desde mi casa” y “estoy en el balcón y parecen que están tocando en mi living”.
Mientras las pantallas disparaban fuego, esta vez el temblor provocado por el multitudinario show llegó hasta el cielo, que proyectaba rayos y relámpagos acoplados perfectamente a la escenografía. La naturaleza y la ficción se daban un abrazo, y ponían un cierre sensacional de un día a puro rock.