Mutar es cambiar la piel sin cambiar la esencia. Por ese camino va Ana Prada, quien no por casualidad tituló a su último trabajo “Soy otra”. La cantautora, que prefiere llamarse cancionista, habló con Escenario del nuevo aire que tomó su vida a partir de la madurez y cómo le afectó el cambio de década, tanto en su cotidianeidad como en su obra artística. La intérprete uruguaya, que se presenta hoy a las 21.30 en el teatro La Comedia (Mitre y cortada Ricardone), también filosofó sobre la felicidad: “Hay que desacostumbrarse de uno para ser feliz, hay que ir para adelante y disfrutar de la vida, que es corta. Porque hay un solo baile, y es el que nos toca bailar”.
El arte de “Soy otra” es tan seductor como creativo. El disco que cierra la trilogía que integran “Soy sola” y “Soy pecadora” tiene un cuadernillo cuyas páginas están recortadas en tres partes. Así, uno puede armar la imagen de Prada que le guste, pero, lo más llamativo, es que también se pueden combinar las letras. Es decir, uno puede mixturar el comienzo de “Soy otra”, con la mitad de “Dónde vas a ir que más valgas” y el final de “La entalladita”. Todo entra en el mundo de Ana Prada, claro, eso sí, la veta sensible es inmodificable.
—En el fondo somos una máquina bastante determinada por lo biológico, es una cuestión que se retroalimenta. Una puede estar muy contenta porque tiene endorfinas y está en una etapa súper feliz, pero somos muy bichos. En el fondo, por más que seamos racionales y tengamos grandes despliegues de lenguajes y representaciones, y procesos secundarios de pensamiento y cuestiones psicoanalíticas y filosóficas, también somos un poco bichos.
—¿A qué te referís con esa metáfora?
—Esa es una canción de despecho, de abandono, me hago la importante, como que no me importás, pero me importás. Después hago una racionalización, porque cuando una está triste y angustiada por amor, dice “pará, ¿qué es el amor?, si en realidad es una trampa para conservar la especie, es un invento de la naturaleza”. Sentimos angustia por amor y no sé si los animales lo sienten de esa manera, en cambio nosotros tenemos toda una cosa florida respecto del amor y del abandono, por ser humanos, y a veces uno, por defensa, acude a este pensamiento biologicista. Es un poco en chiste la canción.
—Según tus letras, tu entrada a los 40 modificó ciertas cuestiones personales. ¿Te afectó también en lo artístico?
—Totalmente, creo que en la década de mis 30 fue un poco empezar a componer, a mostrar mi trabajo, a caminar en este oficio y afianzarme. Y creo que en estos 40 años, que estoy en un lugar más maduro, con otras cosas claras, que estoy en un remanso de amor y de tranquilidad, y con muchas ganas, espero que esta década me agarre con mucha posibilidad de producir, de crear cosas nuevas, de hacer lo que sea.
—¿Tenés algún proyecto en lo inmediato?
—Ahora estoy preparando para las vacaciones de julio aquí en Uruguay un espectáculo con una compañía de títeres y de teatro negro. Eso también te implica actuar, componer y estoy muy abierta a ese tipo de trabajos. Pero sobre todo estoy abocada a ser feliz. Cuando llegué a los 40 me di cuenta que la vida es mucho más sencilla de lo que yo pensaba y que la felicidad está en muchos lugares, y hay muchas cosas que te dan felicidad, que tiene que ver con compartir, con dar, con ayudar a otros, con escuchar, y no tanto con esa necesidad más adolescente o infantil de ser protagonista, eso genera más vacío, ahora, a los 40, siento que maduré.
—¿Es una cuestión de números o realmente te pasaron hechos en tu vida que te hicieron cambiar la mirada?
—El año pasado me hizo un click, fue un año muy duro porque perdí a mi madre, y ese disco fue premonitorio. Fue muy fuerte el proceso de este disco, porque se enfermó mi madre, me separé, cambié de vida, y fueron muchas cosas. ¿Viste cuando un fruto termina al madurar y cae a tierra? Bueno, se me abrió otro panorama, no tan distinto, pero sentí un cambio interno hacia la madurez, y hacia el disfrute de las cosas lindas, los seres queridos, la naturaleza, y agradecer por este oficio, que es precioso y de mucha responsabilidad también.
—El arte del disco invita a combinar los textos a elección, como “Rayuela”, de Julio Cortázar. ¿Se puede vivir en el cambio permanente o hay tiempos para cambiar?
—Yo creo en los cambios, en la acumulación cuantitativa que después genera algo cualitativo. Creo que hay etapas, que hay ciclos, como en la naturaleza, como en las plantas. Creo que tenemos ciclos, cortos y largos, que permanentemente estamos eligiendo, y eso nos determina lo que somos, lo que queremos y hacia dónde vamos. Y hay como una acumulación cuantitativa que te hace un click y cambiás de perspectiva, aunque creo que la esencia no cambia.
—¿Qué cambia entonces?
—El cambio tiene que ver con la madurez, en cómo uno se toma las cosas de la vida, qué es lo que uno cree que es lo importante, quizá el orden valorativo. Tiene que ver mucho también con lo importante para uno, con formarte, con cómo valorás a los otros. Estamos en un momento muy frívolo de la humanidad y muy vacío de contenido, estamos todos apuradísimos por cambiar de auto, por tener. La gente está loca, y es como que se olvidan de vivir por tener, por perseguir ilusiones de corto plazo. Después se te pasa, y nos hacen creer que la felicidad está en un lado o en otro, y la felicidad está en cosas tan sencillas como comer con tus seres queridos, poder poner un plato a la mesa, dar, cocinar para los otros, dar un paseíto por la rambla, como ustedes que tienen un río tan hermoso, tener amigos, tener amor, vincularse con la gente, con la poesía.
—En tu disco, por ejemplo, hay una confluencia de géneros, incluso se escucha hasta música balcánica.
—Sí, mirá, en este disco, cuando lo hicimos con Ariel (Polenta, músico y productor), yo le dije “vamos a ponerle lo que quieras, total soy otra”, como que ese nombre también me amparaba. A veces pensaba que esto se apartaba del estilo folclórico, yo, en realidad, tengo mucha influencia del folclore latinoamericano. Vos hablaste de los Balcanes, y si escuchás una polca en medio del campo podría ser de los Balcanes. Todos los folclores del mundo en un punto tienen algo en común, que tiene que ver con la expresión física, con la danza, con la expresión del llanto y la alegría, todo eso medio junto. El nombre del disco nos amparó para que podamos trabajar tranquilos y el resultado es lo que buscábamos, queríamos dar esa sensación de algo libre. Uno aprende de su experiencia y el paso del tiempo hace que uno aprenda también.
—¿Hay que desacostumbrarse de uno para ser feliz, como cantás en el tema de cierre “Otra pecadora sola”?
—Hay que desacostumbrarse de las mañas, de esos caprichitos, hay que dejar de ser mañoso y de autocompadecerse, hay que ir para adelante y disfrutar de la vida, que es corta. Porque hay un solo baile, y es el que nos toca bailar.