Algunos mitos inhiben a la mayoría de los mortales. Y sobre todo si son de acá. Leandro Barbieri nació en Rosario el 28 de noviembre de 1932, en una casa de Cochabamba al 1300. Allí cerca, en la escuela Infancia Desválida de Rosario, estudió clarinete y también, en esa barriada, se hizo hincha de Newell’s. Gato, como se lo conoce mundialmente, se hizo súperfamoso cuando interpretó en 1972 la banda de sonido de la película “El último tango en París”, de Bernardo Bertolucci, pero su legado musical habla de su capacidad de fusionar la música latinoamericana con el jazz. Barbieri llegó el jueves a Rosario invitado por la dirigencia del club Newell’s Old Boys que mañana en el estadio Marcelo Bielsa le entregará una placa recordatoria. ¿El motivo? La sangre leprosa que mostró el año pasado el saxofonista al grabar el himno de la camiseta de sus amores para el programa “Fútbol para todos” de Canal 7.
En el bar del hotel Ros Tower y con los achaques propios de los 78 años que ostenta, Gato se allanó a hablar de música y de fútbol. Muchas veces no es necesario preguntar. Su ímpetu lo gana y desgrana conceptos de alto contenido subjetivo. Otras veces, con un café con leche y dos medialunas en la mesa, queda en un limbo de pensamientos. Hasta que nuevamente lo puede su energía, se envalentona y encara como improvisando, una de sus grandes virtudes musicales.
—Yo la música la aprendí solo, de los grandes músicos. La música es una cosa que no se escribe, es misteriosa y es divina. Pero esos que escriben y escriben y escriben, y cuando tocan es una porquería, es porque no saben de música. La música es como jugar al fútbol, viejo. Es como juega Messi, que corre así (gambetea en diagonal con la mano) y de repente está en otro lado. Yo la música la toco, la rompo, y la voy pasando por varias estratosferas, y luego lentamente vuelve a su lugar.
—Es como una pelota en el pie y hacer lo que uno quiere en el momento que quiere...
—Que no es fácil. Yo conocí tantos músicos que me han traído discos para que les diga qué me parece. Y yo les digo que no quiero saber nada porque si es fea les voy a decir que es fea. Y no quiero entrar en problemas. Yo nunca le dije a nadie cómo era mi música, porque me daba vergüenza, y eso es una gran cosa. Porque para tener vergüenza hay que tener pelotas.
—¿Las mismas que necesitó para transformar su música con el paso de los años?
—Yo he cambiado varias veces mi música. Ahora estoy tocando una música internacional con chacareras, valsecitos, boleros, congas, jazz, free jazz. Todo junto. Porque me cansa muchísimo el formato de solo de bajo, solo de piano, solo de batería y se termina. Por eso Miles (Davis) era un genio, porque él tocaba siempre la misma cosa, que en realidad no era la misma cosa.
Hace una pausa. La medialuna le ha jugado una mala pasada. No importa, porque está desesperado por dar cuenta de otra de sus pasiones, el cine.
—Era lo mismo que hacía (Alfred) Hitchcock en el cine. El decía: “Parece lo mismo pero no lo es, porque depende de cómo está filmada”. La música tiene que ser filmada, con esto (se señala el corazón) y esto (hace lo mismo con la cabeza). Cuando yo veo un músico que mira para arriba cuando estamos tocando lo echo. Es un tipo al que no le interesa tocar.
—¿Puede hacer una evaluación de la actual música jazz?
—La música está cambiando, pero para mal. La música se está hundiendo. Yo siempre tuve mi grupo, siempre hice jam session, esos que terminan haciendo lo mismo. La música tiene que ser única, solitaria, bella como una mujer desnuda.
—¿Entonces cuál es la fórmula para hacer buena música?
—Toco mejor ahora que tengo algunos dientes postizos que cuando tenía todos míos. Pero no siempre tiene que ser así. Yo soy un tipo que busca el sonido bello, lo encontré así. Cuando alguien me pregunta: ¿qué te parece mi sonido, yo les digo, mirá, si no te das cuenta vos, no me lo preguntes a mí. Te puedo decir (John) Coltrane qué sonido que tenía. Charlie Parker, Ornette Coleman, Monk, Miles Davis y (Louis) Armstrong. Yo a Armstrong no lo consideraba y me di cuenta con el tiempo que era un fenómeno (se ríe).
—¿Y por qué no le gustaba?
—Porque era joven.
—¿Usted o él?
—(risas) Cuando uno es joven es pelotudo. Pero si uno es joven y es agudo, agarra.
—¿Y cómo lo trata la música?
—Cuando era joven tenía un cuarteto con (su amigo el baterista Néstor Astarita) que se llamaba El Cuarteto de la Muerte, con el que siempre nos echaban porque tocábamos fuerte. Pero ahora me estoy apartando de los músicos,
Con él grabó el último disco que Gato puso en las bateas. Fue un trabajo de standars que se hizo en Nueva York. Se muestra disgustado con el proceso de grabación. “No digo que es malo, digo no me gusta”. Y aclara que siempre tuvo su propia banda y que con ellos seguirá.
El recuerdo de sus laderos y la mención de cada uno de los instrumentos lo hace reflexionar sobre el bajo. Y recuerda a Jaco Pastorius: “Para mí si una orquesta no tiene bajo es una porquería. Porque el bajo es el que tiene todo, vos tocás, y con el bajo todo flota. Ahora sé de tipos que han tocado solos, pero tenían pelotas”.
Y continúa, hilando sus pareceres sobre la música.
—Miles siempre tocó con Paul Chambers, pero un día le hablaron de Jaco. Fue Herbie Hancock, que estaba tocado con un trío. El bajo no fue y fue Jaco. No lo podía creer. Y como a Miles les gustaba buscar, grabó un solo tema antes de la muerte del bajista en 1987.
Hace memoria y el esfuerzo lo agota. Resopla, pero está dispuesto a seguir conversando. El cronista quiere meter una pregunta pero Gato se anticipa.
—Yo soy un tipo que me gusta hablar de todo, de cine, el cine me hace vivir. Pero cuando veo esos filmes que hacen ahora, me hacen morir, porque son unos hijos de puta. Hacen que haya más guerra todavía.
Se juntan en su cabeza el cine, Hollywood, los Estados Unidos y su política exterior. Son 40 años de vivir en Nueva York.
—Tuvieron a ese tipo durante 40 años (se refiere al ex dictador de Libia, Muammar Kaddafi) por la cantidad de petróleo que les daba y ahora que no les sirve lo quieren sacar. Ellos viven por esto (y hace el gesto del dinero): money, money.
—¿Qué recuerdos le trae volver a Rosario?
—Yo estudié música acá en Rosario cuando era chico y en ninguno de los países en los que estuve, en Japón, en Rusia, en China, en Italia, nunca encontré una escuela tan divina. Adelante era una escuela y atrás te daban clases de clarinete, saxofón. Un maestro te enseñaba clarinete y esas cosas y el otro tuba, trompeta. De allí salieron muchos buenos músicos. Todos venían a Rosario. En ese sentido tengo que decir que Rosario es una cuna de música. Porque el tango es más porteño.
—¿Cómo se hizo hincha de Newell’s?
—Porque en mi casa todos eran leprosos, mi hermano, mi padre que se mordía los dedos por Newell’s. Una vez no quise ir más con él a la cancha porque siempre había algún barullo. Me acuerdo que cuando me fui, a los 13 años, estaban en la delantera de Newells Belén, Canteli, Pontoni, Morosano y Ferreyra. Y un día que perdimos y Pontoni me dijo “y qué le vas hacer pibe” con una dulzura increíble.
A la pequeña reunión llega Claudio “Tiki” Martínez, vicepresidente de Newell’s y encargado de atender al ilustre visitante. Se ufana del himno rojinegro que Gato grabó para el programa “Fútbol para todos” en Nueva York. “La tocó directamente, sin ensayar, después habló con el ingeniero de sonido y repitió lo que no le gustó. Improvisa mucho y tiene muy buen oído. No anda bien de la vista pero anda bien del oído”. Gato escucha, putea y espera a mañana cuando reciba un homenaje en la cancha por su corazón leproso.