Un gesto con las manos, casi a modo de pedido de disculpas ante tanta emoción, “me quedo sin palabras”, en el final del sexto (de ocho) show en 20 días de Fito Páez ante 11 mil fans exultantes, tocó el punto más alto de la noche. El momento emocional, “la música es de todos”, alcanzó a decir el rosarino cuando el Movistar Arena de Villa Crespo era un remolino de amor hacia el músico, que se había prodigado por dos horas y media, 24 temas de todos los tiempos, pequeñas historias nunca contadas, músico invitado, banda descollante, y hasta un sutil homenaje al movimiento de derechos humanos en la figura de Nora Cortiñas (Madre de Plaza de Mayo), presente entre el público.
Tal vez nunca nadie imaginó que aquel mítico show en el estadio Vélez, en abril del 93 –“El amor después del amor” fue publicado en 1992-, con 45 mil personas, tendría una réplica, 30 años después, duplicando la asistencia a más de 90 mil, durante ocho sesiones. Y en un estadio cerrado que por entonces no estaba construido, ni proyectado, ni siquiera imaginado.
Del Fito que vivía y actuaba algo exaltado en el 93, con la tremenda obra que había creado con menos de 30 años, El amor después del amor, y toda la producción previa; al de hoy, no ha declinado el disfrute ni la entrega. La estrella de rock con vida de película - pronto se estrenará una biopic sobre Fito- ahora tiene oficio, que, cuando administra el arte, lo mejora todo. Incluso, podrá decirse hoy: Páez está cantando mejor que en otros tramos de su carrera. En cada una de las entregas de este “El amor después del amor, 30 años”, a menos de mil metros, en el cementerio de La Chacarita, lo mira y lo apueba Carlos Gardel desde su tumba, la más visitada de la Argentina. Gardel, está fuera de discusión, cada día canta mejor.
El show de Fito de los 30 años del amor después del amor, que presenció La Capital en Buenos Aires, arranca explotando con el tema que denomina al álbum, y se despliega en 24 canciones con momentos memorables, entre otros, como en “Pétalo de sal”, en homenaje a Luis Alberto Spinetta, “Saha, Sisi, y el círculo de Baba”, “Un vestido y un amor” (con una bandera argentina que se despliega de fondo), “Tumbas de la gloria” (“escrita en un departamentito lejos de casa, es cuando salen las cosas que van al hueso”, explicó Páez en la noche del viernes 30 de septiembre), “Balada de Donna Helena”, una tremenda versión de “Detrás del muro de los lamentos” que le dio pie al astro rosarino para contar: “en casa, se escuchaba mucha música, variada, popular, porque en la Argentina, sabemos, se aprende de todo. Así fue como conecté con Chabuca Granda, y luego conocí a Lucho González”, valoró. De ese encuentro salió ese himno folclórico latinoamericano como el “Detrás del muro….”
En el cierre del primer bloque, antes del intervalo, sonó “A rodar mi vida”, y ya la multitud fue puro salto, fiesta, y revoleo de sacos y abrigos por el aire.
Páez, con saco largo rojo sobre una polera amarilla y rutilantes anteojos al tono, se retiró de ese primer tramo para tomar aire, y ponerle una pausa a la algarabía ya desatada. Para el regreso, con cambio de look a un ambo gris verdoso, mas liviano, y con generosa chalina rodeándole el cuello, llegarían 10 temas más, incluyendo largas sesiones instrumentales donde descollaron principalmente su guitarrista Juani Agüero (“para los que dicen esa pavada de que el rock está muerto”, desafió Fito, en elogio a su músico) y la presencia de Emme, en voz y coros, con gran protagonismo sosteniendo el show.
Cuando llegó el tema 18 de la noche, el rosarino introdujo “a mi la vida me dio todo, pero siempre se empeña en darme algo más”, y presentó al uruguayo Rubén Rada “que vino a cantar”. Entre agradecimientos mutuos, hicieron una versión renovada de “11 y 6”, esa creación premonitoria de los años 80, que habla del amor entre dos chicos de expulsados del sistema, habitantes de las calles de Buenos Aires. Un representante de la negritud latinoamericana, como Rada, lució
adecuando para evocar “11 y 6”.
Tras cartón, para regocijo de los 11 mil presentes en el estadio cerrado mejor adaptado para la música de todo el país, Fito ofreció una versión extensa de otros de sus himnos, “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Fue cuando divisó a Nora Cortiñas (Madre de Plaza de Mayo) entre el público – la situación fue preparada, no fortuita-, y le dedicó el tema. El público mayoritariamente aplaudió, “todo esto es para vos, Norita”, le propuso desde el escenario el rosarino, brazos extendidos.
La sobreviviente de la dictadura de los años 70, con su pequeña humanidad, y sus 92 años, agradeció y disfrutó.
Para los últimos cinco temas, incluidos los bises, Fito convirtió en el estadio en una hoguera de placeres; con “Circo beat” dividió al Movistar en dos, en un juego de letras y coros, que por supuesto los fans tomaron apasionadamente. Después, llegó la explosiva “Ciudad de pobres corazones”, ilustrada con una pantalla móvil detrás de los músicos al modo de un “mapping”, que recorría la ciudad de Buenos Aires, nocturna y en movimiento. Fito terminó abrazado a su guitarrista, en el piso, en un extendido final del tema más rockero del recital.
El final, sobre las doce de la noche, y a dos horas y media del inicio de la fiesta, fue para “Dar es dar” y el cierre para la emocionante y festiva “Mariposa tecknicolor”, nave insignia de "Circo Beat", y que tiene a la ciudad de Rosario como motivación principal. Y una mención a este diario, “la tribuna grita gol el lunes por La Capital”. “Llevo la luz cantante, llevo la luz del tren, llevo un destino errante, llevo tus marcas en mi piel, y hoy sólo te vuelvo a ver”.