Cinco mil almas esperan por alegría en su corazón en el Anfiteatro. Fito Páez está por subir a escena a presentar “El amor 30 años después del amor” y es imposible no pensar en “¿cómo era yo en 1992 cuando sonaban estas canciones?” Hay quienes estarán casi igual, con más canas, algunos logros y otros fracasos mientras están transpirando la remera en este tórrido diciembre; también quienes corearán estos clásicos del rock argentino abrazados a sus hijxs, con una equis que hay que celebrar ya que 30 años atrás la diversidad sexual era impensada; y también habrá quienes se abracen a la nostalgia porque ya no tienen ese ser amado que hacía la segunda voz en “Pétalo de sal”.
En ese contexto festivo y emotivo salió Páez el jueves 8 de diciembre, ante un explotado auditorio en el escenario del Parque Urquiza, a ofrecer el primero de los tres shows que hará en Rosario (el sábado es el segundo y el domingo el tercero, todos con entradas agotadas) para homenajear tres décadas de “El amor después del amor”, el disco más vendido de la historia del rock argentino.
La previa fue con Coki Debernardi acompañado de Ricardo Vilaseca y Barfeye, en un set que incluyó un puñado de clásicos de su discografía, en versiones remozadas e intimistas, que cerró con “Alguien en el mundo piensa en mí”, de Charly García en su etapa Say no More.
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Foto: Marcelo Rubén Bustamante / La Capital
Fito salió a escena delante de una pantalla roja con “El amor 30 años después del amor” en letras gigantes. Y a su lado la banda que lo viene acompañando con creces en esta etapa de su carrera: Juan Absatz (teclados y coros); Diego Olivero (bajo); Vandera (guitarra y coros); Juani Agüero (guitarra eléctrica) y Gastón Baremberg (batería); a quienes se sumaron una experimentada sección de vientos integrada por Ervin Stutz (trompeta y flugelhorn), Manu Calvo (trombón) y Alejo von der Pahlen (saxo alto y barítono). En voces se sumó Emme, quien careció de la explosión necesaria en temas clave como “El amor después del amor” o de la calidez y emotividad que requerían “Dos días en la vida” y “El muro de los lamentos”, por citar solo dos ejemplos.
Páez decidió tocar aquel disco emblemático -que en aquellos menemistas años 90 se presentó oficialmente en el estadio de Rosario Central- en el mismo orden en que estaban los 14 temas de la placa editada por Warner Music, que tuvo diez (¡diez!) cortes de difusión.
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Foto: Marcelo Rubén Bustamante / La Capital
En esa primera parte del show costaba entender que tantos buenos temas podían caber en un solo disco. Desde el hit con el pattern machacante de la canción que da título al CD, hasta la potencia rockera de “Tráfico por Katmandú”; o ese clásico con aire de tango que reflexiona sobre los caminos de la vida y de la fama (“Tumbas de la gloria”); hasta la declaración de amor a Cecilia Roth, leit motiv de este disco, en “Un vestido y un amor” o la festiva “La rueda mágica”, en la que es imposible olvidar las voces de Charly García y Andrés Calamaro, dos de los tantos invitados de lujo en esa placa.
Fito cantó relajado, disfrutando cada nota y cada arreglo. Fue el director de orquesta de una banda que tuvo un sonido perfecto, en una primera parte donde no faltaron los picos de emotividad, como ocurrió en “Brillante sobre el mic”, donde Páez pidió que el público encienda las luces de sus celulares en un ritual pagano inolvidable.
Las músicas, las letras y los arreglos de las canciones del disco homenajeado demostraron el alto nivel compositivo de Fito Páez. Los 14 temas gozan de buena salud, ninguna letra sonó fuera de época ni descontextualizada, estaba hablando de la misma Argentina, de los mismos amores, de los mismos desencuentros, de los mismos dolores, de las mismas ausencias, de los buenos viejos tiempos y de un presente que gira y gira como en una rockola gigante. Y fue desde ese lugar donde Fito invitó “A rodar la vida”, en el metafórico tema de cierre de la parte inicial del show.
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Foto: Marcelo Rubén Bustamante / La Capital
Diez minutos más tarde, con el reloj en cuenta regresiva, Páez y su banda volvieron más distendidos todavía y con ganas de seguir disfrutando de una fiesta en la que nadie quería ser el último en irse.
Los cinco temas que llegaron ahí fueron una caricia a los corazones. Primero fue “Tema de Piluso”; después esa epopeya dylaniana en la que Fito hace una declaración de principios titulada “Al lado del camino”; le siguió “11 y 6”, donde se pudo ver a Emme secándose las lágrimas de la emoción; continuó “ la psicodélica star de la mística de los pobres” de “Circo beat” y , más rockera que nunca con un encendido Juani Agüero en solos punzantes de guitarra, “Ciudad de pobres corazones”, delante de una pantalla con las imágenes de una Buenos Aires en blanco y negro que coqueteaba en el doble juego de asociaciones con Rosario por lo de “en esta puta ciudad”.
Los bises trajeron “Dar es dar” en una versión distinta, más potente, más rockeada; y “Mariposa teknicolor”, esa oda de Páez a la gente de su ciudad, en la que sonó más cercano que nunca eso de “y hoy sólo te vuelvo a ver”.
Fito lo hizo de nuevo: volvió una noche para dar esas canciones que te sacuden el alma, que te hacen saltar, lagrimear, rockear y revolear las remeras. Porque en esta Rueda Mágica “esta vida está hecha de cristal”. Y aún seguimos cantando, con el cristal apenas roto, destrozado o indestructible, porque, como dijo Páez, “hay recuerdos que no voy a borrar”.