Apadrinada por Martin Scorsese, la argentina Celina Murga pisa fuerte en la carrera por el Oso de Oro (los premios del Festival de Cine Internacional de Berlín se harán público hoy) con su drama familiar “La tercera orilla”, que tuvo en la Berlinale su estreno mundial en el transcurso de la semana que terminó.
El director de “El lobo de Wall Street” ejerce como productor ejecutivo en esta película que narra, casi a modo de documental, la búsqueda de identidad de un adolescente (Alian Devetac) frente a la tutela de un padre con una doble vida (Daniel Veronese).
En una entrevista con la agencia alemana DPA, Murga afirmó que desde “un lugar más consciente” también le interesa “contar una parte de Argentina que está muy poco contada, muy poco explorada”.
—La película refleja una sociedad muy patriarcal, marcada por la hipocresía y el qué dirán. ¿Cuál es el germen de la historia?
—Fue una suma de historias que fui escuchando respecto de estas situaciones de dobles familias, de hombres manteniendo dos familias paralelas. No sé si pasa acá (en Alemania), pero en Argentina y sobre todo en el interior del país no es tan difícil encontrar estos casos, y siempre me interesa entender cómo es la condición humana y cómo se generan los vínculos entre las personas.
—Y esta vez, frente a “Una semana solos” o “Ana y los otros”, los protagonistas son hombres.
—Fue un desafío que tomé deliberadamente. Me interesaba contar la película no sólo desde un punto de vista masculino, sino porque también tiene una arraigambre como muy masculina porque está hablando de lo que este padre pretende imponer a su hijo, de lo que un hombre debe ser según determinados parámetros.
—El protagonista, el joven Alian Devetac, nunca se había puesto delante de una cámara. ¿Por qué se decantó por él?
—Sí, en realidad Alian es músico. Estuvimos buscándolo más de un año y fue un caso muy gracioso: vino a acompañar al casting a un amigo, pero fue verlo ahí sentado y pensamos, ¡tenemos que hacerlo entrar! Había algo en su mirada que tenía que ser él.
—Parece que tiene cierta predilección por trabajar con actores no profesionales.
—Sí, es cierto. Por un lado, me interesa contar de una manera que se asemeja al documental en el sentido de captar una verdad en lo que filmo. Y me gusta encontrar personas que tengan puntos en común con los personajes, porque siento que aportan elementos de esa verdad profunda que aporta elementos muy ricos. Y por otro, está el lado humano, la relación que se genera creando juntos el personaje.
—¿Y en el caso de Daniel Veronese?
—Fue un golazo para mí. Tenía que ser alguien que pudiera entrar en este registro semidocumental que la película plantea, y esto hubiera sido difícil con un actor muy conocido. Y Daniel Veronese, que es un director teatral muy famoso, hacía mucho que no actuaba y nunca había hecho algo en cine. Pero es muy inquieto, muy ávido de nuevas experiencias, y enseguida hubo muy buena onda entre nosotros.
—Resulta curioso que la mayoría de sus películas estén rodadas en su Entre Ríos natal.
—Hay una necesidad en mí, que no la tengo muy racionalizada, pero tiene que ver con que las historias y los personajes que se me ocurren tienen esos colores, ese tono, ese registro. También hay algo de necesitar contar otra vez ese mundo, como una idea de volver pero para hacerlo desde otro lugar.
—Y mostrar, de paso, otra Argentina...
—Están las dos cosas. Por un lado, lo personal, lo íntimo. Pero desde un lugar más consciente también me interesa contar una parte de Argentina que está muy poco contada, muy poco explorada.
—Es pregunta obligada... ¿Cómo fue ser alumna de Martin Scorsese?
—La idea del guión de esta película ya la tenía, empecé la beca trabajando en el tratamiento del guión. Y como era un mundo totalmente masculino, él me ayudó un montón en eso, porque además de la mirada de un hombre tiene la capacidad de contar personajes socialmente cuestionables desde un lugar donde trata de evitar el juicio. Y eso me interesaba para el personaje del padre, porque tampoco quería que fuera un padre tirano.
—¿Y a nivel práctico, qué fue lo que más le aportó?
—Una de las cosas que más hablamos durante el rodaje de “Shutter Island” es que para un director es clave poder mantenerse enfocado. La gran tarea es no olvidarse de que esta escena es importante porque tiene que contar tal cosa. Ese consejo me volvió mucho durante el rodaje. El es una persona muy pragmática y todos sus consejos siempre eran como muy enfocados en lo humano y en cómo fortalecerse para seguir desarrollándose como cineasta.