Piazzolla es sinónimo de ciudad de Buenos Aires. El sonido del caos y el contrapunto, de las luces y sombras de la metrópolis. Con estos sonidos, a pura garra y mirada abismal, pintó la aldea y se hizo universal como pocos, desde esta capital del sur del mundo. Y como todo gran hombre dejó hijos buenos y bastardos. Su vida, como la de Borges y Cortázar, es una muestra de ese cosmopolitismo de los grandes artistas e intelectuales argentinos, a partir de su rítmica incisiva y sus desafíos artísticos. Porque hay un antes y un después en la música ciudadana tras "Adiós Nonino", "Milonga del ángel" o "Michelangelo". Pero no sólo de títulos emblemáticos se hace el artista sino de mojones en su breve o extenso recorrido. Los de Astor fueron su ingreso a la orquesta de Troilo cuando tenía apenas 17 obcecados años y ya se sabía de memoria todos los yeites tangueros; luego, su viaje a París en los años 50 para estudiar música clásica con Nadia Boulanger (Astor había tomado lecciones con Ginastera y lo apasionaban Bartok y Stravinsky). Le mostró su Sinfonietta pero la gran maestra le pidió que toque aquella música porteña y Astor le mostró en el piano "Triunfal". Ella dijo que ese era el Piazzolla que le interesaba, y le aconsejó que no abandonase nunca esa música. Otro mojón fue cuando regresó a la Argentina en 1957 y fundó el Octeto Buenos Aires, con Stampone al piano, y luego al despuntar los años 60 la aparición del primero de sus quintetos.