Julio Chávez es el gran actor argentino. La misma profundidad que le da a sus personajes y la variedad de matices que utiliza para expresar lo que sienten sus criaturas también lleva una correspondencia con el modo de contar lo que piensa. Es lógico, ese hombre que emplea mil gestos para transmitir un sentimiento echará mano a mil palabras para comunicar lo que le pasa por la cabeza. Así es Chávez, no podía ser de otra manera, y así se muestra en este reportaje con Escenario en la previa de “Red”, la obra teatral que protagoniza y que lo traerá al Auditorio Fundación, el próximo viernes y sábado en el inicio de la gira nacional de la obra dirigida por Daniel Barone.
Chávez se muestra reflexivo y tan cercano como lo fue José Chokaklian, en “Tratame bien”; El Gitano Perotti en “El puntero” o Guillermo Graziani en “Farsantes”. Ahora va por la piel de Mark Rothko (1903-1970), un artista emblemático del expresionismo abstracto, que consigue el mayor encargo en la historia del arte moderno: una serie de murales para el prestigioso restaurante Four Seasons en el edificio Seagram de Nueva York. En la “Red”, junto a Ken, su asistente (Gerardo Otero), ese hecho lo topará ante su declinación como artista y la proximidad de la muerte. “Es mucho más orgánico mutar que mantenerse en la naturaleza de uno”, dijo el actor.
—En el caso de Rothko, él tenía una formación política importante, él era comunista y participaba del movimiento, y entendía que debía de alguna manera cumplir en sus pinturas con algunos principios suyos. El entró en contradicción, en una especie de idealización, al creer que su obra iba a poder realmente conseguir su propósito, que era despertar a aquellos que iban a comer a un restaurante carísimo, que los iba a despertar y hacer tomar conciencia. Y en realidad comprendió finalmente que no es así, era una locura suponer eso. Y después entró en una depresión fuerte, pero no producto de su contradicción entre los principios que tenía, sino lo que a él le sucedió es que apareció una generación de pintores que comenzó a tomar un lugar de significación y que no tenía nada que ver con lo que él creía que eran los principios del arte. Entonces aparecieron pintores que él consideraba como momentáneos y absolutamente superficiales, como el caso de, entre otros, Andy Warhol, y le sacaron la corona a él y a muchos de sus colegas. Parte de la obra que presenta “Red” es justamente eso: es la inevitabilidad de que el hombre quiere perpetuarse en la vida y en el tiempo y mantenerse estable.
—Una problemática existencial, y desde ya más profunda y compleja, digamos.
—Es como si el hombre pudiera decirse al tiempo «detente», pero el tiempo avanza y el hombre va cayendo en ese avance, inevitablemente, para que otros hombres inicien la carrera y también cumplan ese ciclo. De manera que él habla todo el tiempo de lo que llama un perpetuo movimiento: creación-maduración-muerte. Y es inevitable ese proceso, lo que pasa es que, como buen artista y ser humano que es, él cae en una trampa y es creer que su obra se escape de esa inevitabilidad del tiempo, y que su obra se va a perpetuar, pero descubre que no es así, aún la obra más viva tiene en su interior el germen del tiempo y de la muerte. Por eso para nosotros, “Red” no habla solamente del arte, sino del arte, de la existencia, habla de todo ser humano que cuida hasta su coche creyendo que es el mejor coche del mundo, y pasó el Chevrolet 38, pasó el Chevrolet 56, y el coche ahí queda detenido en el tiempo, algunos los pueden cambiar y no les importa, y otros se resisten al cambio, porque consideran que su Chevrolet es “El” Chevrolet. Entonces eso hace que para nosotros el material de “Red” sea un material que trascienda el problema del arte y que también lo ubica en la existencia de cualquier ser humano, el ferretero que tiene su ferretería y le abren enfrente a una ferretería más moderna y siente que la gente empieza a elegir al ferretero de enfrente, porque la ferretería es más moderna. Y lo ves en la puerta mirando cómo el mundo no le fue generoso, digamos. Pasa con los padres, pasa con los hijos, hay padres que no reciben realmente lo que han dado, pasa con los profesionales que han entregado su vida a un cierto oficio y finalmente reciben una jubilación que no es la expresión de todo lo que ellos han dado. Entonces “Red” habla del arte, sí, pero también habla del hombre, del tiempo y de la tragedia inevitable en la que el tiempo ubica al hombre en la inevitabilidad de la muerte.
—La obra lo confronta a Rothko con su verdadera identidad. Para alguien como vos, que tenés una exposición pública por tu oficio, ¿también es una batalla diaria el defender la identidad contra la imagen mediática que tienen de vos, o no hay tanta diferencia entre una cosa y otra?
—Bueno, emmm (piensa). Te voy a responder como te respondería Rothko: “Una obra vive al mostrarla y muere por la misma razón, al mostrarla”. Es un acto riesgoso enviarlas al mundo, entonces como uno hace actos en el mundo, esos actos no son siempre leídos de acuerdo a lo que vos pretendés. Y eso a veces es inevitable, vos hacés algo y lo mediático lo transforma, lo lee o lo comunica de una manera en la que vos no te sentís expresado. Yo intento dentro de todo establecer la relación con el mundo a través de lo que es mi obra, pero a veces hay hechos que trascienden, o que van paralelamente y que empiezan a ocuparse de otras cosas que no considero que es mi obra, pero no puedo evitar que otro ser humano lo lea. Yo soy de la idea de establecer en el contrato y la prestación de servicio con lo que he contractuado, que es mi trabajo. Con el resto, todas las cosas que puedan parecer paralelas, mediáticas, a veces se padecen, otras ni me entero y sé que existen, pero mi compromiso y mi firma están puestas bien o mal en lo que intento producir como artista. Pero no establezco una guerra contra las otras manifestaciones. Entiendo, como hombre adulto que soy, que existe lo mediático y otras posiciones, pero no me ocupo de luchar contra ellas, intento solidificar mi compromiso por mi trabajo.
—¿Qué punto de contacto existe entre el Rothko real, el Rothko que representás en la obra, y vos, que también sos artista plástico?
—Mirá, lo que pasa es que el teatro por suerte siempre te permite establecer una especie de matrimonio entre tu instrumento, tu psicología, tu naturaleza y la naturaleza de la partitura. Nunca es puro, nunca es el actor en su naturaleza pura, ni tampoco nunca es la partitura pura, sino que está intervenida por un ser humano. En este caso, a mí me ha tocado en suerte ocuparme de intervenir este material con mi naturaleza, y también se ve intervenido por mi conocimiento de la pintura, y mi pintor y mi actor se ven intervenidos por una partitura que le da letra y que me permite articular la obra en muchos aspectos de la existencia que hasta el momento no había articulado. Es una especie de prestación de servicios, uno entrega el alma y el cuerpo para que el material hable, y el material se te presta a vos para que tu alma también pueda hablar.
—¿Qué tan lejos o cerca te sentís entonces?
—Son dos lenguajes que establecen un matrimonio, hay aspectos del material que yo me siento muy alejado. Yo no tengo la manera física que he construido de Rothko, no soy tan cabrón como es Rothko, soy cabrón pero no tan cabrón. Rothko es muy deprimido en el fondo y bastante melancólico, y yo no lo soy, pero he podido abundar un poco en la melancolía gracias a Rothko. Son viajes que uno hace en la experiencia humana que no pertenecen al paisaje cotidiano de uno pero que sí te permiten visitar otros paisajes. Así que hay una mezcla de cosas que Rothko me ha prestado y otras que yo le presto a Rothko. Rothko necesita una voz para hablar y mi alma también necesita una voz para hablar y nos la vamos prestando de a ratos.
—En “El otro”, la película de Ariel Rotter que protagonizaste, tomabas la identidad de otra persona y terminabas encontrando tu verdadera identidad. ¿Considerás que mutar es una condición para poder encontrarse?
—Mirá, para mí, es mucho más orgánico mutar que mantenerse siempre en la naturaleza de uno. Esto que llamamos identidad, nombre de uno, casa de uno, lo que yo soy, muchas veces pienso que es como un carné, y que tendría que ser como el yogur, que cada tanto se debería chequear cuál es la fecha de vencimiento (risas). La mutación, en mi caso, es una posibilidad que forma parte del oficio que hago. Cuando veo otros seres humanos, muchas veces me pregunto cómo hacen para articular y expresar tanto contenido que tienen. Y a veces la vida es tan pequeña, tan estrecha, es como un vehículo muy pequeño para la cantidad de personitas internas que debemos transportar.
—¿El oficio de actor te facilita este estado orgánico de mutar?
—Por suerte tengo un oficio que me permite cada tanto correrme y que mi transporte tenga más espacio para que entren más vivencias. Yo lo encuentro fascinante y me parece que además es lo más humano del mundo, porque me parece que si así no fuese, si el hombre no tuviera como necesidad la de mutar, la de hacer de una palabra varios sentidos, no existiría la literatura, no existiría el cine, no existiría el teatro, no existiría la pintura. Justamente parte de lo que el hombre le ofrece al hombre son los lenguajes para que pueda viajar y pueda irse hacia otros lugares. Entonces la necesidad no es solamente la del artista, la necesidad es la del espectador también, porque cuando vos ves a una señora de 70 años que siente algo mirando una telenovela, esa persona está mutando en ese momento, es parte de un viaje de mutación. El hombre generalmente es el único animal que se disfraza, por algo es así, por algo tiene caretas, porque es parte de su lenguaje, y le gusta cambiar. Incluso dentro de una vida muy sencilla, al hombre le gusta cambiar la disposición de los muebles, le gusta poner una maceta, el hombre cambia, le gusta mutar. Por suerte tengo un oficio en el que me pagan por mutar, así que imaginate la suerte que tengo.