Tortura, justicia y memoria son los principales ejes de “La muerte y la doncella”, que sube a escena hoy, a las 21, y mañana, a las 20, en el teatro La Comedia (Mitre y Ricardone). La obra, con dirección de Javier Margulis y un elenco compuesto Marcela Ferradás, Horacio Peña y Carlos Santamaría, fue escrita por Ariel Dorfman luego de conocerse las resoluciones de la Comisión Chilena de Verdad y Reconciliación con el objeto de esclarecer la verdad sobre las graves violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile durante la dictadura pinochetista.
En este marco histórico se desarrolla “La muerte y la doncella”, que plantea el encuentro de una víctima de la tortura con el hombre que cree la ha torturado. Paulina Salas, una mujer de unos 40 años, su marido, el abogado Gerardo Escobar -elegido para integrar la Comisión e interpretado por Santamaría-, y el médico Roberto Miranda, son los personajes que desarrollan la acción.
Distinguida con el premio Lawrence Olivier en Londres en 1991, esta obra, que se ubica entre las chilenas más representadas en el mundo, conoció el éxito en Broadway y fue llevada al cine por Roman Polanski.
—¿Desde qué lugar está contada esta historia?
—Es la obra de teatro chilena más representada en el mundo, está muy bien escrita. La historia está situada en Chile, en el momento en que cae Pinochet y comienza la democracia. En cuanto al argumento, mi personaje es Gerardo Escobar, que está casado con Paulina Salas, una mujer que ha sido violada y torturada por los captores hace bastante tiempo. Mi personaje viene de tener una reunión con el presidente que le ofrece un cargo en la Comisión investigadora. Se le pincha un neumático y un hombre lo ayuda, lo lleva a su casa y se va. Pero al rato vuelve porque se dio cuenta que se quedó con la rueda en el auto y el tipo lo invita a dormir. En ese momento, la esposa reconoce la voz de su torturador y quiere hacer justicia por mano propia. En Chile sólo se podían juzgar los casos de muerte con presunción de muerte. Pero si habías pasado por la situación del personaje que hace Marcela Ferradás, que fue violada y torturada, no tenía sentido denunciar a nadie. Entonces convivían víctimas y victimarios. O sea, ibas a un concierto y te encontrabas con el tipo que te estuvo picaneando. En ese sentido, Argentina es el único país de Latinoamérica que hizo justicia con los crímenes de lesa humanidad.
—¿Qué te atrapó de este proyecto?
—Me atrapó la obra porque está escrita como un policial, con la excelente pluma de Ariel Dofman, y te deja reflexionando sobre la justicia y el perdón. Hemos hecho funciones por toda la Argentina y en el Cervantes, y la palabra que más me han dicho es que los conmueve.
—¿Qué respuesta tuvieron luego de las funciones por todo el país?
—Una vez vino una chilena a ver la obra y nos esperó a la salida del teatro para decirnos que la disculparan, que le daba vergüenza que todo eso haya ocurrido en su país. Me pareció impresionante. Creo que en Argentina hay mucho partidismo, todos están de un lado o del otro. En ese sentido, la obra fue escrita por un chileno en 1991, después de que nosotros empezamos a hacer juzgamiento a los militares. No es una obra que escribió un kirchnerista, entonces eso hace que la gente aprecie las cosas desde otro lugar. Lo bueno de esta obra es que es universal, rescata la humanidad de los personajes y la analiza desde un lugar no partidista, entonces le llega a mucha más gente. Esto puede pasar en cualquier lugar del mundo, tiene mucha actualidad.
—Es una obra que intenta mostrar las heridas que quedan de estas situaciones y destaca la importancia de la memoria...
—Absolutamente. Mucha gente joven conoce lo que pasó pero no tiene una real conciencia, porque les cuesta mucho ubicarse en una situación de tanta injusticia. Entonces esta obra hace que la gente joven tome conciencia de lo que pasó desde el punto de vista humano, no político. Durante la gira, en todos los lugares en los que hicimos funciones, había alguien que venía a saludarnos que estaba relacionado con un desaparecido. En Villa Dolores fue a vernos una mujer que había dado a luz en cautiverio y un ex milico que estaba en proceso de juzgamiento. Ambos en la misma sala viendo la misma obra, un delirio.