El estreno de “La crónica francesa” venía precedido de una gran expectativa. En primer lugar porque se demoró mucho debido a la pandemia, y en segundo término porque es una película firmada por Wes Anderson, que en los últimos años viene despertando tantos elogios como polémicas. Si algunos cuestionaron al director texano por el recargado regodeo estético de “El gran hotel Budapest”, bueno, sólo esperen a ver “La crónica francesa”. No es que Anderson se haya olvidado de contar historias o de crear personajes inolvidables (en “Moonrise Kingdom”, de 2012, todavía podía hacerlo perfectamente), pero ya es evidente que el realizador de “Los excéntricos Tenembaum” ha preferido encerrarse y cuidar con esmero su casa de muñecas, con sus elaboradísimas puestas en escena y sus guiños cinematográficos. Su nueva película es básicamente eso: una obra que se disfruta al máximo en los detalles, pero que en esencia pierde su centro.