El actor, director y dramaturgo porteño Néstor Caniglia es el encargado de poner en escena la nueva versión de "Borges y Fontanarrosa en un bar del paraíso", la obra escrita por el rosarino Dali López. La pieza propone el encuentro de los dos artistas en la mesa de los galanes, acompañados por Cachito, uno de los mozos históricos del antiguo bar El Cairo y la famosa mesa de los galanes. Caniglia destacó los diferentes "planos de comprensión" de una comedia que, además de la amistad y el fútbol, reúne a "personas diferentes que pueden llegar a aprender unos de otros", algo que le interesó en el marco del "momento histórico" que atraviesa el país. La pieza, que se reestrena con nuevo elenco, es interpretada por Ignacio Chazarreta, Edgardo Francés, Norberto Gallina, Dali López, Gabriel Rocca, Luciano Temperini y Christian Valci, y se presenta hoy, a las 21.30, en el teatro La Comedia (Mitre y Cortada Ricardone).
—Me convocó el autor y uno de los actores, Dali López, junto con Horacio Aguilar que nos ayudó en la producción. Nos conocemos hace bastante tiempo pero nunca habíamos trabajado juntos. Como actor estuve haciendo funciones en enero con "La denuncia", y ahí aproveché para ir haciendo una especie de casting para conocer a los actores que podían hacer la obra. Cuando me la dieron para leer me encantó.
—La obra tiene muchos planos de comprensión, el público puede encontrar cosas muy llanas, claras, lineales, y quien quiera y pueda tiene muchas más capas para ir descubriendo cosas más sutiles. Sobre una base de relatos, llamémosle populares, hemos trabajado en las actuaciones y en la manera de contarla con mucha profundidad o buscando maneras no obvias de resolver los conflictos, hay una búsqueda artística en serio. Desde el primer día de ensayo hemos trabajado la línea menos obvia aunque sean un relato claro y llano y entendible de por todos. Como uno de los personajes es Borges, hay citas o textos de él, y quien vaya va a encontrar otras capas de comprensión y de disfrute. También hay algo que tiene que ver con la vida y la muerte; el encuentro de gente diferente que puede llegar a aprender unos de otros. Eso a mí me interesó especialmente. En este momento histórico que estamos viviendo me parecía una buena lectura. También habla del amor de los amigos de verdad y no de los virtuales o los de Facebook, este mundo líquido y liviano. Acá los amigos se hacen y también es una de las premisas de la obra, no remarcándola, sino mostrándolo y haciéndolo funcionar. Es la relación de amistad, el cariño de bancarse, de extrañarse, el sentido profundo de amistad que muchos hemos vivido y que con el tiempo se ha modificado o diluido un poco.
—¿Cómo ves este momento histórico?
—Es más una sensación que una intelectualización. Creo que las personas tenemos muchas cosas en común. En un sentido, y quizás forzando un poco el ejemplo, somos todos más o menos lo mismo. Nos mueven las mismas emociones, pero lo que pasa es que estamos ecualizados de acuerdo a la educación, a la cultura, al recorrido que hayamos hecho en la vida. Esa ecualización da un cóctel distinto, pero tenemos todos los mismos ingredientes. Me parece que el encuentro de las personas, por ejemplo no solo Borges con Fontanarrosa para dar un ejemplo claro, dos mundos unidos por lo sensible pero no por académico y más popular, el uno aprende del otro bidireccionalmente. Borges aprende de los muchachos que están en el bar, de los vivos, y los vivos también reciben alguna enseñanza de Borges por elevación porque no tienen contacto directo los personajes. Estos cruces de personajes aparentemente diferentes les permite la posibilidad de aprender unos de otros.
—¿Se perdió la mística de los amigos del bar tomando café hasta las 4 de la mañana?
—Yo tuve la suerte de haber conocido al Cairo viejo, la gente de la mesa. Cuando fueron a la La Sede tuve la fortuna de haber estado ahí también solo de escuchar y ver. Yo tuve un grupo de humor que se llamó Los Quelonios con el que fuimos muchas veces a trabajar y también tenía amigos que pertenecían a ese círculo de la mesa de los galanes me permitió tener algún cruce casual e inolvidable. Hoy encontrarme con este material también es un reencuentro con eso. No para reflejarlo porque la obra no es un hecho periodístico, sino que es el contexto en el que se encuentran estos personajes para contar esta historia.
—¿Qué diferencia a los amigos de Facebook de los del bar?
—El bar es otro contexto. Yo no fui muy de bares pero sí tuve los amigos del barrio y de muchos años. Posiblemente haya muchas cosas de lo cotidiano que no compartamos pero es increíble cómo a pesar de los caminos distintos que agarramos, nos encontramos y sabemos que si alguno necesita algo los otros van a estar para bancar. Estos son amigos que se encuentran en un bar, no son amigos del bar o del club, que es la versión antigua del amigo de Instagram. Es la familia elegida en la cual uno se apoya. Cuando hablo del amigo de Facebook es como si uno hablara de los taxistas. Yo no soy muy amigo y tampoco enemigo de las redes, pero que en las redes hay solo emisores. En todo caso el otro me sirve o está a favor o en contra, pero no hay intercambio, una relación de afecto, de ida y vuelta. Quizás nos volvimos un poco de solo emitir. Que lo importante es exponerme, emitir y que se me escuche, no el intercambio. Casi que haría un forzado paralelismo con el teatro. Uno podría pensar solo en la parte que uno quiere mostrarse, que lo vean y que lo aplaudan pero para mí si no hay un fondo artístico y querer comunicar algo profundo, no intelectualoso, sino algo de verdad, sincero, honesto, difícilmente lo pueda hacer si es sólo por el pavoneo en el escenario, por el halago, el aplauso. Para mí si no hay un anclaje primero en lo personal, lo humano y la propuesta me resulta muy difícil trabajar. Pero tiene algo que ver con eso, con el ida y vuelta, con proponer algo para que vuelva algo, y que no sea mírenme y chau y ahí se me termina el placer.
—¿Qué relación encontrás entre los universos literarios de Borges y Cortázar?
—Aunque escribo dramaturgia, no me considero de ninguna manera un literato, pero sí diría que lo que los une trasciende lo literario. Borges, además de lo académico, estaban en zonas de barro, con lo cuchilleros de Palermo, se juntaba con Bioy para criticar gente o hacían poemas escatológicos que es la parte no conocida, qué parte humorística, picante o soez tenía Borges que no es la más conocida y ahí se une con cualquier mortal como nosotros. Y sobre Fontanarrosa sería redundante decir algo y siempre uno se quedaría corto. Pero el punto está en el encuentro humano y personal. Después cada uno elige como puede el mundo que quiere expresar o el recorrido cultural que hizo.
—¿Cómo definís el universo de Fontanarrosa?
—Diría que es casi complementario a eso. Lo aparentemente popular, más claro, llano y claro con unos condimentos de profundidad que a veces a mucha gente se le pasa derecho porque lo inmediato es muy claro y muy disfrutable, pero tiene cuestiones existenciales mucho más profundas para el que quiera o pueda percibirlas. Pero es lo complementario de lo que decía de Borges. Posiblemente eso es lo que haga que estos dos personajes se junten primero con distancia y después terminan disfrutando de haberse conocido.
—¿Qué tiene su obra de Fontanarrosa para seguir vigente?
—Ojalá que siga por muchísimos años más. Son épocas de cambios culturales que no sabemos para dónde van. Creo que hay temas que siguen siendo universales aunque cambien los formatos. Seguramente los primeros cuentos que hablaban de hinchas de fútbol tienen algo que ver un hincha actual, y por otro lado es otro planeta. Un hincha de fútbol actual con otro de varias décadas atrás, hay algo que lo mantiene vigente, pero es otra cosa. Lo que los une es que siguen siendo amantes del fútbol pero ves como resiste el tiempo esos mismos conflictos. Por supuesto la mirada adelantada de muchas cosas. Tenemos una larga tradición de gente que ha hecho historieta o humor gráfico desde los primeros años del siglo XX con un nivel que hoy serían modernísimas e innovadoras. Creo que en Fontanarrosa eso queda oculto por la masividad que tiene y la masividad a veces hace que se pierdan de vista algunas cosas, pasa en la música y en un montón de cosas. Como Manzi o Troilo que fue popularísimo pero lo escuchás y te das cuenta que hay música, no hay solo música popular.
—¿Qué riesgos implica representar personajes con imágenes tan populares?
—Hay una verdad escénica y una verdad poética. No me interesa hacer periodismo cuando hago teatro. Es una verdad poética y uno quiere contar algo. Cuando hicimos "Manzi, la vida en orsai" yo hacía tres personajes muy diferentes a mí, pero ese era el desafío. Uno de los que hacía era Pichuco y me decían que habían visto a Pichuco, y no estaba disfrazado de Pichuco. Acá Borges y Fontanarrosa tienen algún anclaje visual pero estás contando más su alma que su foto. Con Manzi nos pasaba un poco lo mismo. Si bien era obra sobre documentación real, era una historia en la que contábamos la vida de este poeta tremendo que sufrió, gozó, la vida, la política. Y acá tenemos a Fontanarrosa y Borges reunidos en esa obra en la que intentamos meternos con su almita más que con su biografía. Porque es es un encuentro virtual porque comparten el bar pero están en un plano que ya se fueron, además de Cachito, un mozo histórico del Cairo viejo. Pero acá lo importante es que son los amigos que extrañan al amigo que ya se fue. Ni siquiera al amigo famoso. Es un amigo.
—Trabajás en teatro, y también en películas, como "El ciudadano ilustre", o en series populares como "El puntero" o "Farsantes". ¿Cómo se adecúan el cine, el teatro y la televisión ante el avance de opciones como las plataformas de streaming?
—Creo que asistimos a un enorme cataclismo de un mundo viejo, que estamos recién empezando un movimiento que no sabemos dónde se va a acomodar y el mundo nuevo recién está empezando a aparecer. Pero creo que ninguno se cae. Sí va a cambiar de tamaño y algún formato, pero ya pasó cuando se decía que el cine iba a matar al teatro, y no ocurrió; que la tele iba a matar a las radios o que el cable iba a matar otros medios. Es un mundo dinámico, como las relaciones personales.