Alfredo Casero presentó el sábado pasado "¿De qué no se puede hablar?"en el teatro Broadway mostrando sus virtudes y su vigencia. Fiel a su impronta, transitó los roles de actor, cantante, clown y contador de historias. Fue recibido con mucho afecto y pidió que no lo filmen. "Quiero laburar para vos, no para tu teléfono", solicitó con firmeza y cariño. Si bien la sala del Broadway le quedó demasiado amplia, enfrentó ese marco recorriendo la platea acercándose a la gente para contarle las historias en un formato de intimidad.
Diego Rivas cumplió el rol de presentador y cantante en un inicio de un show multimedia de alto impacto visual que incluyó canciones y videos de animación. Yendo y viniendo permanentemente del escenario a la platea, Casero relató su historia reciente, habló de su delgadez, de su superado problema de salud y criticó a la televisión, siempre en clave de humor.
Casero no necesita una dramaturgia que lo sostenga. Su impronta en escena va construyendo el contenido y el objetivo de provocar la risa se cumple eficazmente, ya que cuenta con un ingrediente fundamental: la complicidad del público.
El primer bloque del show finalizó con un guiño a "La peluquería de Don Mateo", cantando "Largo al factotum", la popular aria de la ópera "El barbero de Sevilla", con imágenes en pantalla de la peluquería de Fígaro.
La tónica del absurdo hizo que en un mismo párrafo coincidieran Sartre, la industria aeronáutica, el espacio y las empanadas. Fue intercalando ficción con realidad y llegó a proponer que el CCK se re-denomine Juan Carlos Pérez Loizeau. También mencionó confusamente unos bolsos en un convento, en alusión al caso protagonizado por José López, secretario de Obras Públicas del kirchnerismo, que tomó estado público el año pasado.
Autorreferencial y sincero, recordó anécdotas de su vida artística: "En un afiche me tildaron de facho y la verdad que estuvo genial ese panfleto". Mientras comenzó a asomarse "Señorita Kinky" (una perrita que parecería entrenada para actuar), se dispuso a reflexionar sobre los efectos que producen las ofensas en tiempos de libertad.
Preguntó "¿de qué no se puede hablar?", defendiéndose de los ataques recibidos últimamente. Lanzó frases sueltas que no ocultaron lo que necesitaba comunicar: como "hubo problemas con unos cuadernos?", o "hay actores que me odian porque no soy K" y "nunca recibí plata del Estado". Finalizó el tramo reflexivo reivindicando a su célebre "Cha Cha Cha": "Era un programa político, les decíamos a los televidentes que no les crean a esos hijos de p..."
Varias historias quedaron truncas por abrir tantas ventanas, justamente. Comenzó quejándose por una nota de una periodista rosarina y hasta ahí llegó. "La imagino petisa", dijo en el show . "Trató de hacerme pisar el palito preguntándome sobre temas de candente actualidad", contó después en un breve diálogo con este cronista.
En un momento desopilante, Casero había prometido cantar una obra barroca y se olvidó. "Cómo odio el orden", dijo antes de cantar ""Sé que me muero", de la ópera "El burgués gentilhombre".
"Gracias por venir hoy, me encantó estar con ustedes", lanzó antes de cantar a pedido "Shima Uta", la canción japonesa con la que ganó tres Premios Gardel. Para el bis eligió "Hana", sumando una improvisada coreografía que produjo las últimas risas. Se despidió con un "Gracias rosarinos de mi alma", completando dos horas de un show sin red que conformó a todos.
Olvido risueño
Con la estética de "Cha Cha Cha", Casero incluyó un creativo audiovisual protagonizado por "Rolo, el oso de Avellaneda" y a una dama del público como partenaire en una canción. Perdió el hilo y trató de retomar relatando historias de conflictos con suegras y madres, tratando de ordenar su mente. "La culpa es de la medicación", justificó entre carcajadas.