Pocas cosas en el mundo pueden llegar a ser más fuertes que el amor del padre hacia una hija. Y eso se respira, se huele, se siente en la película de Charlotte Wells, una joven cineasta escocesa que ya puede vislumbrar un futuro promisorio en la industria con esta ópera prima que tiene una virtud: parece que no cuenta detalles de nada y lo dice todo. Quizá ahí está el mayor logro de este film, en el valor de lo no dicho, ese espacio gris donde habita lo que supuestamente quiso decir la directora y lo que el espectador o la espectadora imagina. Vayamos a la trama. Calum (Paul Mescal, ese brillante actor irlandés de la serie “Normal People”) decide ir de vacaciones con su hija Sophie, de 11 años, a un hotel de pocos lujos en Turquía. Calum vive en Inglaterra y su hija en Escocia, con su mamá, separada de su papá aunque no enfrentada. Es la década del 90 y Sophie está en plena etapa de descubrimientos. En una típica trama que se podría ver como un coming of age, la niña se va convirtiendo en mujer, coquetea con algún turista adolescente del hotel, se hace preguntas existenciales mezcladas con las más superficiales. Está creciendo y lo tiene a papá al lado, que le dice que está disponible para ella, que puede contar con él para hablar de todo, pero se nota que está destrozado, que acuna varios fracasos, que no está satisfecho con su presente, pero no puede revelárselo a esa hija que tanto ama. “Aftersun” se va configurando en tres líneas narrativas: la de Sophie a los 11 años, la de Sophie ya adulta, y los videos caseros de ese viaje a Turquía, que es el nudo de la trama. En esos intersticios va tomando forma la historia, que es la de ayer, que es la de hoy y quizá la de mañana. Porque ese amor de padre a hija es correspondido por esa hija niña, y también por Sophie grande, quien revisita esa relación y necesita saber quién era ese papá para determinar también quién y cómo es ella ahora. La que despierta junto a su novia y sigue imaginando que está en una discoteca bailando con su papá. Un baile que se emparenta cuando hacían morisquetas juntos en aquel hotel de mala muerte, pero en donde aquella niña llegó a desear que esas vacaciones no se terminen nunca. Hay una imagen que pinta la esencia de la película. Y es cuando Calum llora desconsoladamente en la cama, en la más absoluta soledad, mientras su hija está jugando en la pileta o donde sea. ¿Por qué llora? ¿Qué le pasó? Nunca se dice, ni se dirá. La realizadora perdió a su padre cuando era una adolescente y quizá ”Aftersun” acciona como un homenaje a lo que vivió con él o lo que pudo haber vivido. La película interpela e invita a revisar los propios vínculos parentales. Y entender que los amores profundos tienen vida eterna.