Adrián Iaies fue revelación del jazz porteño de fines de los 90. El pianista mimado que versionaba standars y que, al mismo tiempo, podía mostrar una cara distinta de tangos como "Caminito", "La casita de mis viejos" y tantos otros, en aquellos años de fulgor jazzero solía tocar una o dos veces por año en algún teatro de Rosario. En los últimos años el mar se calmó. "Es cíclico, va y viene", dice Iaies para explicar la realidad del circuito jazzero en Argentina.
"No somos rendidores como los rockeros, políticamente hablando, ni tenemos el beneficio del turismo, como el tango. Hace más de 60 años que se toca jazz en la Argentina. Y eso no va a cambiar", explica el músico que, una vez más, regresa a Rosario. Adrián Iaies actúa hoy a las 19.30, en el ECU (San Martín 750) presentando su proyecto "The Raymond Carver Duo" junto al contrabajista Juan Bayón, para el cual escribió un repertorio completo de música original. El concierto tendrá entrada gratuita.
"O sea, no sólo pensé en el formato sino en el socio. Juan es un gran conversador. Un músico ideal para tocar a dúo, y yo disfruto los dúos muy especialmente, como músico y como melómano. Tengo muchísimos discos de distintos tipos de dúos y los de piano y contrabajo están entre mis preferidos. Jarrett con Haden, Kenny Drew con Pedersen, los de Haden con Barron o con Hank Jones, todos los que grabó Red Mitchell y, claro, lo del Duke con Blanton", asegura Iaies a La Capital.
—En tu nuevo disco, "Cada mañana te trae", abandonás el trío típico de jazz y reemplazas la batería por la trompeta, ¿fue una apuesta fuerte desde lo tímbrico?
—No es que reemplace nada. Más bien me gusta presentar ese grupo como un "cuarteto sin batería", más que como un drumless trío. La música del disco es muy swinguera, muy jazzística, en el sentido mas tradicional, en la onda de los tríos de Chet Baker o de Jimmy Giuffre. Al no estar la batería el tempo se vuelve más flexible, es como que lo vas negociando con el contrabajo y con la trompeta. Pero no es música "abstracta", por decirlo de algún modo... Y tímbricamente claro que cambia. Porque de algún modo yo estoy confiando una parte importantísima y que a mí me gusta hacerlo por mí mismo a la trompeta, el rol melódico. Pero Mariano Loiácono es mi músico de jazz preferido, así que estoy chocho con el resultado.
— Además, todas composiciones propias, ¿cómo fueron pensadas?
—Es un repertorio completo que escribí en cuatro o cinco meses. De hecho, dejamos afuera casí tanta música como la que incluimos. Yo estoy muy abocado a componer y tocar mi propia música en los últimos años. Me gusta versionar otras cosas, tengo un gusto particular por la música argentina y me gusta tocar jazz songs. De hecho, uno de mis últimos discos, "Goodbye", es un solo piano tocando standards. Pero tocar mis propias músicas es algo que me da un gran placer en este momento.
_¿Es difícil hoy vender un disco de jazz?
—Difícil no. Es imposible. Nadie más compra discos. Los discos se venden en los conciertos porque casi no quedan disquerías y afuera funciona bastante bien la venta en tiendas digitales, tipo itunes. Hoy está el asunto del streaming pero a mí no me convence. Los discos de los cuales soy el dueño no están ni en Spotify ni en Apple Music ni Deezer, ni nada de eso.
Desde 1998, un disco por año, ¿sos como el Woody Allen del jazz argentino?
—Bueno... preferiría ser alguna de sus actrices fetiches, como Scarlett (Johansson) o como Emma Stone (risas). No sé, me gusta grabar, me gusta dejar un documento, un registro de lo que hago. Y si te fijás, yo no grabo por rutina. O sea, en toda mi carrera no hay dos discos seguidos en el mismo formato. A un disco de trío tradicional le sigue un solo piano o algún dúo, a un disco de estudio le sigue un disco en vivo... me cuido de no achancharme.
— Vos y Ernesto Jodos fueron en la primera década del siglo XXI, quizá sin proponérselo, dos tendencias diferentes y bien marcadas de cómo hacer jazz en Argentina a partir del piano, con seguidores y detractores, ¿cómo ves aquellos años?
—No lo tengo muy en claro. Por un lado, creo que hay muchos más pianistas, con muchas tendencias diferentes, y criterios distintos. Pero el jazz se presta para el talibanismo, esto de los seguidores y detractores... Yo, al menos, siempre tuve en claro que tenía que tocar algo que hable de mí, de mi propia historia. Y para eso me he valido de mis propias composiciones y de las músicas de otros a las que he versionado. Tengo por Ernesto un respeto muy especial. Que ni siquiera tiene que ver con que me guste más o menos lo que haga. Es un artista serio, coherente, es un tremendo pianista y, para mí lo más importante, es que es un gran maestro. Muchos chicos que están tocando ahora han sido sus alumnos. No sólo pianistas. De hecho, desde que yo dirijo el Festival Internacional de Jazz de Buenos Aires hemos incrementado mucho nuestra relación, por ejemplo, el festival colabora y trabaja en proyectos juntos con la carrera de jazz del conservatorio Manuel de Falla donde él es director. Y Ernesto tiene sus propias ideas, no muchos pueden decir lo mismo. Luego, hay muchos pianistas increíbles. Sin ir mas lejos, Francisco Lo Vuolo es un animal.
También por aquellos años, estabas subido a una cresta donde además había sido ubicado el jazz en Argentina, Hoy pasó aquella efervescencia, ¿qué quedó?
—Probablemente hubo algún momento más efervescente. pero también tenía que ver con que se vendían más discos, los diarios mismos tenían secciones fijas para el jazz. Eso es cíclico. va y viene. Por otro lado, hoy por hoy, la ciudad de Buenos Aires tiene varios lugares para tocar, con pianos de cola, con público varios días a la semana, también hay un festival internacional que ha crecido mucho en estos años. El jazz es como el pasto silvestre, crece sin que nadie lo riegue. Conviene ayudarlo y apuntalarlo, pero los músicos de jazz nunca le hemos interesado demasiado a nadie. No somos rendidores como los rockeros, políticamente hablando, ni tenemos el beneficio del turismo, como el tango. Hace más de 60 años que se toca jazz en la Argentina. Y eso no va a cambiar.
— Y ¿cómo te sentís vos hoy en este nuevo contexto? ¿Qué aprendiste con los años?
—Yo la paso bomba. Por un lado, dirigir el festival fue un desafío lindo y es un proyecto apasionante del cual estoy enamorado. Supongo que aprendí a vivir un poco mejor, o sea, como todo el mundo aprende. Y aprenda que hay vicios que vienen de fábrica y te los llevás a la tumba y simplemente hay que tratar de convivir con la peor parte de uno del modo mas amistoso. Y estoy bastante conforme con lo que toco y lo que escribo. Hace rato que entendí que soy insignificante para la historia del jazz así que me alcanza con ser importante y significativo para mis seres queridos y tratar de disfrutar de esa bendición que es tener trabajo como músico de jazz.