Adrián Abonizio canta tangos porque “es como respirar”. El autor de “El témpano”, “Dormite Patria” y “Mirta, de regreso” y uno de los referentes de la Trova Rosarina estrena hoy junto con La Máquina Invisible el tema “Ciudad Malandrina”, primer corte del disco homónimo de temas propios de próxima edición. “Ciudad sin cuna, canción fisura, sin acta de fundación” entona Abonizio en el tema que desde hoy estará disponible en la web y las redes. En un ida y vuelta a tres preguntas con La Capital, Abonizio hablará de la experiencia de sus talleres de canciones (coordina André Foulques en el 3416916275); la importancia de tocar junto a jóvenes de otra generación; adelanta que se lanzará un disco en vivo de la nueva etapa de la Trova; y expresa su pasión por el rock y el tango en clave lunfarda: “El rock me llevó por delante y me embriagó, pero yo ya era curda del tango mucho antes”.
—Primero ganaste un Gardel con “Tangolpeando” y ahora volvés al tango con La Máquina Invisible en clave piazzolleana. ¿Se puede decir que sos el más tanguero de la Trova Rosarina o el único tanguero?
—Creo que dentro de la Trova soy el que hace del tango un culto naturalizado: es como respirar. El rock me llevó por delante y me embriagó, pero yo ya era curda del tango mucho antes .De esa borrachera fabulosa nacieron temas; algunos con vertiente de crónica urbana y otros decididamente tangos de pura cepa. Ser tanguero no es hablar en argot ; vivir con tu mamá y llorar por las minas que se fueron. Es hasta una ideología no escrita: se muere como se vive; no se traiciona a los amigos y se siente orgullo por ser argentino. Y se anhela un mundo mejor en clave existencialista: el mundo está podrido, pero no queda otra que vivir sin ensuciar con más mugre lo que queda de bello. Y para cerrar la idea de tango, se extraña además lo que no sucedió ni sucederá. Es un fantasma inapresable pero protector. Uno que no asusta porque tiene un gran poder y guarda en sus entrañas la fe de lo imposible. El tango es en definitiva un amigo/a leal; un amor que está en movimiento siempre y una religión cuyo dios se esconde siempre y hay que salir a buscarlo a sabiendas que no lo encontraremos. En ello reside su potencia. Que no se necesita ni nombrarlo porque siempre está en todas las cosas.
—¿Qué impronta le da La Máquina Invisible a tus canciones y a tus letras, que más allá de los géneros, siempre son cercanas?
— La Maquina Invisible fue mi lenguaraz de un idioma que entendía a medias. Para un escritor de letras y un poco músico como soy yo, encontrarse con ellos es sentirse entendido y, además, mejorado. Hay un abismo de vidas distintas en tiempo y edad que se cierra por la certeza que hablamos de lo mismo. Es una conversación hermosa la que inventamos en este disco “Ciudad Malandrina”.
—La gira con la Trova se frenó por la pandemia, pero tu labor con la música no se detiene y seguís con los talleres de canciones. ¿Qué sentís que podés trasmitir a través de tus clases y qué es lo que te aporta a vos como docente y artista?
— De la Trova- suspendida hasta nuevo aviso por la peste- quedó un disco en vivo que ya sacaremos. La gente fue amable con nosotros. En cuanto a la generosidad, mis talleres intentan ser genuinos actos de devolución de gentilezas amorosas: uno debe transmitir lo que sabe para que todo se multiplique. Es mi trabajo en pandemia; mi aporte a que la vocación de quien escribe se fortalezca con saberes no aprendidos en instituto alguno. Nos han enseñado mal las cosas con leyes dogmáticas. Se aprende a escribir viviendo lo más libre posible. Y hay seudo poetas o poetizas en el medio molestando. Existen mitos sobre la creación que son mitos forjados para que pocos escriban. Se enseña con egoísmo o indiferencia. O sencillamente no se ayuda a quien quiera escribir porque a veces los maestros resulta que saben menos que los propios alumnos.