Hace un año, la hermana María de Nazareth, monja de la congregación del Verbo Encarnado, pidió ser trasladada a Siria. A sus 42 años decidió vivir en la zona más peligrosa del mundo, en Alepo, la segunda ciudad del país. Se desvela por ayudar y contener a los cristianos perseguidos. Está decidida a quedarse mientras haya gente que la necesite. Confiesa que viven con un bolsito a los pies de la cama, porque en cualquier momento tienen que huir de los ataques terroristas.
Hace menos de un mes, a medianoche tuvo que huir con las 20 chicas y las otras dos religiosas que viven con ella en la casa de la congregación argentina que da asilo a mujeres universitarias católicas de distintas localidades. Los terroristas estaban a solo ocho cuadras de su casa, y las mujeres jóvenes extranjeras son las más codiciadas, porque pueden pedir rescates más caros, habiéndolas antes sometido a todo tipo de atrocidades.
Las monjas salieron con las estudiantes a la calle en medio de una multitud de gente que corría escapando del ataque. “Había mujeres con bolsas de nylon en la mano, llevando lo indispensable, chicos con mochilitas”, rememora María que vive como uno más esa situación, tal vez con más riesgo por ser extranjera.
Vivir en guerra. La guerra comenzó en 2011 y un año más tarde alcanzó a Alepo, hoy una de las zonas más castigadas por el conflicto que comenzó con el avance del rebelde Ejército Libre, que hoy es más débil. En este momento el grupo terrorista Estado Islámico (EI) domina parte del noreste sirio y hay otro grupo rebelde, llamado Frente del Levante, que tomó posesión de varias poblaciones muy cercanas a Alepo. Hoy son la amenaza más fuerte de esta ciudad.
Antes de la guerra Siria tenía 20 millones de habitantes; hoy hay cinco millones de refugiados fuera del país y 6 millones desplazados internos, con lo cual la mitad de la población no está en su casa y la otra mitad no tiene cómo huir y permanece en lugares que están siendo atacados.
María vive en una casa de la congregación argentina junto a 20 estudiantes universitarias que llegan a la ciudad con el afán de conseguir un título universitario.
Desde allí todos los días se ve el humo de las bombas, escucha la caída de misiles y las sirenas de bomberos, de las ambulancias y de la policía. Tampoco es extraño para ella encontrar estuches de balas en la calle. Los tiroteos son permanentes. Por eso la gente sale solo lo indispensable. “La mayoría de las chicas que vive con nosotras tiene algún pariente desaparecido o muerto. Cargan con historias tremendas, pero siguen apostando por el futuro y hacen esfuerzos increíbles por estudiar, a la luz de las velas, porque no hay electricidad. Tienen la meta de poder ayudar a su país”, relata la mujer con gran serenidad en charla con La Capital.
Los terroristas islámicos utilizan el miedo para manejar a la población. “Lo primero que hacen cuando toman una ciudad es crucificar a los cristianos, y decapitar a unos cuantos y así siembran el pánico”, cuenta con dolor la hermana, que recibe y acoge diariamente a quienes padecen esta cruel persecución. “Los cristianos allí viven la fe de una manera heroica o martirial. Están dispuestos a morir antes que apostatar”, es decir, renunciar a su fe. Más de una vez le dijeron: “Hermana si entra el EI nosotros estamos dispuestos a dar la vida por la fe. Si podemos huir trataremos de hacerlo, pero si no se puede, no vamos a apostatar”, y ante la pregunta por los hijos, responden: “Prefiero que mis hijos mueran siendo cristianos”.
Sorprendida y emocionada, María cuenta que “la gente va a misa los domingos a veces en medio de bombardeos, y ellos saben que no es obligación en esos casos, pero la iglesia se llena igual”, confiesa.
“Después de la misa nos reunimos en un salón que está en el sótano para tomar café o mate, porque en Siria toman mate _ se ríe_ y compartimos una hora o más. Este es el único momento que tienen los cristianos para tener vida social, porque no pueden salir más que lo indispensable de su casa”, relata.
La hermana María también acompaña a muchos cristianos que están hospitalizados porque sufrieron quemaduras graves al ser alcanzados por una bomba, o que perdieron un miembro en un estallido y también a aquellos que fueron secuestrados.
“Los terroristas bombardean los barrios cristianos en nuestras fechas especiales. Por ejemplo, la noche del jueves al Viernes Santo de este año, desde las 10 de la noche hasta las 6 de la mañana cayeron 30 misiles, cada 20 minutos largaban uno. La gente no quería salir de su casa por pánico a ser alcanzada por uno de ellos, pero cuando terminó el bombardeo la gente abandonanó el barrio. Lo perdieron todo. Fue un ataque repentino. Después de esto más de la mitad de los que vivían allí se fueron”, cuenta.
A pesar de tanta desdicha, la hermana no pierde la calma.
Con fortaleza confiesa que “hay muchos cristianos muertos. Pero no hay cifras oficiales”. En Siria los cristianos siempre fueron minoría, pero antes de la guerra este país se caracterizaba por la convivencia pacífica entre cristianos y musulmanes. “Son muchos los que huyen. Se calcula que antes de la guerra había 350 mil cristianos en toda Siria y el 60 por ciento dejó el país”, asegura.
Los terroristas, cuando toman un barrio, entran con violencia a cada casa, obligan a los habitantes a apostatar si son cristianos y si no lo hacen les dan cinco minutos para que se vayan. A muchos los matan mientras se van...
El día a día. En su paso por Rosario, la hermana María, que es mendocina y vino a esta ciudad a visitar a familiares, manifestó su alegría por poder vivir su fe con libertad, ir a misa a una iglesia sin temer a que caiga una bomba, como pasó en Siria un día de Pascua. Los fieles murieron en una iglesia repleta al caer una bomba.
“Tenemos que agradecer el vaso de agua fresca porque allá (en Alepo) no hay agua. Esto es una de las peores crisis. La gente no puede decidir cuándo darse una ducha porque no hay agua. Supuestamente tendría que llegar el suministro cada tres días, pero a veces pasan 20 días o un mes y no llega. Entonces los bomberos reparten algo pero no alcanza. Es muy común y doloroso ver a los niños llorando porque no pudieron llenar su bidón de agua” expresa.
María dice que en Alepo se vive una pobreza extrema. “La gente que tenía trabajo lo perdió porque toda la zona industrial fue bombardeada. Muchos venden lo que pueden en ferias que se arman en la calle y otros piden limosna. Nadie está tranquilo. Se vive con mucho miedo. No se sabe cuándo te puede alcanzar un misil”, acota.
Tampoco hay gas, ni combustible. En invierno las temperaturas son bajo cero, hasta nieva, pero no hay forma de calentarse más que cubriéndose con mantas.
La electricidad no existe y en verano se sufre un calor de 50 grados, sin heladera, ni ventilador. Esto impide que se hagan compras a largo plazo, porque no se pueden conservar.
“Se vive al día, no se puede programar una semana. Los misiles caen en cualquier momento y lugar. Hay semanas enteras que no se puede salir. Tener la libertad de decidir cuándo uno quiere salir a la calle es una bendición que hay que agradecer”, destacó.
¿Cómo puede terminar todo esto?
El Papa Francisco dijo que esta guerra no se va a terminar hasta que las potencias internacionales no dejen de proveerle armas a los rebeldes. Creemos que la solución viene por ese camino pero al día de hoy, con sinceridad, no se ve voluntad de concretar esto.
A pesar de todo, María regresará a Siria. “Es mi misión. El anhelo de todo religiosa es servir a Jesús en el rostro de las personas que más sufren y en este momento son los cristianos perseguidos. Ellos siguen confiando, siguen creyendo y eso habla de una gracia palpable de Dios. El mal se vence a fuerza de bien y ese es el testimonio que nosotras queremos dar en medio de la guerra”.
Con entereza y convicción, y sobre todo con amor, la hermana María enfrentará el odio una vez más. Una fortaleza que saca de la oración, de la vida de gracia, de estar en contacto con Dios, como ella describe. “Ese es el único secreto para mantener la paz en medio de la guerra”.