Medio mundo, literalmente, enfadado por las revelaciones de que Estados Unidos espió tanto a amigos como a enemigos, una prensa también indignada por escuchas a influyentes medios y un Congreso que sigue poniéndole la zancadilla cuando puede: el presidente Barack Obama cumple este fin de semana los primeros seis meses de su segundo mandato lejos de las muy altas expectativas, admiración y promesas con que llegó a la Casa Blanca. “A Obama todavía le quedan 48 meses como presidente, pero a seis meses de su mandato, parece haberse quedado ya sin viento”, dijo el analista político y ex asesor presidencial David Gergen al diario Politico en un artículo en el que esta semana se hacía una pregunta clave: “¿Tiene Obama una estrategia para su segundo mandato?
El hombre que hizo historia en Estados Unidos al convertirse en el primer afroamericano que ocupaba la Casa Blanca con un mensaje de cambio, esperanza y transparencia, había prometido un segundo mandato con una cargada agenda liberal, ahora que ya no tiene que preocuparse por una nueva reelección. Entre sus prioridades, trazadas en su discurso de inauguración el 21 de enero: hacer pagar más impuestos a los más ricos, un mayor control de las armas, más igualdad para los homosexuales, medidas para luchar contra el cambio climático y —la gran promesa renovada para los hispanos que fueron clave para su reelección en noviembre— una reforma migratoria que dé una salida legal a 11 millones de indocumentados. “Tenemos que actuar, tenemos que actuar”, urgió el mandatario aquella gélida mañana de enero.
Fría agenda. Seis meses más tarde, lo que parece haberse quedado frío es su agenda. Logró subir los impuestos a los ricos, sí, pero a costa de verse obligado posteriormente a aceptar una serie de recortes automáticos que según dijo esta misma semana el jefe de la Fed (Reserva Federal), Ben Bernanke, han supuesto un lastre a la economía, que si bien ha crecido más que el año pasado —un 1,8% el primer trimestre— lo ha hecho a un ritmo menor de lo esperado.
Mientras, las leyes para frenar la violencia de las armas se estancaron en los pasillos del Congreso, donde también amenaza con languidecer poco a poco la reforma migratoria que la Casa Blanca preveía como la única gran iniciativa legislativa del último mandato de Obama.
Una masiva huelga de hambre de los presos de Guantánamo volvió a recordar entretanto la promesa incumplida del mandatario de cerrar la denostada prisión en la base naval instalada en Cuba.
Y Obama incluso tuvo que subirse al podio esta semana para reclamarle a los republicanos que dominan la Cámara de Representantes (Diputados) —y que han logrado bloquear la mayor parte de sus iniciativas— que dejen de intentar revocar su principal legado hasta la fecha: la reforma sanitaria que fue la estrella de su primer mandato.
Y eso es sólo en cuanto a sus intenciones. Porque lo peor estaba aún por venir: el presidente que tantas esperanzas internacionales encarnó —incluso recibió un premio Nobel de la paz cuando no había cumplido ni su primer año de mandato— y que cosechaba aplausos en todos los foros internacionales que pisaba, ha aprendido las últimas semanas lo que es dejar de ser tan popular entre sus colegas.
Aliados como Alemania, Francia o Reino Unido le han pedido explicaciones tras las revelaciones del informante Edward Snowden de que los servicios secretos estadounidenses realizaron un espionaje masivo a países supuestamente tan “amigos” de Washington. Una indignación que se ha extendido a la por Washington últimamente muy cortejada América latina, después de que el diario O Globo destapara que también países con fuertes lazos bilaterales como México, Colombia o Brasil, entre otros, fueron objeto de la “atención” del espionaje norteamericano.
Lazos con Rusia. La incógnita sobre el futuro de Snowden, estancado en el aeropuerto de Moscú, ha agriado también las relaciones con Rusia, ya de por sí tensas por las fuertes diferencias de opinión entre otros en Siria, otro de los conflictos en los que muchos esperaban una acción más decisiva de Obama.
Más de un analista se está quedando también con ganas de saber qué es lo que está haciendo exactamente Obama en Egipto, una crisis que también ha irrumpido de imprevisto en su ya de por sí complicada agenda.
Críticos, de la oposición pero también de las propias filas, lo han acusado en estos pasados meses de no implicarse lo suficiente en las batallas que tanto le dicen importar, como la reforma migratoria. “La idea de que nos estamos manteniendo al margen es una falacia”, rechazó indignado su vocero, Jay Carney, esta misma semana. “No estaríamos donde estamos si el presidente no hubiera sido reelegido y hubiera hecho de la reforma migratoria una de sus máximas prioridades”.