Cuesta creer que Frank Perozo, un administrador de empresas que habla seis idiomas y llevaba una vida desahogada trabajando para firmas multinacionales en Venezuela, esté viviendo en una precaria vivienda en las afueras de Miami que paga con la ayuda de amigos. Perozo dijo que se vino a Estados Unidos con lo puesto hace cinco meses tras recibir amenazas de muerte por haber denunciado irregularidades como miembro de mesa electoral en 2013. Indicó que se permitía que discapacitados sufragaran acompañados por varias personas y que a los miembros de mesa del oficialismo les permitían tener celulares. Antes de partir se mudó de casa, vendió su auto, dejó su empleo y cambió el número de su celular para evitar ser hallado, pero aún así las amenazas siguieron. “Tenía miedo de que me mataran”, manifestó el hombre de 44 años, que adelgazó 11 kilos desde que llegó en octubre. Perozo es parte de una nueva camada de inmigrantes venezolanos de clase media y sin demasiados recursos que vienen a EEUU escapando de la inseguridad reinante en Venezuela, a menudo denunciando persecución política y sin el apoyo económico que tenían los connacionales que comenzaron a arribar tras la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999. Son mayormente profesionales y pequeños empresarios a los que se les hace cuesta arriba comenzar una vida nueva desde cero y que con frecuencia pasan grandes penurias en EEUU. En algunos casos dejan todo en su país y viven aquí con la ayuda de amigos, familiares, iglesias u organizaciones comunitarias. Sin visas de trabajo o residencia, esperan obtener un asilo político que les permita trabajar para poder subsistir. Los que emigran le huyen a una escasez crónica de alimentos básicos, una inflación del 56%, pocas perspectivas laborales y, sobre todo, la inseguridad.
Venezuela es uno de los países más violentos de la región, con una tasa de homicidios de 39 por cada 100.000 habitantes, según el Ministerio de Interiores de esa nación. Cálculos del organismo activista Observatorio Venezolano de Violencia, sin embargo, indican que 2012 terminó con un índice de 79 homicidios por cada 100.000 personas.
También abundan los secuestros extorsivos. El secuestro de una hija de 16 años fue precisamente lo que impulsó a Enrique Landaneta a dejar su restaurante en manos de un empleado y venirse a EEUU con su familia en febrero de 2013, según dijo. Como los 10.000 dólares de ahorros que traía ya se le acabaron, un amigo le facilita un departamento.
Landaneta asegura que tras recibir amenazas de muerte por permitir que en su negocio se reunieran dirigentes de la oposición, fue interceptado por individuos encapuchados cuando bajaba de su auto una noche al llegar a su casa, donde estaban sus dos niñas y su esposa. Después de amordazarlos e insultarlos, los hombres se llevaron a la mayor de sus hijas en la camioneta del empresario y los teléfonos que había en la casa. Horas más tarde, abandonaron a la chica y al vehículo en un descampado sin pedir dinero para el rescate, relató Landaneta tras asegurar que fue una intimidación ya que los secuestradores “no buscaban pertenencias ni nada”.
“Aquí la vida no es fácil, pero la seguridad no tiene precio”, expresó Landaneta. “Es bastante difícil, pero no estamos arrepentidos. La tranquilidad no tiene precio”, insistió el hombre de 36 años, que junto a su familia solía venir de vacaciones a EEUU y también fue a Aruba, Brasil y Panamá. Ahora no puede solventar una salida a un restaurante.
El empresario Carlos Salamanca, su mujer y dos hijas vinieron a EEUU en enero. Al igual que Perozo, no tenían propiedades, familiares ni amigos en Miami. Sólo 7.000 dólares y la esperanza de permanecer lejos de la inseguridad callejera. A dos meses de su arribo, el matrimonio duerme en un viejo auto Nissan que compraron por 1.000 dólares y se alimenta con la ayuda de compatriotas. Salamanca, de 54 años, tenía una empresa de tanques de oxígeno, que dejó en manos de su hermano.
Personas como Perozo, Salamanca y Landaneta están cambiando el rostro a la colonia venezolana de EEUU. A principios de 2000 la comunidad venezolana en la Florida, la más numerosa de EEUU, estaba integrada en su mayoría por familias que venían a invertir e instalar sus negocios y que por esa vía conseguían visas para permanecer legalmente en EEUU. Algunos se instalaron en casas de vacaciones que ya tenían, mientras que otros compraron con sus ahorros residencias lujosas en elegantes vecindarios.
Menos recursos. Pero en los últimos tiempos el perfil del venezolano que vive en EEUU ha cambiado: los inversionistas e inmigrantes con poder adquisitivo se han entremezclado con personas que arriban principalmente como turistas escapando de la inseguridad en su país y deciden no regresar. En 2013, EEUU concedió 221.000 visas de no inmigrantes a venezolanos, unas 55.000 más que en 2010. Las solicitudes recibidas en la embajada de Caracas, sin embargo, fueron más: un promedio de 245.000 en 2011, 2012 y 2013, según información del consulado de EEUU en Caracas.