Los primeros 100 días en el cargo del presidente brasileño Jair Bolsonaro han estado marcados por las luchas internas en su administración, los insultos a adversarios y aliados, los elogios a la dictadura y con un avance mínimo en el Congreso de sus principales proyectos de ley.
Bolsonaro asumió la presidencia de Brasil el 1 de enero con el compromiso de producir cambios profundos en un país golpeado por la mayor crisis económica de su historia, la corrupción generalizada y una violencia creciente.
En estos meses, el mandatario ha acumulado un puñado de acciones por presumir, entre ellas, haber impulsado una reforma a la seguridad social, una propuesta de ley empujada por el famoso juez del Lava Jato -Sergio Moro- para luchar contra el crimen organizado y la violencia y la privatización de una decena puertos y aeropuertos.
Sin embargo, para muchos su imagen también se ha deteriorado y, mientras algunos analistas consideran que se trata de un gobierno paralizado, varios escándalos de corrupción salpican a su familia y al Partido Social Liberal (PSL), que lo catapultó.
Algunos partidarios del presidente ahora se preocupan por el papel que les da a sus hijos Carlos, Eduardo y Flavio. Las críticas de Carlos ayudaron a impulsar la renuncia del ayudante y abogado de Bolsonaro, Gustavo Bebianno.
El gabinete de Bolsonaro parece estar dividido en cuatro facciones: los militares, con ocho de los 22 ministerios; los conservadores evangélicos, que controlan la agenda de derechos humanos del gobierno; un ala moderada que supervisa los Ministerios de Economía y Justicia y un grupo de fanáticos antiglobalización de Olavo de Carvalho, un escritor de extrema derecha.
La gente también parece inquieta. La consultora Datafolha dijo el domingo que el índice de aprobación de Bolsonaro se ha reducido a 32 por ciento, el más bajo para cualquier presidente en su primer mandato en Brasil, aunque todavía muy por encima del índice de aprobación de un solo dígito que su antecesor, Michel Temer, tenía al final de su gestión.
Bolsonaro dijo que al completar los primeros 100 días su gobierno habría cumplido "95 por ciento de las metas planteadas" para las primeras semanas de gestión, pero hasta ahora no ha generado impactos significativos en la economía y tensó la relación con las fuerzas opositoras en el Congreso —vital para el avance y la aprobación de reformas— al asegurar que no "compraría su apoyo con cargos en el gobierno".
Carlos Melo, politólogo y profesor del Instituto Insper en Sao Paulo, opinó que la administración de Bolsonaro está detenida. "No podemos ver un plan apropiado para que la economía crezca y Bolsonaro está perdiendo el momentum que todos los presidentes tienen en sus primeros seis meses".
Las dificultades del presidente brasileño para imponer su agenda en el Congreso se hicieron palpables en las primeras semanas. Todavía se mantiene estancado el trámite para tratar la reforma previsional que apunta a subir las edades mínimas para jubilarse, considerada prioritaria para disminuir el déficit.
En el frente económico, la nueva administración aún no tuvo buenas noticias para dar. Ante la aparición del nuevo índice de desempleo que mostró una suba en el primer trimestre, Bolsonaro esquivó abordar las causas. Brasil mantiene una tasa de desempleo de 12,4 por ciento.
En estos meses se jactó de no haber sido blanco de ninguna denuncia por corrupción en sus 28 años como diputado federal, pero rápidamente su familia y el PSL le trajeron dolores de cabeza que pusieron signos de interrogación.