El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula de Silva, lloró ante la multitud que desbordó Brasilia para verlo asumir el cargo por tercera vez. En su primer discurso expresó optimismo sobre sus planes de reconstrucción y prometió que los miembros del gobierno saliente de Jair Bolsonaro rendirán cuentas. Lula habló de la desigualdad, luego de recibir la banda presidencial de manos de una mujer negra y rodeado por representantes de las clases populares, ante la negativa de Bolsonaro de hacer el traspaso del mando. Lula apuntó a la reconciliación nacional cuando prometió “gobernar para 215 millones” de brasileños.
“Voy a gobernar para 215 millones de brasileñas y brasileños y no solo para quienes votaron por mí”, prometió Lula en su discurso en el exterior del Palacio del Planalto, sede del gobierno de Brasil. “A nadie le interesa un país viviendo en pie de guerra”, agregó y pidió terminar con las “bombas y las fake news”. “La necesidad de unir al país, somos un único país, un único pueblo, somos todos brasileños”, insistió.
La idea de reconciliación de la sociedad sobrevoló toda la ceremonia de su toma de posesión de mando. Cuando el mandatario saliente decidió irse del país a solo 48 horas de que su sucesor asumiera el cargo, y por ende, se negara a colocarle la banda presidencial, fue un momento más en que se escenificaron las rivalidades que atraviesan Brasil. Tampoco el vicepresidente saliente, Hamilton Mourão, quiso asumir la tarea.
El último dictador de Brasil, João Figueiredo, fue el único que no pasó la banda al presidente entrante, José Sarney. Pero hay otros antecedentes mucho más cercanos: en 2015 Cristina Fernández de Kirchner no le puso la banda a Mauricio Macri, y en 2021, Donald Trump dejó Washington para evitar traspasarle el mando a Joe Biden.
Este domingo, desde que Lula bajó del Roll Royce descapotable en el que realizó la caravana presidencial, se escucharon gritos que pedían que “Dilma (Rousseff) pase la banda”. Pero el plan era otro. La respuesta de Lula, con la impronta de la primera dama Rosangela “Janja” da Silva, fue que la banda se la colocaran representantes del pueblo brasileño.
Aline Sousa, una mujer negra de 33 años, fue la encargada de cruzarle el símbolo presidencial, acompañada por el cacique Raoni Metuktire, de 90 años; además de un metalúrgico, un profesor, una cocinera, un hombre con parálisis cerebral, un artesano y un niño. La primera dama se corrió a un costado, mientras no dejaba de secarse las lágrimas con las manos.
Tras ser investido con los atributos del mando, se tomó de las manos con su vicepresidente, Geraldo Alckmin, y sus respectivas esposas, para levantarlas en saludo a la multitud que siguió la ceremonia desde la explanada del edificio. Llevar en la fórmula a uno de sus históricos rivales y formar una alianza amplia, con nueve partidos, más independientes al frente de sus 37 ministerios, es un primer intento del líder “petista” por superar divisiones.
Pero las divisiones que más conmovieron a Lula durante su discurso, no fueron las políticas, sino las sociales. “Trabajadores desempleados exhibiendo, en los semáforos, carteles de cartón con la frase que nos avergüenza a todos: ’Por favor, ayúdenme’”, dijo mientras lo interrumpieron las lágrimas y tuvo que beber agua para seguir.
Bolsonaro dejó un país signado por el regresó al mapa del hambre de la ONU, que mostró que el 28,9% de la población del país padece “inseguridad alimentaria moderada o severa”. Claro que no puede obviarse que en el medio pasó la pandemia. El Covid empobreció a todas las naciones del planeta.
“El principal compromiso que hicimos en 2003 fue luchar contra la desigualdad y la pobreza extrema, y garantizar a cada persona en este país el derecho a desayunar, almorzar y cenar todos los días, y cumplimos ese compromiso”, aseguró Lula. Y lamentó que 20 años después de aquella fecha, Brasil volviera “a un pasado que creíamos enterrado”, donde “la desigualdad y la pobreza extrema están aumentando nuevamente y ha vuelto el hambre”.
“El hambre es hija de la desigualdad, que es la madre de los grandes males que retrasan el desarrollo de Brasil. La desigualdad disminuye nuestro país de dimensiones continentales, al dividirlo en partes que no pueden ser reconocidas”, concluyó.
Estaba previsto que la lluvia llegara a Brasilia justo cuando Lula iniciara su caravana que lo llevó de la Catedral Metropolitana hasta el Congreso y desde allí a la rampa del Planalto -todos edificios diseñados por Lucio Costa y Oscar Niemeyer para la inauguración de la ciudad capital en 1960- pero el agua, al menos del cielo no llegó. Los bomberos debieron mojar con mangueras a la multitud que aguardaba bajo el sol.
En su discurso, Lula prometió investigar lo hecho por Bolsonaro. Dijo que enviará un informe sobre el gobierno anterior a los legisladores y autoridades judiciales, revocará los “`decretos criminales’’ de Bolsonaro que relajaron las normas sobre el control de armas, y hará que el gobierno previo “rinda cuentas” por su manejo de la pandemia. Pese a estas provincias, afirmó, “no traemos ningún espíritu de venganza contra los que buscaron subyugar a la nación a sus designios personales e ideológicos, pero vamos a garantizar el imperio de la ley’’, declaró Lula, sin mencionar a Bolsonaro. “Los que erraron responderán por sus errores, con amplios derechos para su defensa dentro del debido proceso jurídico’’.