La conmoción en Estados Unidos por el impeachment contra el presidente Donald Trump trocó ayer en un enfrentamiento entre la oposición demócrata y los republicanos por la forma en que debería realizarse en el Senado.
La conmoción en Estados Unidos por el impeachment contra el presidente Donald Trump trocó ayer en un enfrentamiento entre la oposición demócrata y los republicanos por la forma en que debería realizarse en el Senado.
La polémica comenzó cuando la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, inyectó incertidumbre al negarse a decir cuándo pedirá la apertura del juicio en el Senado.
Los comentarios de Pelosi causaron sorpresa luego de que la Cámara baja, dominada por los demócratas, aprobara enjuiciar a Trump por abuso de poder a raíz de su polémico manejo de la relación con Ucrania. El juicio debería hacerse y finalizar en enero.
Trump aprovechó para lanzar una estocada. “Ahora, el Partido Que No Hace Nada no quiere Hacer Nada con los cargos & no quiere enviarlos al Senado”, tuiteó.
El mandatario agregó que si los demócratas deciden no transmitir las acusaciones, “perderían por no presentarse”.
Números
Para separar al presidente de su cargo se requieren dos tercios de los votos en el Senado.
El Partido Republicano controla 53 de los 100 escaños y, para ganar, los demócratas necesitarían que al menos 67 senadores votaran por la destitución del presidente.
Esto significa que, además de los 45 votos de su propio partido y el apoyo de dos independientes, el Partido Demócrata necesita que 20 republicanos cambien de bando.
Y lograr esto parece poco probable en este momento. Carl Tobias, de la Richmond School of Law, en Virginia, dijo: “Algunos de los republicanos en el Senado ya han dicho cómo van a votar y no han escuchado ningún testimonio ni evidencia, no han tenido ninguna discusión. Eso es preocupante. Que siendo miembros del jurado, ya hayan decidido cómo debe ser el veredicto”.
La proximidad de las elecciones presidenciales de 2020 indudablemente influye. Para los demócratas, intentar destituir a Trump en un año electoral es un movimiento arriesgado. Aunque el juicio puede afectar la campaña del mandatario, también podría dificultar que candidatos demócratas sean reelegidos en áreas donde Trump cuenta con un fuerte apoyo.
Los libros de historia colocarán a Trump en la misma sección en que aparece Bill Clinton, enjuiciado hace 21 años por mentir sobre una relación sexual con la becaria Monica Lewinsky, y Andrew Johnson, quien fue procesado hace 151 años. Richard Nixon, quien evitó el juicio político al presentar su renuncia durante el Watergate, también está ahí.
El mismo Trump está al tanto del impacto que el juicio político podría causar a su legado. “Dentro de 100 años, cuando las personas recuerden este asunto, quiero que lo entiendan y aprendan de él, para que nunca le suceda nuevamente a otro presidente”, escribió.
Pero en su último mitin en Michigan, hace 36 horas, intentó restarle importancia. “Es un juicio político ‘light’. Con Richard Nixon, podía verlo como una época muy oscura. No sé ustedes, pero yo me estoy divirtiendo”, exclamó frente a sus seguidores.
El índice de aprobación del presidente ha permanecido prácticamente sin cambios todos estos meses, ayudado por su combativa personalidad y su populismo.
La extraordinaria polarización no es nueva, pero el férreo partidismo en esta ocasión ha quedado resaltado por un aspecto único del momento: Trump busca la reelección, mientras que Clinton y Nixon estaban a la mitad de su segundo mandato al momento en que enfrentaron la amenaza de la destitución.
El resultado de la jornada electoral podría alterar la forma en que se recordará el juicio político.
“Donald Trump ahora será un sinónimo de juicio político. Es una medalla a la vergüenza”, dijo Douglas Brinkley, historiador presidencial en la Universidad de Rice.
“Pero si gana, de alguna forma el juicio político se verá un poco más pequeño. Significaría que lo desafió y transformó al Partido Republicano a su propia imagen y los mantuvo leales”, agregó.
En momentos en que los indicadores económicos son favorables, la pregunta que también podría formularse es: ¿Por qué los oponentes demócratas prosiguen con una estrategia tan arriesgada?