Cuando estalló la gran crisis económica internacional, a fines de 2008, se temió con razón una
remake de la Gran Depresión de los años 30. El paralelo era obvio: la “exuberancia irracional
de los mercados” en el corazón mismo del sistema capitalista, EEUU, había causado un
desbarajuste de alcance mundial. Como en los 30, la crisis se extendió rápidamente de Wall Street
al resto del mundo, y golpeó muy duro a Europa. Pero ahí se terminan las similitudes. En tiempos de
Roosevelt la economía mundial empezaba y terminaba con EEUU y Europa, no había mucho más, salvo
unos pocos países chicos, entre los que destacaba la floreciente Argentina de la era conservadora.
Asia dormitaba en una situación totalmente premoderna y se limitaba a proveer commodities a las
metrópolis coloniales.
Hoy, en contraste, gran parte de la economía mundial está fuera de EEUU y Europa, factor que
explica la rápida recuperación de la crisis. La economía mundial es, cada vez más,
“emergente”, y esto se evidencia en el anacronismo en que cayó la expresión, utilizada
durante décadas, “países industrializados” para referirse a EEUU, Europa occidental y
Japón.
Señala The Economist en su edición del 30 de diciembre que esta última
crisis no derribó a ningún gobierno, salvo el de la pequeña Letonia. No hubo tampoco alzamientos
populares, como pasó durante la debacle asiática de 1997-98. “No ha habido ninguna reacción
adversa contra el capitalismo ni el libre mercado” celebra, aliviado, el gran semanario
británico. China e India, los dos miembros mayores del grupo BRIC, que se completa con Brasil y
Rusia, ni siquiera entraron en recesión, sólo redujeron el ritmo de su crecimiento durante unos
pocos meses.
Resulta claro, entonces, que la dimensión y alcance de la economía
globalizada explican lo limitado y casi fugaz de esta crisis, nacida como se sabe en los EEUU en
2007 por la acumulación incontrolada de una enorme masa de créditos hipotecarios de mala calidad.
El dato nuevo es que la globalización hace al sistema internacional más
estable y seguro, además de mucho más dinámico e interconectado. Es esta la principal lección que
deja el agitado bienio 2007-09. El nuevo papel de los emergentes demuestra que ha habido un cambio
estructural y para bien en el sistema económico internacional, que hace apenas una década era mucho
más inestable (se sucedieron las crisis del Tequila, de los tigres asiáticos, Rusia, el default de
Argentina, etc). La globalización resulta por todo esto doblemente deseable: no sólo lleva
desarrollo a países secularmente pobres, que hasta hace apenas 10 ó 20 años vivían estancados en
economías agrarias de supervivencia, sino que además torna estructuralmente estable al sistema
internacional sin quitarle dinamismo.
Es este un dato clave que se le escapó al consabido coro
anticapitalista, cuyos integrantes se frotaban las manos a fines de 2008 augurando un largo período
de recesión, desempleo y hundimiento generalizado. Como ya es rutinario, estas incurables Casandras
del anticapitalismo se volvieron a equivocar y debieron callar bruscamente, justo cuando la fiesta,
para ellas, apenas empezaba.
Pero, volviendo a lo realmente importante, la veloz recuperación de la
crisis acelerará el trasvasamiento de poder de los países centrales a los emergentes, apunta The
Economist con acierto. El cambio en el balance de poder internacional, que ya se veía a simple
vista antes de la crisis, apurará el paso. La gran perdedora de este cambio acelerado parece ser
Europa, mucho más que los EEUU.
Este desenlace de la crisis diluye asimismo el sueño anacrónico de
reflotar el viejo tercermundismo, dado que los grandes países del antiguo Tercer mundo son hoy los
entusiastas protagonistas de la globalización capitalista. Pueden darse, claro está, jugadas de
tablero, como la apertura de Lula a Irán, o los guiños de Rusia a Hugo Chávez, pero son un levísimo
reflejo del tercermundismo radical de los años 60 y 70.
En el plano regional, la rápida recuperación económica mundial consolida
a los países pro-mercado, como Chile, Colombia y Brasil, y deja aún más aislados a los enrolados en
un anticapitalimo furibundo —Bolivia, Venezuela, Ecuador— metidos en un camino
económico sin salida. En este cuadro regional, con dos campos bien definidos, Argentina insiste en
apostar por el bloque retrógrado y claramente perdedor, profundizando su alianza con Chávez y
dramatizando su confrontación con EEUU (la visita de Arturo Valenzuela). Estas malas apuestas
internacionales del gobierno kirchnerista van acompañadas en el plano doméstico por una ulterior
agudización de su sesgo antimercado. l