Teherán. — El régimen islámico de Irán decidió liberar a la periodista
estadounidense Roxana Saberi, a la que había sentenciado a prisión por "espionaje", luego de
detenerla en enero con la excusa de que adquiririó una botella de vino. Después de una serie de
gestiones de Occidente, una corte de apelaciones accedió este domingo a rebajar la pena de ocho
años de prisión a dos, de ejecución condicional. Ayer salió de la prisión de Evin, poniendo fin a
cuatro meses de encarcelamiento.
El anuncio de su liberación "fue una sorpresa inesperada
(sic) para nosotros", comentó ante la prisión su padre, Reza. La joven de 32 años fue retirada poco
después por sus padres, que se habían negado a dejar el país sin ella. Saberi salió de la prisión
por un acceso secreto y no tuvo contacto con la prensa.
Cargos confusos. El proceso en el tribunal de apelación se hizo el domingo a
puertas cerradas. Saberi, quien tiene doble nacionalidad, iraní y estadounidense, se encontraba en
Irán realizando una investigación periodística. Fue acusada por las autoridades, inicialmente, de
comprar una botella de vino, algo prohibido por el derecho islámico. Posteriormente se la acusó de
trabajar sin acreditación y, más tarde, de "espionaje", una imputación tan grave como rutinaria que
hace el régimen islámico a extranjeros que considera indeseables.
Incluso el presidente Barack Obama se implicó en el reclamo
por la libertad de Saberi que, entre otros medios, trabajaba para la emisora estadounidense NPR,
además de la británica BBC. En pleno inicio de la campaña electoral iraní, el presidente
Ahmadineyad, un extremista que recibe críticas en su país de los sectores moderados del régimen,
tomó como caída del cielo la situación para mejorar la maltrecha imagen de Irán en el exterior.
La reportera, caracterizada por sus compañeros como
prudente y respetuosa, que siempre aparece cubierta por un velo, fue detenida en enero. La noticia
llegó por su propia boca, al comunicarse desde la prisión para presos políticos de Evin con su
familia, a la que entonces pidió silencio. Pero después de semanas de espera su padre denunció la
detención a la prensa. Las autoridades islámicas dijeron entonces, con el caso instalado en los
medios de todo el mundo, que había intentado comprar una botella de vino. Posteriormente, la
acusaron de trabajar con una acreditación vencida, y luego las acusaciones se ampliaron a la más
grave, la de espionaje.
Otro caso menos feliz. El hecho de que Saberi se declarara hace unas semans en
huelga de hambre y fuera tratada en un hospital reforzó la repercusión exterior de su caso. Al
final ella misma dijo en una carta a sus padres, que se ocuparon de hacer conocer las autoridades
islámicas, que durante su detención nunca fue sometida a violencia física. El caso tuvo así un
final feliz, en agudo contraste con otro anterior, el de la reportera gráfica iraní-canadiense
Zahra Kazemi, asesinada a golpes en 2003 en la misma prisión de Evin en la que Saberi pasó cuatro
meses.