La crisis social y política que ha estallado en apenas tres semanas en Francia ha atraído a los populistas, de derecha y de izquierda. Desde los apoyos activos a los "chalecos amarillos" de Marine Le Pen a los tuits sabatinos de Donald Trump y los comentarios de su ideólogo de cabecera, Steve Bannon, al respaldo militante del trotsko-populista Jean-Luc Melenchon, todos buscan apropiarse del movimiento. Este es tan inorgánico que resulta difícil encontrar un cuerpo de ideas y propuestas medianamente inteligible, menos aún dirigentes o simples referentes.
En este contexto informe, tan propio de los movimientos espontáneos, el fin de semana circuló por las redes un manifiesto de 25 puntos que se identifica con los "chalecos amarillos". Comienza con un reclamo neto: imponer a nivel constitucional un techo a la "fiscalidad", o sea a la presión fiscal que ejerce el Estado, de no más del 25% de la "riqueza de los ciudadanos", algo que puede traducirse por PBI o renta nacional. Esto implicaría que el 56% del PBI del gasto público actual, tal vez el más alto de Europa, debería reducirse a menos de la mitad. Este reclamo evidencia el fracaso de Macron en sus primeros 18 meses de gobierno en cumplir sus promesas de ponerle ¡finalmente! el cascabel al gato del gasto público francés. Desde la fallida reforma de Alain Juppé de 1995, que terminó con la carrera del entonces premier de Chirac, nadie en Francia se le anima en serio al gasto público. Los negros destinos políticos de los presidentes que siguieron, Sarkozy y Hollande, parecen así reiterarse en Macron, que ha desilusionado a gran parte de su base electoral al no bajar una presión fiscal insoportable. Ayer buscó emparchar esta falta con sus anuncios: suba del salario mínimo, horas extra libres de impuestos, igual que el bono de fin de año, así como una reducción del impuesto que pagan las jubilaciones.
Es que la "fiscalidad" afecta a los sectores populares, no es solo un reclamo de empresarios y profesionales ricos. Muchos medios de comunicación soslayan este dato central del movimiento de los "chalecos amarillos", su carácter fuertemente crítico de la presión fiscal estratosférica que aflige a todos los franceses. Pero los "chalecos" son inorgánicos, tienen un gran nivel de organización en las marchas y piquetes pero carecen por completo de una doctrina coherente. Por este carácter abierto y polifacético, suman en su manifiesto, a un reclamo tan "liberal" como el citado, otros totalmente incompatibles con un profundo recorte del gasto público, como el de crear cinco millones de viviendas sociales y especialmente el punto 3, que pide una "contratación masiva de funcionarios para restablecer la calidad de los servicios públicos". También exigen, en el punto 14, "cuadruplicar el presupuesto" de la Justicia y hacerla "totalmente gratuita y accesible a todos". Otra propuesta del manifiesto pide la "reindustrialización de Francia para disminuir las importaciones y por lo tanto la polución" (?). En cuanto a la inmigración, se propone "evitar flujos imposibles de acoger o integrar, dada la profunda crisis de civilización que vivimos". Este planteo es más realista, dado que, claramente, el flujo de inmigrantes que recibe Europa no es sostenible y genera brotes de xenofobia y ultraderechismo cada vez más intensos.
En suma, los "gilets jaunes" son síntesis y expresión de la crisis no solo francesa sino europea. Condenarlos o despreciarlos no sirve de nada, como ocurre con Trump o cualquier otra expresión que es síntoma del malestar social que genera el cambio estructural que impone la globalización. Francia, un país con una arquitectura institucional y económica rígida e inmóvil desde hace décadas, es una víctima previsible de este cambio de fondo. Italia, con los mismos problemas estructurales, ya ha entrado en la etapa siguiente, la de un gobierno populista.
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"Chalecos amarillos" en una autopista cerca de Biarritz el pasado 5 de diciembre.
Macron paga con su alta impopularidad esa falta de cumplimiento de su programa de campaña, salvo las modestas concesiones anunciadas ayer. De bajar el supergasto público y por lo tanto los impuestos que agobian a pymes, empleados y jubilados, poco y nada. Este fallo ocurre en un vacío político, luego del colapso del socialismo de Hollande y mientras los Republicanos aún buscan sin éxito un reemplazante de Sarkozy. En este contexto, los únicos que pueden crecer son los populistas, con Marine Le Pen a la cabeza y y más atrás el trosko-populista Melenchon. Un escenario que recuerda fuertemente a Italia, donde ya gobierna el populismo de la Liga y el 5 Estrellas luego de la debacle del premier Matteo Renzi, último representante de los partidos tradicionales. En Bélgica, en tanto, los nacionalistas flamencos se retiran del gobierno. Por el tema más caliente de la Europa actual: la inmigración, más precisamente por el Pacto Mundial para la Migración de las Naciones Unidas, que se firma en Marruecos.
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"Chalecos amarillos" en medio de los gases lacrimógenos cerca de la Torre Eifel, durante las protestas del pasado sábado 8 de diciembre.
Europa es víctima de la peor de las combinaciones: el excedente demográfico de los países del otro lado del Mediterráneo se siente inevitablemente atraído por la aún rica vecina, a la vez que esta sufre como nadie los efectos negativos de la globalización. Este fenómeno, mientras empobrece a Europa, crea riqueza y bienestar en Asia, fundamentalmente, pero también en Africa y América latina. Los grandes medios de comunicación, formadores de opinión y temario a nivel internacional, son poco propensos a registrar ese otro lado de la globalización, dado que son europeos o estadounidenses. Por cada informe sobre la nueva clase media china o india se publican 100 de la crisis y la nueva pobreza en Francia, España o Italia.