Bogotá. — Con la cabeza vendada, el rostro todavía inflamado como
consecuencia de una infección y el cansancio que deja caminar una semana por zonas selváticas, el
agricultor colombiano Ricardo Correa siente que ha nacido por segunda vez tras vivir una odisea de
esas que solamente se ven en las películas. Correa, de 30 años, creyó desfallecer el pasado 23 de
enero cuando seis hombres fuertemente armados salieron a su paso en un sector rural del municipio
de Toledo, departamento de Norte de Santander, y se identificaron como miembros de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
Por su mente pasaron las noticias que leen todos los días
los colombianos sobre los más de 770 secuestrados que tiene esa guerrilla, algunos de los cuales
llevan más de diez años en cautiverio. Pero el campesino no tenía intenciones de pasar una larga
temporada con sus captores. Relata que todos los días rezaba para que Dios, en quien cree
profundamente, le enviara un mensaje para saber en qué momento huir. "En el día nos la pasábamos
caminando y en la noche nos acostábamos a dormir en el piso. Antes de hacerlo me amarraban con un
lazo de una mano a un árbol", recuerda. "Yo rogaba a Dios que me diera la posibilidad de escaparme
y de que los guerrilleros no me pudieran alcanzar. Esperaba el momento que se descuidaran. En la
noche o en el día, sería la hora de salir como fuera. Cuando dije escapar no lo pensé dos veces",
dice, mientras lanza una mirada con la que asegura que la fe mueve montañas.
Y Correa no dejó pasar la oportunidad. El 30 de enero
sintió que todos los 40 guerrilleros que lo cuidaban tenían el sueño pesado. Como pudo, logró
soltarse de la cuerda y corrió tan rápido como nunca antes lo había hecho.
Odisea de miedo. Mientras huía, pensaba que su familia ya no tendría que pagar
los 103.000 dólares que las Farc exigían por su libertad, pero sentía temor de estar desprotegido.
"Caminaba un poco de día y otro poco de noche para no ser detectado por los guerrilleros", dice al
recordar que atravesó ríos y montañas y que pasó por pequeñas aldeas en las que no se atrevió a
entrar a pedir ayuda ante la posibilidad de que algunos de los lugareños estuvieran vinculados con
las Farc. El momento más crítico se presentó cuando se colgó de unas ramas para tratar de pasar un
precipicio, con tan mala suerte que al llegar al otro lado se dio un fuerte golpe en la cabeza.
"Perdí mucha sangre y casi pierdo el conocimiento", narra Correa, que en cuestión de horas vio cómo
la herida se le infectaba y le producía una hinchazón en el rostro que apenas ahora comienza a
ceder.
En una semana de caminata su única alimentación fue el agua
de los ríos, algunas mandarinas y naranjas y, especialmente, yucas que tuvo que desenterrar para
comerlas crudas. La aventura terminó el martes, cuando pudo llegar a la población de Gibraltar. El
ejército lo llevó a un hospital de Cúcuta, donde le fue diagnosticado un trauma
craneoencefálico.
La historia de Correa recuerda casos similares, como el del actual ministro
de Exteriores , Fernando Araújo, quien tras permanecer secuestrado seis años pudo escapar el 31 de
diciembre de 2006 y caminó por la selva durante cinco días hasta llegar a un caserío donde encontró
a militares. También viene a la memoria la odisea del policía John Pinchao, que puso punto final a
más de ocho años como rehén el 28 de abril del año pasado. Caminó por 20 días y llegó a la
libertad. Según Pinchao, la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt y el ex senador Luis Eladio
Pérez, secuestrados en 2002 y 2001, respectivamente, lograron escaparse pero fueron encontrados por
los guerrilleros cinco días después. Ellos no tuvieron la misma suerte.
l