La madre de Adam Lanza era una de decenas de millones de estadounidenses que poseen un arma de fuego. Ella tenía legalmente un fusil Bushmaster calibre .223 y un par de pistolas, que su hijo de 20 años usó para asesinar a 20 niños y seis adultos en sólo 10 minutos dentro de una escuela primaria en Newtown, Connecticut.
En la cruda secuela de la segunda peor matanza en una escuela de Estados Unidos, una gran cantidad de aficionados a las armas de fuego complican el análisis de la cultura de posesión de armas, la cual los detractores, en ocasiones de manera simplista, atribuyen a un poderoso grupo de cabildeo y a fanáticos.
El número de civiles que cuentan con armas de fuego en Estados Unidos es mayor que en cualquier otra parte del mundo. Yemen se ubica en un alejado segundo lugar, de acuerdo con el Sondeo Sobre Pequeñas Armas de Fuego realizado en Ginebra.
Uno de esos civiles es Blake Smith, un ingeniero mecánico que vive cerca de Houston y usa fusiles tipo AR-15 en competencias de tiro.
El gobernador de Texas, Rick Perry, que públicamente aseguró haber matado un coyote mientras trotaba con una pistola enfundada en su ropa deportiva, ha firmado media decena de certificados que nombran a Smith uno de los mejores tiradores del estado.
“Pero no me considero un fanático”, dijo Smith, de 54 años, cuyo padre le dejó manejar un arma de fuego por primera vez aproximadamente a los 6 años.
“Me siento frente a un escritorio todo el día. Y cuando no estoy en el campo de tiro, no estoy pensando en disparos”, dijo Smith, quien compara su desapego emocional a las armas con el que sentiría por un auto o cualquier otra máquina. “Estoy muy concentrado en el ajuste de la mira, en jalar el gatillo y en mi posición. No me preocupo de nada más. No pienso en otra cosa. Es tranquilizador. Es terapéutico. Todo mundo debería tener algo que le dé paz”.
Desde la matanza en la primaria en Newtown, el presidente Barack Obama ha pedido propuestas para reducir incidentes violentos con armas de fuego que pueda presentar ante el Congreso en enero, y pidió a la Asociación Nacional de Portadores de Armas (NRA, por sus siglas en inglés), la organización a favor del derecho a la portación de armas más poderosa del país, que se una al esfuerzo.
Pero en Estados Unidos, los defensores del control de armas han tenido que enfrentar a un numeroso bloque de estadounidenses promedio para los que las armas de fuego son simplemente parte fundamental de sus vidas, ya sea por patriotismo o una sensación personal de seguridad, o simplemente como pasatiempo.
Dave Burdett, que posee una tienda de artículos para actividades al aire libre justo del otro lado de la acera del creciente campus de la Universidad Texas A&M en College Station, dijo que su afinidad por las pistolas está arraigada a la historia, no al deporte.
Un cartel de la NRA que muestra un águila calva, símbolo nacional estadounidense, está pegado en la puerta de vidrio de su oficina. Se inició como abogado, aventurándose en todo tipo de casos, desde terrenos comerciales hasta intentos por impedir la deportación de un inmigrante que vivía de manera ilegal en el país, antes de hacer la transición a la venta de armas de fuego.
Cuando su hija obtuvo un título al culminar sus estudios de la carrera de negocios en Texas A&M, Burdett imaginó que ella se mudaría a un lugar cosmopolita como Dallas y trabajar en un rascacielos del centro de la ciudad. En vez de eso, ella empezó trabajar en la tienda, armó su propio AR-15 con partes de repuesto y lo usó para unirse al que su padre describe como el “circuito vamos a cazar cerdo esta noche”.
Esas cacerías de cerdos salvajes por lo general incluyen rifles de alto poder y anteojos de visión nocturna.
“El otro asunto es que disparar es divertido. En verdad lo es”, indicó Burdett.
Muchos así lo creen. Smith, el ingeniero mecánico, dijo que entre esas personas se encuentran sus hijas adolescentes. En competencias de tiro a nivel nacional, Smith se ha topado con un grupo de niñas de entre 13 y 14 años, que se llaman a sí mismas “The Pink Ladies” (Las Damas de Rosa), que disparan contra un blanco con fusiles de alto poder.
"Uno se acostumbra"
“Para mí resulta obvio: mientras más personas porten armas de fuego, o al menos tengan en sus hogares, más se reduce la comisión de delitos”, dijo Bill Moos, un taxidermista del pueblo de Bryan, cerca de College Station. Moos, que tiene más de 30 armas de fuego, Todas las mañanas ronda su rancho de 16 hectáreas acompañado por sus perros y con una escopeta. “Uno crece entre las armas y se acostumbra. Y también las disfruta”, aseguró.