Emilio Cárdenas recibe al cronista en uno de los aristocráticos salones del Jockey Club de Rosario, minutos antes de dar una conferencia sobre la política exterior del nuevo gobierno argentino. Al veterano diplomático con años en Naciones Unidas se lo nota entusiasmado por la nueva época que se anuncia en la región, luego de largos años de hegemonía "bolivariana" y de gobiernos de izquierda no siempre democrática.
—Hay en el gobierno de Macri una primera etapa, de llegada y presentación, muy bien recibida: la visita de Hollande, Renzi, luego la de Obama. Esa primera etapa se cumplió. Ahora, ¿cómo sigue la canciller Malcorra?
—Lo primero que hizo Malcorra fue interrumpir el aislamiento. Argentina dijo "quiero volver a ser lo que he sido siempre, terminar con el aislamiento y ocupar mi lugar y tener mi propia opinión". Y recibió el apoyo de Occidente. Esta primera etapa se agota pronto. La segunda etapa debe mostrar una Argentina dispuesta a trabajar, a liderar con ideas y apuntalar el cambio que la presencia de este nuevo gobierno sugiere en la región. Argentina estaba acostumbrada a trabajar en Sudamérica en organismos como Unasur y Mercosur bajo un discurso único. Servían a un propósito exclusivo, el modelo bolivariano. Los países que pertenecían a esas organizaciones pero estaban en el Pacífico (Chile, Colombia y Perú) acompañaron en silencio ese discurso único La irrupción del gobierno de Macri ha quebrado ese andar acompasado con un discurso único, elaborado en Caracas y algunos sospechan también en La Habana y después asimilado por el resto de la región. Eso se ha puesto de manifiesto con la crisis brasileña, sobre todo con los organismos regionales, Unasur y Mercosur. En especial, cuando uno compara con la crisis paraguaya de 2012. Pasaron exactamente las mismas cosas desde el punto de vista institucional (el juicio político del presidente Fernando Lugo entonces, de Rousseff, hoy) y ahora, en lugar de salir en auxilio de Dilma, la región salió en auxilio de las instituciones: es decir, en vez de auxiliar a Dilma se dijo "vamos a respetar a las instituciones, que la Constitución brasileña dispone cómo deben trabajar". No fue lo que pasó en Paraguay, cuando los organismos regionales salieron corriendo a defender al ex presidente Lugo. Me parece que este cambio es consecuencia de esa postura autónoma que la Argentina ha tenido. Por esto, llega el momento de liderar con una posición propia, y, en segundo lugar, de volver a armar todo lo que el kirchnerismo desarmó. Porque se dice fácil que nosotros tuvimos en estos años conflictos con prácticamente todos los vecinos. Pero hay que empezar de vuelta, armar la agenda de trabajo conjunto, tener iniciativas, promoverlas y cerrarlas y ponerlas a operar. Y si no hace eso, difícilmente Argentina va a tener el liderazgo al que algunos aspiran. Hay que advertir es que el país que ha sido líder durante la última década, Brasil, está en una crisis y hay entonces una ventana de oportunidad para recuperar una posición, que podrá no ser central excluyente, pero debe estar entre las posiciones centrales, si se quiere. La Argentina no puede estar ni en un costado ni al fondo del escenario. Diría que por su propia identidad tiene que recuperar la imagen y volver al centro de la escena. Lo que sucede en Brasil le permite a Argentina hacer eso, sin por ello ofender a Brasil, que en la última década asumió el papel de "líder natural". Si uno habla con los brasileños, están entusiasmados con ellos mismos y con Brasil. Si se les decía "ojo, también estamos nosotros", respondían que no, " el líder natural somos nosotros, por tamaño y capacidad, y además ustedes han vivido equivocándose por décadas". Hay así una tarea de reconstrucción, en la que está en este momento empeñada la canciller Susana Malcorra.
—Una figura fundamental en esta nueva etapa.
—Es una mujer excepcional. Tenemos la garantía que le da la experiencia diplomática, tiene talento y estudia. No se va a quedar sentada en su escritorio esperando que las cosas ocurran. Porque Argentina ya no puede esperar que las cosas ocurran para que le pasen por encima, tiene que actuar para que en América latina el rumbo extraviado se vuelva a recuperar. Para salir de esa filosofía aislacionista, proteccionista, de alguna manera casi con sensación de culpable. El diálogo de la Argentina se había achicado al Mercosur y aún así, limitado a ir a firmar donde nos decían que había que firmar. No participábamos, no negociábamos. Volvemos a un momento que le permite a la Argentina asumir un papel que extravió.
—Sobre la Unasur, pasó del protagonismo absoluto a quedar al costado del escenario. Justo cuando hay una crisis muy aguda en Venezuela que sí exigiría una intervención de la Unasur. Existe una verdadera emergencia democrática.
—Tanto hay una emergencia democrática en Venezuela que el Santo Padre acaba de mandar una carta al gobierno de Maduro ofreciéndose para mediar. Cuando organizaciones como Unasur deberían ser las mediadoras naturales. Lo que pasa es que ellas mediaban para sostener a los gobiernos bolivarianos. Y no podemos olvidar quién es el secretario general de Unasur (el colombiano Ernesto Samper) un hombre con la misma ideología, que por esto no va a tener la iniciativa que le quite lustre a los países bolivarianos. Hoy salir a defender a Maduro es muy difícil, porque ha "conseguido" destruir a Venezuela, va a cerrar el año con 700% de inflación; no hay alimentos ni medicamentos. Es el reino de la escasez y la arbitrariedad y no respeta las libertades ni los derechos humanos. Y ante todo esto, Unasur ha mantenido un silencio cómplice. Cambiar esto es una tarea para la Argentina. Esas instituciones estaban cautivas de la ideología bolivariana y estos años se mantuvieron en un silencio muy condenable. Nadie defendió las libertades y las instituciones democráticas en Venezuela. Todavía hoy Unasur pretende que en Venezuela hay una democracia. Y hasta ahora, sólo ocurrió que algunos miembros audaces, como Argentina, han dicho que están preocupados. Hay una guerra institucional de Maduro contra la Asamblea Nacional, centro mismo de la democracia y de los balances institucionales.
—Por ahora Maduro ha logrado tener bajo control y anular a la Asamblea...
—Porque puso, poco antes del cambio de turno parlamentario, a jueces supremos que son tropa propia y anulan cada medida que toma el Legislativo. Salvo con el referendo revocatorio, pero ha dicho que es sólo "una opción".
—Da la impresión que la táctica es patearlo para adelante...
—Claro, porque si el referendo revocatorio se hace este año se van él y su vice, si en cambio pasa par el año que viene, a Maduro lo sustituye el vice. Pero el pueblo venezolano está perdiendo la paciencia. Por eso la carta del Papa, que no manda una oferta de mediación si no cree que la situación no es grave.
—Ahora, la OEA, con el nuevo secretario Luis Almagro, ex canciller de Mujica, sí ha cambiado el tono respecto de Venezuela.
—Almagro cambió físicamente y lo que es más importante, cambio ideológicamente. Cuando era canciller de Mujica tenía una facha descuidada. Ahora, secretario general de la OEA, está muy bien presentado. A este cambio exterior, no sustantivo, sumó el cambio que importa. Se calló como canciller de Mujica, pero cuando llegó a la OEA se dio cuenta de que el rol de esta organización es defender la Carta Democrática.
—Por último, le pido un breve balance de la presidencia de Obama, que está terminando.
—Obama está en su último año y trata de cerrar para la Historia algunos objetivos que no había conseguido en estos años. Diría que el gran logro de Obama es el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. Lo que era un peligro inminente, que los ayatolas tuvieran el arma nuclear, él lo desarmó. La recomposición con Cuba también es un paso adelante, si bien en la vida diaria no hay consecuencias positivas. En realidad, mientras no haya cambios de generación en Cuba, no habrá cambios sustanciales. Mientras los Castro estén en el poder, y dijeron que estarán hasta 2018, va a ser muy difícil que haya una Cuba más normal, más parecida al resto de la región.