Empezó tocando la cumparsita en la escoba de una sola cuerda que acababa de crear, y cuando terminó, dijo que podía interpretar otras canciones con esa guitarra eléctrica. El inventor recostó prolijamente el instrumento sobre el respaldar del mismo sofá donde él estaba sentado, y luego se levantó para abrir el ropero. Sacó de uno de los cajones dos partituras con otras canciones populares, y las dejó sobre la mesa ratona.
El living de su casa, pequeño y prolijo, estaba repleto de fotos de programas de televisión. Al igual que ahora, el inventor llevaba con orgullo la barba rala, el cabello endurecido y los ojos clavados en lo más profundo de su cara. Su especialidad era crear instrumentos musicales con simples objetos de cualquier casa.
-Es increíble el sonido que logra el bidet -me dijo.
La conversación avanzó amena por los temas de rigor periodístico, los motivos de la creación, los materiales usados, el por qué de cada elección, el uso de las herramientas, el tiempo de terminación; y más tarde, cuando ya casi no quedaba nada para conversar sobre los instrumentos, me pidió que lo acompañara a la parte trasera de la casa para mostrarme otras creaciones, el nuevo terreno que estaba explorando.
-Intento no repetirme -me dijo al levantarse.
Un angosto pasillo nos comunicó con la cocina. Rodeamos la mesa, salimos por la puerta del fondo que estaba abierta, e ingresamos de lleno al galpón de atrás, el espacio más grande de la propiedad. Las herramientas lucían ordenadas y limpias. Decenas de manubrios de motocicletas formaban una A sobre la pared.
El inventor caminó hacia dos enormes montículos envueltos por una lona verde hasta estar a menos de un metro. Se limpió el sudor de la frente con el antebrazo, y luego de meditar unos segundos, arrancó la primera lona con el movimiento de un director de orquesta.
De golpe apareció un enorme gusano, verde como la primavera. Los ojos saltones recobraban su vida con la poca luz que llegaba desde la ventana. El gusano mecánico, convertido en éxito tras su presentación en los corsos del último carnaval, era un fiel representante del mismo insecto que el verano anterior había hecho perder gran parte de la cosecha. Se movilizaba con la fuerza de motores de limpiaparabrisas de camiones.
-La inspiración siempre regresa a la niñez -reflexionó.
Pero por alguna razón, el inventor dejó su última obra para el final. Me dijo que iba a ser la gran atracción para los corsos que estaban por llegar. A fuerza de ser sincero debo reconocer que sentí mucha curiosidad por saber de qué se trataba. A simple vista el bulto era más alto, pero de menor tamaño que el anterior.
El inventor caminó un par de pasos hacia donde yo estaba, y antes de arrancar la siguiente lona, me pidió que me alejara hacia la otra punta, justo donde estaba el torno. Cuando la destapó, se me vinieron encima todos los personajes de "Titanes en el ring". Una momia mucho más baja que la de la televisión me miraba amenazante con los brazos extendidos.
Debo reconocer que estaba un poco deformada aquella momia. Sin embargo, el verdadero secreto de su enorme misterio se develó minutos después cuando el hombre accionó una palanca en la parte de atrás. La momia tuvo una pequeña e inesperada descarga eléctrica. Estaba más viva que nunca. Movió la pierna derecha y luego la izquierda. Los músculos se tensaron como el elástico de una gomera. Dos perros galgos se desperezaron del rincón este y torearon sin ganas.
La cara de la momia era la suma de todas las caras del miedo, pero el rasgo que más la distinguía estaba en sus ojos, unos ojos que se concentraban en el centro de mi figura.
No le costaba mantener el equilibrio en su caminar. Era un paso tras de otro, frío y coordinado. Su cuerpo recto y resplandeciente enfrentándose a los Unos en los confines del continente asiático. Yo empalidecí de golpe. Juraría que la momia empezó a respirar por la nariz. Tuve sudores y escalofríos en varias partes del cuerpo. Me quedé quieto, encerrado entre dos paredes, sintiendo ganas de salir corriendo, mientras los pies de la momia lamían el suelo en dirección hacia donde yo estaba.
Walter Gasparetti es periodista de LA CAPITAL. Escribe #microcuentos y #microrelatos en su cuenta de Twitter. Seguilo en @wgaspa