En plenas vacaciones de invierno surge una cargada oferta de propuestas para que los chicos y chicas disfruten del tiempo libre. Sin los horarios cronometrados por la actividad de la escuela, la época se transforma en una chance para que los padres acompañen a sus hijos en el juego, el ocio y en diversas actividades que representan otros aprendizajes. Para Juan Vasen, psicoanalista y especialista en psiquiatría de la infancia y la adolescencia, el receso escolar "es una oportunidad para poder encontrarse con un hijo, sobrino o nieto y poder divertirse y descubrir uno las cosas que un chico hace o piensa; y a la vez abrirse a la posibilidad de compartir experiencias y relatos".
Autor entre otros libros de La atención que no se presta y El mito del niño bipolar, Vasen destaca además el valor del juego en los chicos y chicas y afirma que los adultos deben acompañar ese tiempo libre, además de no cargar todo el peso del uso de las pantallas sobre los chicos, ya que "ellos van a ser un reflejo de lo que nosotros hagamos".
—¿Qué rol les toca a los adultos en este período de tiempo libre de los chicos y chicas?
—A mí me parece que el eje es el tiempo. María Elena Walsh tenía una frasecita muy sencilla que me parece clave, cuando decía que leerle o contarle un cuento a un chico es tiempo donado. Tiempo que el adulto le dona al chico. Ese tiempo es un gesto que, de alguna manera, es lo que está interferido. Hace muy poco tiempo hubo una protesta de chicos en la ciudad de Hamburgo (Alemania), "liderados" por un chico de unos 8 años, que protestaban contra el uso de celulares de sus padres. Ellos querían que les den bolilla, que jueguen con ellos y no que estén todo el tiempo conectados con los celulares. Muchas veces se pone el acento al decir que los chicos están tomados por los celulares y claramente me parece que el problema hay que empezar a pensarlo por el lado de los adultos. Porque los chicos van a ser un reflejo o efecto de lo que los adultos hagamos. Entonces, en primer lugar creo que la dificultad sería qué hacemos con ese tiempo de ocio, cómo hacemos para "bancarnos" cierto grado de desocupación del tiempo. Y ver qué puede surgir en esa situación. Se dice que el ocio es creativo y no siempre es así. Se trata de encarrilarlo para ese lado, para que uno pueda conectarse con sus hijos, para que uno pueda leerles, escucharlos, tener un diálogo e interesarse por las cosas que les pasan. Los chicos también son muy curiosos y, si uno no los satura, se abre un espacio de diálogo.
—Bueno, suele pasar que en vacaciones a los chicos los llenan de actividades para cubrir ese tiempo libre, porque en el resto del año la escuela es ordenador de esos espacios.
—Creo que a veces, si lo llevamos a la caricatura, los padres están aterrados y dicen: "Vienen las vacaciones de invierno ¡la que me espera!" (risas). Porque efectivamente muchos chicos demandan y en la medida que encuentran cierta disponibilidad adulta se encuentra ahí algo interesante. El problema, me parece, es cuando nosotros como adultos estamos poco disponibles, muy metidos en los nuestro, muy chupados también por las ocupaciones —o la desocupación— y por las redes sociales. Creo que todo eso debilita la riqueza de ese tiempo compartido. Por eso creo que la posibilidad que se abre es de armar pequeñas propuestas, actividades compartidas que sean del agrado de todos. Que a lo mejor pueden tener que ver con ir a un teatro o a un cine. Recuerdo en mi infancia haber ido con mis padres a ver películas que me han gustado muchísimo. Eso no hay que censurarlo, por el contrario, porque me parece una actividad muy enriquecedora si después se comparte el comentario, el ida y vuelta sobre una película, una obra de teatro o cualquier actividad que un chico haga.
—¿Qué valor le das al juego en estos tiempos?
—Es clave. Para mi forma de pensar, el juego está en el origen de la subjetividad humana. Muchas veces se plantea que somos humanos en tanto hablamos y tenemos conciencia. Me parece que otra de las cosas que también hacen a lo humano es el juego, en la medida que un chico desde muy chiquito aprende a jugar con pequeños objetos, con las palabras inclusive. Y ahí nace el humor. El juego es una clave fundamental en la constitución de la subjetividad. Y la disponibilidad adulta a una actividad lúdica, humorística y divertida es sumamente enriquecedora para los chicos.
—¿Cuál es tu mirada respecto del ocio de los chicos?
—Me parece que el ocio es como si dijeras el tiempo de recreo. También creo que los chicos están muy tomados por la ocupación del tiempo, por una especie de activismo. Los videojuegos a veces tienen cualidades positivas en términos de jugar en red y una cantidad de cosas que favorecen lo social, y no necesariamente el "despanzurrar" sangrientamente al enemigo. Pero me parece que esos juegos nacen como entrenamiento para pilotos en sus comienzos. Los chicos entran en esa lógica del entrenamiento, de la supervivencia. Hay una frase que me gusta que dice que sobrevivir es una técnica y vivir es un arte. Bueno, la supervivencia es una técnica. Entonces hay que desarrollar técnicas y estrategias de supervivencia. Y lo más delicado es generar la posibilidad de algo que tenga que ver más con el arte y lo creativo en el ocio. Que ya no es entrenar para, sino más cercano al juego. La dificultad está de los dos lados, está en la cultura. Entre los adultos y los chicos se arma una dificultad para poder compartir un momento de juego e intercambio relajado, divertido y compinche.
—¿Qué espacio ocupan las pantallas en este tiempo libre de vacaciones?
—Me parece que la pregunta de qué hacen los chicos con las pantallas tiene que ver con quién se las da y en qué medida. Por supuesto que los chicos después se apropian y las pantallas tienen un carácter sumamente adictivo, están para eso. Pero sí creo que el punto más importante ahí es la actitud adulta. Y ahí viene todo un asunto difícil, porque siempre me imagino la escena de una familia en donde llaman al chico o a la chica a comer y el otro está jugando fanáticamente a un juego. Sacarlo de esa situación es casi como operarlo a cielo abierto y sin anestesia. Como sacarle un órgano al chico. Se resiste y te empieza a mirar con cara de pocos amigos. Ahí hay un desafío. Pero tampoco hay que creer que antes, cuando no había tantas pantallas, el diálogo y el juego imperaban. Venimos de una historia donde los roles familiares, treinta o cuarenta años atrás, eran mucho más rígidos, el diálogo era mucho más difícil y las situaciones eran más asimétricas. Si bien ahora hay un exceso de simetría en algunos casos, que es todo un tema de la época, antes había una asimetría que hacía muy difícil la cercanía. En todo caso, ponían los roles muy tradicionales. Digo esto para no idealizar. Antes había otras dificultades y otras limitaciones en el encuentro entre chicos y adultos.
—El receso escolar entonces es también una oportunidad de encuentro.
—Me parece que es una oportunidad para poder encontrarse con un hijo, sobrino o nieto y poder divertirse y descubrir las cosas que un chiquito hace o piensa. Y a la vez abrirse a la posibilidad de compartir experiencias y relatos. Todos nos acordamos de personas que nos contaban cuentos, relatos o historias que nos resultaban sumamente alojadoras, que nos tocaban en nuestras fibras más íntimas. Todo eso me parece que es algo que debemos revitalizar y darnos la oportunidad de disfrutar. No solo que los chicos lo disfruten sino nosotros como adultos poder disfrutar de los chicos de esa manera. Y eso va a generar un nosotros muy grato.
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El psicólogo y especialista en psiquiatría infantil, Juan Vasen.
>> De infancias y pantallas
Médico especializado en psiquiatría infantil-juvenil y psicoanalista, Vasen fue docente de la Cátedra de Farmacología (UBA) y jefe de residentes en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
Además de ser autor de numerosas publicaciones sobre infancia y adolescencia, es miembro fundador y actual secretario general del Forum Infancias (Ex ForumADD). En este espacio, el 24 de agosto dictará en Buenos Aires un curso sobre "Pantallas: sus efectos en la producción de subjetividad", junto a Miguel Tollo (psicólogo) y María José Fattore (pediatra).
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