Chachi Verona
Y, como ya sabemos que soy un tanto indiscreta, lo/a invito a que haga el esfuerzo de recordar que alguna vez fue niño o niña.
Le pido disculpas. Me olvidé de contarle que, además de ser entrometida, soy un tanto pedigüeña. Por eso, me animo a invitarlo/a a usted y a todas las personas_que ya se han vuelto grandes_ a regalarle a los chicos/as tiempo. Tiempo de charlas, palabras y miradas. Tiempo de juegos, relatos y cuentos. Tiempo de ilusión y fantasía. Tiempo de encuentros genuinos. Tiempo para crecer y aprender. Tiempo para que puedan ser niñas y niños.
Hagame caso, haga el intento. Ahorrará dinero, ganará preciosos momentos y, de yapa, le aseguro que sus hijos/as, sus nietos/as, sus sobrinos/as sabrán valorar y agradecer que usted les regale tiempo.
Y ante la proximidad del día del niño/a, comparto además un texto de mi libro El tiempo de ser niñas y niños (**). Se trata de un relato que, al menos en mi opinión, propone un encuentro genuino con las infancias: la nuestra y la de los chicos y las chicas de estos tiempos. Porque nos invita a recuperar el valor de la mirada y la palabra. Yo quiero invitarlos/as a ese desafío, a mirar un poco más al "piberío", procurando recordar aquellas miradas que a nosotros/as nos sostuvieron y permitieron crecer. Al desafío de confiar en los niños y niñas cuando puedan y cuando no puedan tanto, a pesar de todo, siempre.
¡Mirame, ma! ¡Mirame, se!
Mirame cuando intento trepar un árbol, cuando trato de aprender a hamacarme solo, cuando pruebo una nueva pirueta, cuando salto muy alto, cuando corro en la cancha, cuando bailo, cuando juego, cuando ando en bici aunque sea a los tumbos, cuando intento garabatear mi nombre en un papel, cuando trato de aprender algo nuevo, cuando me enojo porque no me sale, cuando celebro porque lo logré. ¡Mirame, ma! Mirame porque necesito que sepas de lo que soy capaz, que me lo confirmes, que vos también creas en mí.
¡Mirame, ma! Porque necesito que me alientes cuando tenga miedo, que me felicites cuando lo consiga, que me consueles si algo llegase a fallar y no pudiera lograrlo, que me invites a intentarlo otra vez y que me asegures que un día podré. ¡Mirame Ma! ¡Mirame siempre!
En otras ocasiones, ese grito suele trocar el "ma" por el "se" y entonces puedo decir insistentemente: ¡mirame, se!
Mirame porque necesito saber que crees en mí, que me confirmes que puedo aprender aunque me equivoque, aunque no me salga, aunque no pueda todavía.
¡Mirame, se! Porque necesito que me ayudes a confiar en mí, que me convenzas de que soy capaz de aprender aunque la E se convierta en un 3, aunque la cursiva me salga chueca, aunque las letras y los números se caigan del renglón, aunque las cuentas me dieran mal, aunque aún no sepa si va con s, con c o con zeta, aunque la prolijidad no sea una virtud de mi cuaderno, aunque lea despacito y me confunda la la b con la d, aunque me cueste entender lo que explicaste un montón de veces, aunque me olvide de empezar las frases con mayúscula, aunque todavía necesite de la ayuda de mis dedos para sumar y restar, aunque no recuerde la tabla del seis.
¡Mirame, se! Mirame y decime que voy a poder, con palabras o con tus ojos. Y yo te aseguro que voy a aprender.
(*)Profesora titular de la cátedra Lenguaje y aprendizaje patológico, de la carrera de Fonoaudiología (Facultad de Ciencias Médicas de la UNR).
(**)Del libro "El tiempo de ser niñas y niños." (Laborde Editor) F. Felice.