Atardece en la Isla del supuesto tesoro. La luz del sol se apaga y el paisaje se va cubriendo de sombras. Guacamayos reposan sobre los árboles, dispuestos a dormir hasta la mañana siguiente.
Dibujo: Chachi Verona.
Atardece en la Isla del supuesto tesoro. La luz del sol se apaga y el paisaje se va cubriendo de sombras. Guacamayos reposan sobre los árboles, dispuestos a dormir hasta la mañana siguiente.
La voz del pirata apodado “Intrépido buscador de tesoros” suena desesperada. Lleva en la mano una pala y un farol para iluminarse. Aúlla:
—¡¿Dónde estás, “Bellaco empedernido”?!
“Bellaco empedernido” es su fiel compañero, famoso pirata iniciador de pleitos y rencillas.
—¡Acá, peleando con la palmera que ataca! —responde “Bellaco”, que blande la espada frente a una lluvia de cocos que avanzan como proyectiles mientras la noche cae.
—¡Ven y ayúdame a excavar en el lugar señalado!
—¿En el lugar señalado por el viejo mapa?
—Sí, en el lugar señalado por el viejo mapa robado al pirata “Audaz y distraído” que lo dejó olvidado...
—¿Olvidado en la Cantina de los mares calientes, en el Puerto corsario, capital de la República de los filibusteros?
—Sí, el viejo mapa que señala el tesoro que nos hará piratas dichosamente felices.
—Cavemos.
—Sí, compañero: en el pozo cabemos.
“Intrépido buscador...” y “Bellaco empedernido” cavan toda la noche, alumbrados no solo por el farol sino por la luz de la luna. De pronto descubren la superficie del cofre. Rompen el candado y levantan la tapa que oculta el tesoro.
Un resplandor los encandila. Piensan que se trata del reflejo de la luna sobre las joyas y las monedas de oro. Pero no. En el cofre hay siete tapitas de gaseosa, una llave un poco oxidada y tres pilas viejas, que brillan bajo la luz lunar y parecen un fueguito en medio de la noche.
Los piratas revuelven adentro del cofre y solamente encuentran: bolitas secas de paraíso, una gomera, una birome que no anda, botones de distinto tamaño, boletos de colectivo (ninguno capicúa) y un frasco de mayonesa (vacío).
“Intrépido buscador...” se agarra la cabeza:
—¡Tenía que ser obra del pirata “Audaz y distraído”!
Y arremete con furia, levantando el gancho que lleva por puño (y que también resplandece bajo la luz de la luna):
—¡Navegaré por los mares en busca del mapa de la Isla del verdadero tesoro, que vaya a saber adónde dejó olvidado so infeliz!
“Bellaco empedernido” pregunta:
—¿Puedo quedarme con la gomera?
Y, sin esperar respuesta, comienza a tirarles a los guacamayos con las tapitas de gaseosa y las bolitas de paraíso secas.
Amanece. Los rayos del sol permiten ver el paisaje tropical. Los guacamayos, espantados, vuelan por el cielo claro. Van en dirección a la Isla del verdadero tesoro.
Pero los piratas indignamente engañados ni se dan cuenta.