¿Cuántas formas de medir el tiempo existen? ¿El tiempo que se pierde se puede recuperar? o mejor dicho, el tiempo ¿se pierde? ¿Qué es el tiempo?. Cuando la inquietud se instala sobre un tema que nos interesa, en general, no podemos evitar seguir abriendo interrogantes. Una duda nos lleva a otra consulta y en ese discurrir, se descubre, se cuestiona y se crean infinitos mundos posibles. Eso es lo que sucede al leer Mine y el tiempo. Una aventura puede comenzar en tu ventana, el primer título de la serie de cuentos filosóficos para niñas y niños, editado por Cosas Invisibles. En esta historia, una chica descubre al mirar el jardín, que el árbol de quinotos que comparte con su vecina está lleno de hormigas. Asombrada por la situación, la nena busca una lupa y empieza a investigar pero la pequeña aventura se pone en riesgo cuando la mamá de Mine la apura porque tiene que ir a la escuela. A partir de ahí, el cuento escrito por la doctora en filosofía Belén Campero, abre preguntas sobre la noción del tiempo y reflexiona sobre los ciclos, el paso de los años, la fotografía. El gran hallazgo de este libro es que instala la posibilidad de la filosofía en la vida cotidiana. "Cuando pensamos en esta pregunta de dónde aparece la filosofía, insistimos en que no hay que vivir en el espacio académico para filosofar sino que, en la vida cotidiana, permanentemente aparecen preguntas. Ahí es donde está el germen del ejercicio filosófico, en la vida cotidiana y no sólo en las escuelas y no sólo de la maestra al niño, no sólo de la madre, padre, cuidador o cuidadora al niño", dice Campero y pone en cuestión la idea misma de la unidireccionalidad en el proceso de aprendizaje.
La observación que plantea la escritora está presente en la forma en que se pensó la producción del libro, un trabajo conjunto y de construcción compartida. Las ilustraciones, del artista visual Fabricio Caiazza, están hechas en base a una sesión fotográfica realizada por Inés Martino. Las actrices recrearon las escenas del cuento, fueron fotografiadas y de ahí, salieron los dibujos. Las intérpretes son la propia Belén Campero, su hija y la tía de Romina Gianfelici, la psicóloga que con Campero fundó el grupo de trabajo Cosas invisibles que promueve espacios de filosofía con niñas y niños. "No estuvieron guiadas completamente las escenas, era un poco de libre interpretación por parte de las actrices. Si bien se sabía cuál era el cuadro que se iba a fotografiar, por ejemplo Mine mirando las hormigas, lo que hacía Mine, la forma en que lo hacía, es propia de esa actriz. Eso le suma un condimento que está bueno, porque tiene más que ver con esto- que proponemos de construir en común y de romper con ciertas asimetrías. Esto de que se direccione a otro una orden a cumplir, es algo con lo que nosotras no estamos para nada de acuerdo", dice la escritora.
Algo similar sucede con la elección del nombre para la protagonista del cuento que no responde en los términos clásicos al género masculino o femenino y que además juega también con la posibilidad de ser leído en inglés (Mine, en inglés mío). "Descubrir que tenía esa connotación que refiere a lo propio, me pareció que le daba más valor incluso a la elección porque el texto refiere al conocimiento del tiempo propio", reflexiona Campero.
La publicación, que es un proyecto premiado por Espacio Santafesino en 2017 y puede encontrarse en las librerías, es uno de los recursos que Campero y Gianfelici ponen a disposición de las niñas y niños en el Pequeño laboratorio de investigación filosófica (Plif), una propuesta itinerante que cruza la narración oral y la filosofía y que, según ellas, "va sembrando inquietudes por los lugares donde pasa". El dispositivo se desarrolla actualmente en el Hospital Provincial y el Víctor J. Vilela (junto al Programa municipal-provincial de Ronda minúscula) y también sale de gira por otros espacios de la ciudad.
Para las coordinadoras el libro es un "recurso de invitación para la problematización" que abre las preguntas. Y en esta idea de construir en conjunto y de elegir las palabras con las que nombramos al mundo lo llaman así, recurso, en lugar de disparador. Porque al usar ese término "parece que uno tirara algo que tiene una trayectoria lineal, está la cuestión del impacto. Cuando vos hacés la eyección, disparás algo, lo tirás como al aire y parece que no importa quien lo recibe o qué haga con eso", reflexionan y Gianfelici agrega: "Tenemos una mirada mucho más reflexiva del cómo se produce. Recurso, para nosotras, puede ser un cuento pero también una poesía, una ilustración, un video, las actividades son invitaciones y así como se propone o se invita a algo, estamos también dispuestas a que no sea eso. A renunciar a trabajar con eso y que sea otra cosa".
A partir de ahí, nada es obvio o está dado por sentado. Ellas son facilitadoras del espacio y con las niñas y niños y muchas veces con los padres y madres, construyen las reflexiones y entre todos, inventan los mundos posibles. Esa lógica de pensar la producción de conocimiento en conjunto, instala a su vez nuevos interrogantes: ¿Quiénes son los que formulan preguntas y quiénes los que responden? ¿Quiénes son los que deciden qué libros se pueden leer?. "Lo que aparece como imposición para los acompañantes adultos y adultas de las crianzas es esta obligación cultural que tenemos de dar respuestas. Y a veces a las respuestas no las tenemos y tampoco somos los únicos habilitados o habilitadas a responder", dice Campero y libera así a los mayores de tener que saberlo todo.
Conversaciones
Desde Cosas Invisibles sostienen que, a priori, no hay ningún tema del que no se pueda hablar con los niños y en cambio consideran que muchas veces son los propios adultos los que se niegan porque no están preparados para hacerse ellos mismos las preguntas. "Esa resistencia de los padres y las madres de que los niños y las niñas accedan a ciertos textos o temas, la muerte, la sexualidad, cada quién sabrá cuál es su tema tabú, un poco tiene que ver con que no siempre los padres y las madres están dispuestos a acompañar esas lecturas. El libro es algo que le dan al niño o a la niña para que se entretenga y eso también es algo que nosotras discutimos bastante. Por supuesto que ellos hacen millones de cosas solos, pero que eso no sea una excusa para desentenderse. Algo de lo que hacemos como coordinadoras de un taller de filosofía es acompañar esas lecturas. Nosotras mismas, una vez que estamos ahí, estamos tan en el ejercicio de preguntarnos y de revisar lo que sabemos como cualquiera de los que participan en el taller", dice la psicóloga.
Según cuentan las coordinadoras, con el libro de Mine pasa que algunos se interrogan por el tiempo y no dudan en responder que el tiempo se puede recuperar andando bien fuerte en bicicleta o jugando con amigos. Pero otros, en cambio, se quedan pensando en Mine y se preguntan por qué es tan curiosa o consultan por las hormigas. "Un recurso quizás para nosotras tenga un tema, pero cuando vos lo compartís con otros y otras, te enseña que hay algo más. Una idea se puede transformar en siete mil temas posibles", explica Gianfelici e invita así a seguir abriendo preguntas. ¿Cuántas? Infinitas, tantas como los mundos posibles que seamos capaces de imaginar.