"¿¡Qué vas a aprender!? Si ya sos grande...". Eso fue lo primero que escuchó Olga, cuando contó a los más cercanos que se había anotado en la escuela. Hace tres años que asiste al Centro de Alfabetización y de Educación Básica de Adultos (Caeba) que funciona en el Parque Oeste, donde ya aprendió a leer y a escribir. Olga, sus compañeras y compañeros comparten en el primer día de clases sus historias de vida: duras, difíciles, injustas... También la decisión de no renunciar al derecho a educarse.
Claudia Masine es la maestra que está al frente del Caeba Nº198 y quien abre la puerta del salón para dar la bienvenida en la primera jornada del año escolar. Saluda una a uno a sus alumnas y alumnos, pregunta por las vacaciones, anota a nuevos estudiantes, pide certificados, acomoda el aula y antes de empezar con la clase pide ayuda en voz alta para repasar quiénes aún no han llegado.
Un gran ventilador da de lleno sobre el grupo, también sobre el cuaderno de Olga Aguirre (69 años) sentada en primera fila. Olga cuenta que aprovechó el receso para viajar a Villa Angela y visitar a sus familiares. En esa localidad chaqueña nació, creció y trabajó cosechando algodón, sorgo, maíz, destroncando el monte con su esposo. A los 40 se vino a Rosario.
"Nunca me mandaron a la escuela, éramos nueve hermanos y teníamos que trabajar. Mi papá falleció cuando éramos chicos, mi mamá se juntó con otra persona que era mala, nos maltrataba y nosotros andábamos por ahí... Nunca nos mandaron a la escuela. Recién a los 14 mi mamá me llevó a una, porque yo quería aprender a leer. Era por la noche y el primer día nos siguió un chico. Me asusté y no quise ir más", resume Olga cómo quedó fuera de las aulas.
Ya en Rosario intentó hacer la primaria en una escuela del barrio, pero se alejó por las situaciones de violencia que la rodeaban, "de drogas y peleas". Hasta que un día, en el dispensario, la escuchó a la maestra Claudia invitar a anotarse al Caeba. "Usted ¿le va a enseñar a escribir a los grandes?", recuerda que le preguntó. Ya es el tercer año que asiste, que le da pelea a ese primer "no vas a poder" que escuchó cuando tomó la decisión de estudiar. "Sí, claro que voy a aprender a leer, quiero hacerlo y saber más", desafió en ese momento y lo consiguió: "Ya aprendí a leer y a escribir, no sabía nada de nada. Ni la «O» conocía, que es la letra de mi nombre". Dice que lo mejor que le pasó es haber podido leer en voz alta en la iglesia.
Cerca de Olga está Ruth Guerra, de 21. Vive frente al Parque Oeste, siempre la acompaña su hermano al centro de alfabetización. Pero esta vez le pidió a una amiga, Rocío Castellán (20 años) que se anote con ella, para asistir juntas, sentirse acompañadas. A Ruth le gustan todas las materias, pero más "cómo enseña la señorita Claudia". Está en el Caeba porque en la escuela a la que iba "no entendía nada de nada". Llegó hasta 6º grado y las maestras de esa primaria la "invitaron" a pasarse al centro. Le encanta aprender manualidades en las horas de capacitación laboral que se ofrecen en el centro y proyecta estudiar panificación.
También en esa aula pequeña, iluminada, está Estela González, de 55 años, con su historia al hombro: "Soy de Florencia, cerca del límite con Chaco. Fui hasta 5º grado, cuando mis padres vendieron todo para mudarse. Luego tuvimos que volver, ya sin nada. Mis padres se fueron al Chaco y yo me quedé con mis abuelos. Trabajé desde pequeña. En ese tiempo era cama adentro, ya sea de niñera o doméstica; te dejaban ir un fin de semana al mes a tu casa. Hacía trato para trabajar e ir a la escuela, me decían que sí, pero después siempre me ponían excusas para no dejarme asistir".
Estela se casó, tuvo hijos y se dio una promesa: que ellos tengan lo que ella no pudo. Todos terminaron la escuela obligatoria y hasta cursan la universidad. "Ahora es mi tiempo. Siempre quise estudiar", dice con firmeza. Este año se gradúa en la primaria. Avisa desde ya que como es muy inteligente seguirá la secundaria y por qué no la carrera de medicina. "Quiero ayudar! Hacen tanta falta los médicos en los pueblos!".
Al lado de Estela se sienta Carina Giosa, de 41 años, tiene cinco hijos y dos nietas. "No terminé la escuela, porque mi mamá se peleaba mucho con mi papá y nos sacaban (son siete hermanos) siempre de clase. A los 15 años quedé embarazada y no seguí. La verdad es que no sé leer". Las palabras de Carina llegan una tras otra como un cachetazo de realidad, pero ella las vuelve en esperanza.
Cuenta que su maestra la entusiasmó para que aprenda, que tiene el apoyo en su compañero y de su familia, que sabe que la escritura es una marca de ciudadanía plena: "Si querés mandar un mensaje, hacer un trámite, tenés que saber leer y escribir. Es feo decir que no sabés". Razones por las que esta vez se plantó y les dijo a quienes tiene a su alrededor: "Este año es mío, quiero aprender".
Trabajar y estudiar
En el curso también están Franco, recién llegado del Impenetrable chaqueño; Agustín Tuana y Esteban Guerra, que ya asisten de años anteriores.
Agustín, de 23 años, llegó al Caeba por una amigo que le habló de esta posibilidad. Tuvo que superar distintos problemas personales y de su familia antes de arrancar con las clases. También le jugó en contra una operación relevante que lo dejó por largo tiempo fuera de la escuela. Empezó el año pasado y ahora muy feliz habla de sus logros: "Antes firmaba otra persona por mí, ahora firmo yo; y me puedo ir ocupando de algunas cosas de mi vida". Habla con mucho respeto y cariño de la señorita Claudia, de quien asegura "tiene toda la paciencia del mundo".
Esteban tiene 27 años, llegó hasta 5º en la primaria del barrio, donde no pudo seguir por unas diferencias con un compañero de clase. Hasta que vio la oportunidad del centro para finalizar sus estudios pendientes. "Me enteré de la escuela por Ruth, que me invitó a venir. Me cuestan mucho las divisiones", confía. Trabaja de albañil y sabe un poco de cada oficio. Dice que le gustaría estudiar panificación.
Los cartelitos por el barrio, el boca a boca, el dispensario, todo es bienvenido para hacer correr la voz de la escuela, que más jóvenes y adultos se enteren y asistan. Que es posible cambiar ese destino de exclusión escolar, aprender, tener nuevos proyectos.
Estos centros reciben estudiantes desde los 14 años. Funcionan en clubes, iglesias, bibliotecas o en dependencias oficiales. Se puede comenzar en cualquier momento del año, ya que no hay grados sino niveles. Al finalizar, el Ministerio de Educación de Santa Fe otorga un certificado de aprobación, que habilita al secundario. Si bien el fuerte está en aprender a leer y a escribir, se enseñan todas las áreas. Y se ofrece capacitación laboral.
"La enseñanza siempre está abocada a lo que ellos más necesitan para sus vidas. También trabajamos sobre sus historias personales, sobre esos conocimientos y cultura tan rica que traen de sus lugares de nacimiento, que muchas veces se pierden en la ciudad", se explaya Claudia sobre las clases y asegura que "la educación de adultos es hermosa, por las relaciones entre los grupos, el compañerismo y los vínculos muy fuertes que se dan".
La educación de adultos está contemplada en la ley de educación nacional (26.206). La modalidad demanda tomarse un tiempo particular con cada alumna y alumno. "Aquí todo es individualizado. Hay quienes están aprendiendo las primeras letras y quienes ya están por terminar", describe Claudia. Quienes llegan a estos centros no tienen las mismas edades, ni trayectorias escolares. La mayoría reconoce historias de exclusión o truncas con el aprendizaje. Para todos es la oportunidad de saldar una deuda, de recuperar autoestima y sostener proyectos de vida propios.
Más de 13 mil jóvenes y adultos, en la primaria
Según datos aportados por el Ministerio de Educación de Santa Fe, en la provincia 13.357 alumnos jóvenes y adultos terminan la escolaridad primaria obligatoria ya sea en un centro de alfabetización o bien en alguna de las escuelas de la modalidad. De ese número total, 3.158 de los estudiantes pertenecen a Rosario.
A su vez las estadísticas oficiales indican que son 4.136 alumnos y alumnas quienes asisten a los Caebas (Centros de Alfabetización y Educación Básica de Adultos); de los cuales 560 pertenecen a Rosario. Estos centros funcionan en diferentes horarios y espacios.
Además, la modalidad contempla a las escuelas primarias de adultos (conocidas también como primarias nocturnas). En la provincia hay 9.221 alumnos y alumnas cursando en estas escuelas, de los cuales 2.598 son de Rosario. Los datos aportados por el Ministerio de Educación corresponden al último relevamiento de 2017.