No hacía poco que me había recibido, pero era aquel el primer día que llegaba a la 459 de Pérez y tenía una meta segura: me tocara el curso que me tocara, disfrutarían de un taller de lectura! A medida que me acercaba al aula, por el largo pasillo, llovían jóvenes y preguntas de todo tipo: "¿Esto para qué es? ¿Por qué estás tan sonriente? ¿Hoy no vamos a hacer nada? ¿Qué trajiste? ¿Podemos ir al patio y no hacer nada? ¿Vos sos reemplazante o titular?..." Y yo intentaba abrirme paso entre una veintena de adolescentes (una sola niña) para poder depositar, en algún lugar, mis bolsones llenos de libros de literatura.
Todo dispuesto. Libros sembrados, aula "quebrada" espacialmente, docente ansiosa y expectante y alumnos expectantes e intranquilos. Si de algo estoy segura es que la pasión puede contagiarse, así que me senté y con un libro en la mano me dispuse a invitar a hacer lo mismo. "¿Después tenemos que hacer un trabajo?", "A mí mostrame primero las preguntas, así no pierdo el tiempo en buscar lo que no necesito". Les costó mucho entrar en clima, hasta que de repente, alguien desde el fondo, recostado en la pared dibujada, dijo en voz alta: "Al final, este está bueno" (refiriéndose al libro "Los versos del capitán" de Neruda). "Che profe, vos lo conociste a este, al que escribió el libro... tenía la posta este vago... me gusta". Pensé qué tremendo descubrimiento! Y la voz femenina se sumó a los decires? "Podés creer que justo encontré este que dice lo que yo quiero decir!" (libro de Benedetti), "¿Lo puedo copiar? Este poema es para mí" (Mujeres de Galeano). Y siguieron refiriendo pareceres... "Yo busco en el índice y lo que me llama la atención, después lo busco adentro, lo leo ¿está bien así, profe?", "Ahhh, yo voy a hacer lo mismo!", "Este es más largo que la con...de la lora!", "Me agarro otro listo, total no estamos haciendo nada". Alguien contesta, muy ofendido: "Estamos leyendo! ¿Te parece nada?"
Desde mi lugar de espectadora me consuelo pensando que mi trabajo va bien, que alguien, por lo menos en esos momentos de lecturas compartidas, tuvo contacto con un libro; que pudo entrar en con-tacto y con tacto acercarse a una lectura diferente; me reconforto pensando que no todo en la escuela se hace para aprobar el trimestre, que las prácticas esporádicas deben convertirse en prácticas cotidianas, que el placer a veces acontece, que la pasión es el único camino y que Neruda, tal vez, estaría feliz de saber que sus versos fueron a parar al estado de WhatsApp de un adolescente que nunca había sabido de él.