Después de cuatro como docente allí, Maxi tiene algo claro: es donde se quiere quedar. Por eso titularizó sus horas en la institución, pese a que le hayan dicho que por qué no buscaba otra escuela, más en el centro de Rosario, con otras comodidades. “Si acá yo estoy cómodo por los chicos, por mis compañeros y compañeras y por la idea que se pregona, ¿por qué iba a elegir otra? Esta escuela tiene más presente a la persona que al contenido”, remarca. Eso de involucrarse se le impregnó como la camiseta del seleccionado que viste desde 2015.
El año pasado, con el inicio de la pandemia, tanto Maxi como otras docentes, sin tener obligación de hacerlo, fueron cada martes al barrio a repartir alimentos que entregaban en el colegio. Cuando el pico de contagios por la pandemia (primera ola) puso más alertas empezaron a ir cada 15 días. Incluso una vez al mes. Aunque fue lo menos, porque sabían que más allá de un contenido curricular o un apunte que entregar, las necesidades básicas urgían en otras direcciones. “Es sentido de pertenencia, creo. Lo que hace que queramos estar acá. Porque esta escuela no sólo hace fáciles las propuestas de aprendizaje sino que también hace un trabajo social en el que el tema de la comunidad está siempre presente, se tiene en cuenta la cultura y mucho el contexto, la situación de los chicos. A veces tenés que hacer las visitas domiciliarias porque no están yendo. Tenés que ver cómo están con la alimentación, el calzado, los útiles y hasta mirar que no estén marcados”, cuenta Maxi, quien acerca un foco que ilumina una realidad, la de la desigualdad.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
La pandemia fue dura para todos, pero aún más en una comunidad humilde sin acceso a las necesidades básicas. Ni hablar cuando se trató de seguir (y aún se insiste) con la enseñanza de manera virtual. “Nosotros no tenemos conectividad, ni en la escuela tenemos Internet. En las casas no hay agua. Entonces si vos me decís que tenés que combatir un virus lavándote las manos y no tenés el agua, ¿de qué contenido estamos hablando? Hicimos cuadernillos para los pibes que no tenían conectividad y cuando los revisabas veías que las actividades decían ‘visite el link de...’ ¿Me estás jodiendo? Si esto es justamente para los que no tienen para visitar el link”, ríe.
Eso que él, compañeras y compañeros docentes y especialmente alumnos vivieron en carne propia, fue una constante en los sectores más vulnerables: “En algunas casas sólo hay un teléfono para cuatro o cinco pibes. El servicio de Internet es por un router que está en la plaza y que todo el barrio tiene que usar. Entonces por ahí te entra el mensaje a la una de la mañana, a las 2. Te hacen preguntas a las 23 o a las 4, a la hora que agarran señal. El trabajo fue dificilísimo al punto de decir en un momento: ‘con esto no avanzamos’. No tenía sentido un grupo de WhatsApp porque el 75 por ciento no hacía las actividades. Así que decidimos con una compañera volver al formato papel, llevar juego de fotocopias para 60 chicos y entregarlo con los alimentos, porque lamentablemente así te garantizabas que irían a buscarlos”. Hoy, mientras por momentos se puede tener presencialidad en burbujas, algunos temas se alivian.
Los gastos de fotocopias, las impresiones en color que Maxi hacía para poner más entretenidos los apuntes, salieron de su bolsillo o del de sus compañeros. Hay cosas que no son obligatorias pero que se hacen porque tienen que ver con la empatía, con querer evitar la comodidad del sillón de casa para llevar un poco de tranquilidad a otros. Y eso se tiene o no se tiene. Por eso, en tiempos como estos, en los que tanto se cuestiona el accionar docente por parte de algunos sectores, este maestro de selección la tiene clara: “Me enojaría si lo escuchara de una persona que es racional. De la gente que toca de oído y que no conoce no me genera nada, porque no tienen ni idea de lo que nosotros hacemos. Ni idea de lo que es estar frente a un aula, frente a un grupo de chicos. Una de las grandes urgencias de muchos es porque no aguantan a sus hijos en la casa, no los pueden contener, no tienen las herramientas para hacerlo”.
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Foto: Francisco Guillén / La Capital
En este sentido, la diferencia viene a levantar la mano: “Las realidades son completamente distintas en las aulas. Y cuando se habla de los docentes tenés de todo, como en todos los trabajos. Ni todos los docentes son perfectos ni todos los docentes son vagos. A mí no me afectan los que dicen que los docentes son vagos porque yo estoy tranquilo del trabajo que hago”.
Maxi Ponzetti sabe que es un maestro un poco atípico. De hecho, en el sitio oficial de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) hay una nota en la que se habla de su rol docente y se ven fotos con los chicos. Él ríe cuando analiza cuántos futbolistas maestros podría haber, pero a la vez, se siente orgulloso y agradecido porque sabe que, practicando un deporte amateur, aunque esté en el más alto nivel, no se cobra un peso y es indispensable el trabajo. Tiene compañeros que perdieron el suyo por jugar en la selección. A él la escuela lo apoya y de ahí es que sienta tantas necesidades de retribuirle. Las charlas con los chicos sobre esto surgen seguido, especialmente si notan que falta unos días porque tiene que viajar. Les cuenta lo que quieran y les comparte desde donde tanto sabe. Incluso, en tiempos de normalidad prepandémica se armaron partidos con chicos de Villa Banana que fueron experiencias únicas. Muchos de ellos nunca habían salido del barrio antes.
De esas cosas que unen o afianzan vínculos con los alumnos de 5º grado y que tienen que ver con cuánto lleva el fútbol al aula más allá de los contenidos obligatorios están los libros Pelota de Papel, cuentos de fútbol escritos por futbolistas que se transformaron en un material clave que no sólo los entusiasma sino que les permite hacer volar la imaginación, entendiendo el mensaje de que un futbolista puede hacer algo más que jugar a la pelota: por ejemplo, escribir un cuento, trasmitir una historia o una enseñanza. Por otro lado, la comprensión y la contención. No fueron pocas las veces que vio a sus propios alumnos repartiendo tarjetitas por alguna avenida ancha del centro, de noche, o buscando comida en un contenedor de basura, aún en las noches mas frías. Experimentó la sensación de la tristeza que ello por sí mismo es y se mordió la lengua si al otro día alguno de esos alumnos apareció sin hacer la tarea porque en realidad estaba abocado a algo más urgente.
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El profe Maxi y un encuentro en las calles del barrio con Gonzalo, un adolescente que fue su alumno en la primaria.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Mientras se pone el guardapolvo blanco sobre la remera Maxi sonríe y se le ilumina el rostro. Una pequeña mancha azul de tinta que resiste a los lavados se percibe en uno de sus bolsillos. “En realidad es una chaquetilla, es mi preferida, me la regaló mi abuelo. Mi vieja me dice siempre que use otra más nueva, pero esta tiene un valor especial”, dice el profe. Está en una esquina del barrio qom, en Garzón al 4300, y mientras se saca fotos para La Capital algunos chicos del barrio se paran a mirarlo y lo saludan. Son sus alumnos. Uno de ellos, Gonzalo, acepta tomarse una foto con quien fuera su maestro de la primaria. Se miran de frente y aunque los barbijos no permitan ver los labios, los ojos se achinan. Son miradas que delatan sonrisas. Un lazo afectivo que, aunque ya no los encuentre juntos en el aula, sigue vigente en esa calle de tierra del sudoeste rosarino.
El fútbol de mano del abuelo
Con el fútbol Maxi va y viene. Como en sus tiempos de lateral izquierdo o volante, o como cuando arrancó de la mano del abuelo, siendo muy chiquito en Estrella de Paz, “abajo del Viaducto”. Después vino un periplo que incluyó pasos por Adiur, Rosario Central, Central Córdoba y ligas regionales. Incluso llegó a ser semiprofesional disputando el Argentino B. Hasta que descubrió el fútbol playa y se involucró como jugador y entrenador, siendo uno de los artífices del proyecto que dio inicio a esta disciplina en el canalla y en Argentino. Corría 2014 cuando ya estaba con el “doble comando” y en una “locura” que empezaba a despertarse a punto de llevarlo un mes entero a Brasil a estudiar a prácticas, métodos y por qué no los secretos de una de las grandes potencias mundiales de este deporte.
Para 2015 ya vestía los colores de la selección argentina y en el 2019 se dio el gran gusto: jugar en Rosario, en los Juegos Suramericanos de Playa frente a su gente, con mamá en la tribuna y con su hermano menor Lucas jugando al lado, luciendo la 10 del equipo nacional. A nivel clubes, hasta principios de este año vistió los colores de Racing y ahora lo hace en Buenos Aires City. Recientemente la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) suspendió las Eliminatorias hacia el Mundial de Rusia, de fin de año, hasta encontrar otra sede que no sea Brasil, como estaba previsto y por la pandemia. A la espera de ese gran sueño, que también sería una hazaña (sacar a Brasil del camino), Maxi desanda sus días entre la docencia, los entrenamientos, los viajes a Buenos Aires (partidos y concentraciones) y la escuela de fútbol playa que tiene en La Florida para chicas y chicos. “Cuando armamos mixto queda de lado el tabú de que las chicas con los chicos no pueden jugar y te genera una admiración que es zarpada. Nunca hay falta de respeto. Se generó un sentido de pertenencia entre ellos... Se juntan después, ese vínculo está buenísimo y hace crecer”.
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Desde 2015 viste los colores de la selección y en 2019 jugó en los Juegos Suramericanos de Playa en Rosario.
Foto: Héctor Río / La Capital
“El fútbol playa es un deporte que es muy dinámico y por ejemplo, yo venía de jugar en cancha de 11. Jugué toda mi vida de lateral, de volante por izquierda y esos son puestos en los que corrés muchísimo y por ahí ni tocás la pelota. O a lo mejor te la dieron cuatro veces, dos la tocaste mal, corriste 90 minutos y tuviste un partido pésimo. Acá hay situaciones de las que participás todo el tiempo, un ataque dura 10 segundos. Tenés todo el tiempo el arco a disposición para atacar, el juego es más vertiginoso, tiene mucha más acrobacia, es más lindo. Para verlo y para jugarlo es mucho más complejo. Y eso que tiene de complejo es lo que hace que te empiece a gustar. A veces se confunde con el picado de la playa de las vacaciones pero no tiene nada que ver”, ríe otra vez mientras detalla especificidades de eso que lo atrapa y que lo desvive mientras se libera una adrenalina que describe como única.
Claro, a la hora de explicar las sensaciones que genera representar a la selección argentina, no encuentra muchas palabras, pero tiene para decir: “Es lo máximo. Creo que cualquiera que juega a la pelota tiene el sueño de jugar en la selección. Después obviamente, en mayor o menor escala, fútbol de 11, futsal, de playa o lo que sea. Si tenés la posibilidad de representar a tu país es la sensación más hermosa que te puede pasar y por ahí no lo podés describir con un adjetivo. Cuando te ponés la camiseta...”, cuenta mientras mira la nada, como trasladándose dentro de los recuerdos. “Mirá, por ejemplo, a mí el primer torneo me tocó jugarlo en El Salvador, con una cancha llena de gente. Estás vos con tu camiseta y suena el himno nacional. Te puedo asegurar que se te llenan los ojos de lágrimas, se te pone la piel de gallina”, detalla Maxi en un alto previo a entrar a dar una clase de fútbol playa.
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Foto: Francisco Guillén / La Capital
—¿Y qué es lo más lindo que tienen esto y la docencia como para que lleven tanto tiempo conviviendo juntos?
—Lo más lindo que te dan tanto el fútbol como la docencia son las relaciones. El deporte, y más el amateur, tiene eso de que cuando vos terminás de ser deportista activo te quedan las relaciones, las anécdotas, los momentos, los amigos y un montón de vivencias. Y respecto a los chicos y chicas lo mismo. Son personas que van creciendo, haciendo su camino pero un día pasan y te saludan, o ya son mamás y te cuentan. Te va quedando eso. Mejor que eso no hay. Hacer docencia me gusta porque mas allá de lo poco o mucho que uno sabe, poder compartir, replicar y que eso, en mayor o menor escala les pueda dejar una enseñanza de algo es muchísimo. Ni hablar si la contención además llega desde el deporte.