Al principio es el silencio. Apenas el sonido de la lluvia y el viento que roza los arbustos de Cajamarca. Y de golpe, la explosión en medio de las montañas. Ruido y cenizas de la explotación minera que quiebran la calma de los Andes peruanos. Así arranca La hija de la laguna, un documental disponible en Netflix donde Nélida Ayay Chilón, una joven habitante de las sierras, le habla a la Madre Agua, sangre de la tierra. “Y yo me pregunto y digo, cuando destruyan las lagunas ¿a dónde irán a vivir los dueños de las lagunas? No la gente, sino la duenda, el duende. Porque ellos están allí cuidándote, Madre Agua, Mama Yaku”.
La empresa minera Yanacocha ha encontrado oro y, con el visto bueno del entonces gobierno de Ollanta Humala, se encamina a secar las lagunas: necesitan su agua para extraer el oro. Pero también están los habitantes, que viven en armonía con la naturaleza y que defienden su lugar, sus tierras, su vida apacible. Y entonces Nélida habla con Mama Yaku, con la Madre Agua. Y le cuenta —o mejor, le susurra— su angustia cotidiana ante el avance del Proyecto Conga.
Un rápido vistazo a Wikipedia lo describe como un emprendimiento minero que contemplaba la construcción de dos tajos sobre lagunas de Cajamarca. La mina contendría más de 6 millones de onzas de oro. Y entonces Nélida le habla a la Madre Agua: “Mama Yaku, en tus entrañas guardas oro ¿Sabes para qué sacan tu oro? Para guardarlo otra vez en los bancos. El oro no se bebe. El oro no se come. Por el oro se derrama sangre. Si de tanta utilidad les hace el oro a los grandes y a los poderosos mándales a sacar de las reservas de sus bancos y que lo vuelvan a utilizar, pero a ti que te dejen en paz. Cuidándote bien podrías alimentarnos para siempre”.
La joven estudia abogacía en la Universidad de Cajamarca. Pero la ciudad no es su territorio. La sufre. Se siente avasallada por el ruido de los autos y la frialdad del cemento. Cuando regresa a su tierra llora. Extraña horrores sus árboles, sus plantas, su chacra, el agua, los animales, su familia. Habla con doña Máxima, una habitante de la zona: “La minera no me deja vivir en paz. Dicen que acá hay oro”, se lamenta. Máxima tiene los papeles que acreditan su titularidad como dueña de esas tierras ubicadas en Tragadero Grande, pero igual se siente amenazada: “Ellos se aprovechan porque yo no conozco la letra, no sé leer”.
Y entonces el documental cambia de plano. Y pasa del aún verde y húmedo territorio de Cajamarca a El Totoral de Bolivia, donde el paso de la minera dejó una tierra seca, donde apenas unos arbustos amarillentos y quebradizos intentan sobrevivir. Hasta las papas son más pequeñas. Una vecina resume: “Quién iba a pensar que nos iban a dejar este desastre en el terreno”. Meten un balde de metal en un aljibe para sacar agua. Bien profundo, pero sale seco. Cada vez hay menos agua y con la poquita que logran recoger hay que alimentarse, cocinar y bañarse. Alguien llega a decir: “No hay agua en ninguna parte, las piletas las tenemos de adorno”.
"Nélida habla con Mama Yaku, con la Madre Agua. Y le cuenta —o mejor, le susurra— su angustia cotidiana ante el avance del proyecto Conga"
Protestas
Nélida participa de las marchas de los campesinos contra el proyecto Conga. Grita con la multitud: “El agua es del pueblo y no de las mineras”. Pero hay represión y cinco manifestantes mueren durante las protestas de 2012. Paulino, Joselito, César, Antonio y José son los nombres de quienes, como dice Nélida, murieron por defender a Mama Yaku y salvarla “de la destrucción”.
El documental es un relato crudo de la resistencia de un pueblo por salvar su vida, su tierra y a la madre naturaleza. Sobre el final, la joven lanza un último susurro que suena como canto: “Mama Yaku, Madre Agua. Temo incluso por mi propia vida. Mama Yaku, te pido que me des fuerza y fortaleza para seguir defendiéndote”.