Estela de Carlotto era feliz siendo maestra. Disfrutaba su vocación, como llama a ese mandato del destino que, dice, comenzó a gestarse ya cuando era chiquita. Por eso sintió una inmensa tristeza cuando tras 27 años de magisterio debió dejar la dirección de la escuelita de La Plata para buscar a Guido. Entendió que era un camino de tiempo completo. Y que lo que con mucho esfuerzo pudo sostener mientras esperaba noticias de su hija que estaba desaparecida, se convertiría en una militancia diaria y sin descanso cuando supo que Laura estaba embarazada. Dolor y búsqueda desesperada. Todo amalgamado en ese nieto que algún día soñaba despierta con poder apretujar.
El secuestro de su marido primero y la desaparición de Laura y su nieto después, cambiaron abruptamente ese destino que había imaginado. Desde entonces confiesa que vivió apurada. “Me jubilé anticipadamente, pero me hubiese gustado seguir”, contó en febrero pasado cuando con generosidad y cariño recibió a La Capital en su despacho de Abuelas en la Ciudad de Buenos Aires. Una sede que funciona a menos de media cuadra de un centro clandestino de detención.
Recuerdo escolar. En aquella ocasión, a Estela se le iluminó el rostro cada vez que recordó sus años en la docencia, desde aquellos primeros pasos en una escuelita de Brandsen hasta sus últimos años en La Plata. Contagió pasión y se sonrió cuando mencionó una tras otra las anécdotas de sus colegas con los que compartió alegrías y tristezas.
Dijo además que aún hoy, al visitar jardines y colegios para dar charlas con los alumnos y escuchar sus preguntas, extraña ese clima que se respira. “Cuando voy a una escuela y veo los guardapolvos, siento ese olor de escuela que hay y hablo con los chicos me gusta mucho”, señaló la abuela. También que un buen docente es que “el que ama al niño” y que una buena escuela “la que contiene”.
Pero Estela nunca colgó del todo su guardapolvo. Como síntesis de otras tantas viejitas de pañuelo blanco, siguió haciendo docencia desde la práctica cotidiana, desde su testimonio de vida y resistencia. Las Madres y las Abuelas trazaron un camino. Los Hijos también tomaron la posta, cuando en tiempos de silencio y leyes de impunidad llevaron su ímpetu y el fuego sagrado de la juventud para señalar con nombre y apellido a los genocidas y sus cómplices que estaban sueltos.
Abrazo de amor. Mientras tanto Estela, al igual que otras abuelas, seguía buscando ese abrazo de amor con su nieto. Le compraba juguetes, ropa, libros. Juntaba fotos y cartas en una cajita. Todo para entregárselo a ese pibito con el que se ilusionaba que iba a aparecer para llenar ese portarretratos vacío.
Hasta que ese día llegó. Esa caricia se materializó. Todo un país lloró y la abrazó en un triunfo que se le arrebataba al dolor. Guido, el 114, recuperaba su identidad y parte de su historia. La que quisieron arrancarle y no pudieron. “Tarda en llegar y al final hay recompensa”, dice la canción.
Guido y Estela 2
Guido y Estela finalmente pudieron abrazarse tras 36 años de búsqueda.
Hasta encontrarte. Pero el camino sigue y continuará hasta hallar al melli de Sabrina, al hermano de Matías, al de Iván y al de los casi 400 que aún restan por abrazar. Porque es eso, cada encuentro, cada nieto restituido es una cita que alguna vez quedó inconclusa y que finalmente se hace realidad.
Las Madres, las Abuelas y los Hijos enseñan la ruta por la memoria, la verdad y la justicia no desde un slogan vacío, sino desde la dignidad de la lucha. “Refundar la dignidad no fue un hecho gratuito. Por eso muchos chicos quedaron en el camino”, dijo una vez Nelva Falcone, amiga de Estela de Carlotto y mamá María Claudia, una de las adolescentes víctima de la Noche de los Lápices. Esos mismos estudiantes secundarios casi niños que en los calabozos de los centros clandestinos de detención estaban al cuidado de las embarazadas y hasta en algunos casos atendían los partos. El nacimiento en medio de las sombras y el dolor de tantos chicos que aún no saben su identidad.
Fue la tragedia de todo un país. Por eso tal vez el abrazo de Guido y Estela se sienta tan cercano, casi familiar. Porque es un encuentro que atraviesa generaciones e historias. Derribando muros de silencio. Estallando corazones.