“Antes de empezar a escribir Las señoritas imprimí todo el material que tenía y llené el piso de mi estudio con pilas y pilas de hojas. Cada pila correspondía a una maestra. En la primera hoja de cada una anoté, con marcadores de colores: monos, sífilis, abuela de Borges, loros, paludismo, sobrina de Sarmiento, montoneras, cruce de los Andes...”. Laura Ramos escribió días atrás estas líneas en su perfil de Instagram para dar cuenta del monumental trabajo realizado para el libro que habla de las teachers que Sarmiento “importó” de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. El libro, editado por Lumen, es un apasionante y documentado relato de veinte de esas historias. “Las más dramáticas, las más aventureras, las más heroicas”, dice Ramos.
En una nación en construcción, el gobierno argentino contrató entre 1869 y 1898 a sesenta y una maestras estadounidenses —probablemente viajaron nueve más que no están registradas de modo formal— para trabajar en escuelas normales del interior del país. Para fundarlas o ayudar a construirlas, dice Ramos, periodista, escritora y autora entre otras obras de Buenos Aires me mata, La niña guerrera e Infernales, este último libro sobre las hermanas Brontë. En charla con La Capital Ramos repasa la génesis del libro, algunas de esas biografías y destaca la figura de la educadora Juana Manso.
—Claro. Me topé con algo que desconocía, porque yo había estudiado en Montevideo y no sabía que Sarmiento había traído maestras de Estados Unidos. Estaba muy interesada en la vida de la autora de Mujercitas, Louisa May Alcott y tras la ruta de ella llegué a un pueblito que se llama Concord, muy cerca de Boston. Ahí me encontré con un círculo de filósofos y pedagogos llamados trascendentalistas, que investigaban sobre la educación y se nucleaban alrededor del filósofo Waldo Emerson. También había una protofeminista, que era Margaret Fuller. Era gente interesantísima. Entre este grupo estaban las hermanas Peabody y una de ellas fue la gran amiga de Sarmiento, que se casó con Horace Mann y se convirtió en Mary Mann. Cuando me encontré con este grupo de pedagogos y filósofos, de quienes ya tenía la conexión con Sarmiento, me di cuenta que mi mundo de la infancia estaba dándose de la mano con nuestra historia patria, porque Sarmiento estaba vinculado con la autora de Mujercitas y con todo ese mundo que me fascinaba.
—¿Luisa May Alcott pudo haber sido una de las maestras que vino al país?
—Absolutamente, porque ella en ese momento tenía 33 años, pero si el proyecto hubiera sido diez años antes ella hubiese participado, porque respondía al perfil que quería Sarmiento: era joven, enérgica, inteligentísima, culta y soltera.
—¿Cuáles eran esas características que Sarmiento decía que tenían que tener las señoritas que venían al país?
—Él pidió que fueran jóvenes, solteras, atractivas, maestras, cultas, de buena familia y de buenos modales. Y en lo posible, agregó ya más condescendiente, que supieran hacer gimnasia y fueran entusiastas. Esto le escribió Sarmiento a Mary Mann, en una carta que está citada en el libro.
—¿Y eran así las maestras que vinieron?
—Las primeras que vinieron eran así. La primera fue Mary Gorman, una historia extraordinaria. Atravesó la fiebre amarilla en Buenos Aires, se le murió su enamorado en sus brazos, ella también enfermó de fiebre amarilla. Las historias son épicas y extraordinarias. Las primeras cuatro maestras que él trajo respondían exactamente a estas características. Pero como en ese momento mientras ellas estaban en Buenos Aires es asesinado Urquiza a cuchillazos en brazos de su esposa y de una de sus hijas, las chicas se enteran de esto y piden una audiencia con Sarmiento, que en ese momento era presidente. Lo van a ver a la casa de gobierno y le dicen que no pueden ir a San Juan, que les contaron que el gobernador de Entre Ríos fue asesinado a cuchilladas frente a sus hijas, que los caminos estaban sembrados de montoneras, que López Jordán se había levantado con sus tropas en contra del gobierno unitario. El país estaba en llamas y ellas dicen “no podemos ir en estas condiciones”. Y él estalla en cólera y la pedagoga argentina Juana Manso cuenta en una carta que Sarmiento les dijo cosas “que un caballero nunca puede decirle a una mujer”. Ellas se fueron horrorizadas pero no quisieron incumplir con el contrato que ya habían firmado. Entonces siguieron trabajando para el Estado argentino, pero no fueron a San Juan, se quedaron en Buenos Aires.
"Sarmiento pidió que las maestras fueran jóvenes, solteras, atractivas, cultas, de buena familia y, en lo posible, entusiastas y que hicieran gimnasia" "Sarmiento pidió que las maestras fueran jóvenes, solteras, atractivas, cultas, de buena familia y, en lo posible, entusiastas y que hicieran gimnasia"
—De todas formas usted pone que mientras Sarmiento huyó de Buenos Aires a un campo cuando llegó la fiebre amarilla, hubo maestras que se quedaron para cuidar enfermos.
—Sí, una de ellas muere. Fanny Wood muere presa de la fiebre amarilla porque había ido a cuidar a la familia que la había acogido cuando ella llegó a Buenos Aires. Y a Mary Gorman se le muere su novio y ella se enferma. Así que las primeras si respondían a estos requisitos que pedía Sarmiento. Después él comprendió que tal vez tenían que contratar a matrimonios, que era más posible que fueran a San Juan o al interior. Ahí está la historia de George y Addie Stearns. Ella muere por la fiebre tifoidea en Paraná. Son historias sembradas de tragedias, pero también de aventuras y comedias. Paraná fue el foco centrífugo con la escuela normal, que fue modelo de todas las del país, la más importante. Aparte ahí tenían que pasar casi todas las maestras para estudiar castellano, porque Sarmiento no se dio cuenta que estaba trayendo maestras que no sabían el idioma. Y muchas de ellas se enteraron en el barco que tenían que enseñar en otro idioma.
—¿Y cómo lo resolvieron?
—Algunas empezaron a tomar clases en el barco y después a todas las envió a hacer un curso en Paraná. Por eso Paraná fue el centro más importante de maestras, por donde pasaron casi todas, porque estaban cuatro meses en ese lugar. Ahí descubrí en el diario íntimo de una prima de las maestras que la abuela de Borges vivía en Paraná y le daba alojamiento a las maestras.
—Todo un hallazgo.
—Sí, fue un hallazgo que no lo podía creer, porque primero decía en inglés y manuscrito “Hoy tomamos el desayuno con la señora Borges”. Yo lo anoté. En otra carta aparece: “La señora Borges invitó a mi hija Emmie a desayunar”. Pensé que esta señora Borges era como amiga del grupo. Y después en otro párrafo del diario de esta otra maestra dice que la Borges es “una inglesa casada con un sudamericano”. Ahí me di cuenta, empecé a investigar a los ancestros de Borges y no podía creer que era ella, que había venido de Inglaterra, que se enamoró de Francisco Borges, fueron a vivir al fortín de Junín y después ella vuelve a tener al padre de Borges en Paraná. O sea que Paraná es un lugar fundamental y Rosario también.
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Fanny Borges con sus hijos Francisco (de pie) y Jorge (sentado), el menor, padre el escritor argentino.
—Precisamente una de las historias que cuenta es la de Clarita Allyn, que estuvo en Santa Fe y su hermana Frances Allyn fue directora de la Escuela Normal de Paraná.
—Sí, y hay un capítulo que es el diario de Sarah Eccleston donde cuenta que si bien estaba en Paraná, para ella Rosario era como París. Entonces se iban de vacaciones a Rosario donde la pasaban genial, se divertían muchísimo y se encuentran con otras maestras. Rosario era como el foco de reunión y diversión de las maestras. Y ahí también hay una maestra muy interesante que es Clara Gillies de Bischoff, que es una docente muy inteligente, ingeniosa y arriesgada en sus métodos pedagógicos.
"Muchas maestras se enteraron en el barco que tenían que enseñar en otro idioma. Cuando llegaron tuvieron que hacer un curso a Paraná" "Muchas maestras se enteraron en el barco que tenían que enseñar en otro idioma. Cuando llegaron tuvieron que hacer un curso a Paraná"
—A raíz de suinvestigación, ¿cuál cree que fue la idea de Sarmiento con esta importación de maestras norteamericanas?
—A mí me dio la impresión que Sarmiento quería colonizar la Argentina desde Estados Unidos. Tomar este territorio y convertirlo en una colonia estadounidense. No estoy hablando en términos literales, no es que quería hacer eso de una manera formal, pero me da la impresión por el método que eligió de traer maestras de Estados Unidos acá y no mandar jóvenes argentinas a estudiar allá, como podría haber sido otro emprendimiento educativo más económico y más sencillo. Mandar a 60 muchachas a un internado, aprender todos los métodos y venir a democratizar la enseñanza argentina, como se hizo en Cuba. Pero este proyecto se llevó el 42 por ciento del presupuesto del Estado, fue una locura lo que costó.
—Incluso lo describe como una catástrofe en términos económicos.
—Sí, totalmente. Pero yo creo que él tenía esa fantasía. En una carta que él le envía a Mary Mann le dice lo lindo que sería una colonia americana en San Juan, con la gente trabajando la tierra, enseñando a la gente del lugar, teniendo hijos. Con el hecho de que las pidiera solteras pienso que pudo haber fantaseado con que se casaran con argentinos. Pero ni una sola se casó con un argentino, todos angloparlantes (canadienses, estadounidenses, ingleses). De todas maneras alrededor de 20 de ellas se quedaron aquí mucho más tiempo de sus contratos. Por ejemplo Clarita Allyn hizo familia con William Benitz y tuvieron hijos que son argentinos y nietos que viven aquí. La estancia La California de ellos continúa en pie cerca de Las Rosas.
—El de los cementerios es otro tema. De hecho se menciona al de Disidentes de Rosario, donde están los restos de seis maestras.
—Sí, es muy importante ese cementerio. También está la historia trágica de Addie Stearns que tuvo su problema con el cementerio de Paraná, que era católico. Ella se murió, el esposo la quiso enterrar y la Iglesia no sabía qué hacer. No es que se hayan portado pérfidamente, sino por desconocimiento. No se sabía qué significaba la cuestión protestante. Era un país que se estaba construyendo y para ellos eran extranjeros que vinieron y no comprendían qué religión tenían. Entonces se reunieron los miembros de la Iglesia a deliberar para definir qué hacer. Se reunieron durante tres días, mientras el esposo estaba afuera del cementerio con el cadáver de su mujer en el ataúd, con un tórrido calor de verano, haciendo fuego para ahuyentar a los pumas y las fieras con un revólver en cada mano. Al tercer día la Iglesia aún no había tomado una decisión y entonces la enterró. Y el hijito de dos años murió a la semana y lo enterró al lado de ella.
—En el libro está muy presente la figura de Juana Manso. ¿Qué puede decir de su enlace con estas historias?
—Sí, es notable que Juana Manso, mientras Sarmiento estaba tratando de traer maestras estadounidenses y de implantar las ideas de Pestalozzi en la Argentina, ella misma en sus conferencias daba muestras de la calistenia, esa gimnasia que era muy moderna en ese momento, con un principio que tenía que ver con hacer la fuerza con los propios músculos y no con objetos extraños al cuerpo. Ella incentivaba la gimnasia en las alumnas y cuando planteaba esto en conferencias la abucheaban y se burlaban de ella. Era una aventurera y una abanderada de la misma pedagogía que Sarmiento estaba tratando de implantar. Y fue una gran protectora de las maestras. Por ejemplo, de ese grupo de muchachas que una murió de fiebre amarilla en Buenos Aires. La primera maestra le decía mamá a Juana Manso. Ella las protegía y le escribía a Mary Mann explicándole que Sarmiento las quería mandar a un interior que estaba en armas y que había degüellos, injusticias, luchas. Ella fue una gran protectora de las maestras y por peso propio era una educadora extraordinaria.