"Mi viejo dice que si este tipo convoca a más de cien mil personas algo tiene que tener, ¿no?", tira Juan Ignacio, un joven que decidió viajar a Gualeguaychú con su papá y su novia para presenciar esta noche el nuevo recital del Indio Solari. Ese "algo" encierra un mundo que excede a lo musical y que mapea un escenario de construcciones culturales, sociales y simbólicas de jóvenes atravesados por distintas épocas y realidades. "Es mística", confiesa Facundo, alumno de Agronomía en la UNR. En "Redondos. A quién le importa. Biografía política de Patricio Rey", se refieren a esa llama que une a miles de pibes de distintos lugares como "una verdad sensible". Juan Ignacio, Facundo, Victoria, Mauro, Lis y Eugenio tienen entre 14 y 22 años y forman parte de ese enjambre de bombas pequeñitas que se darán cita en lo que incluso ellos mismos llaman una Misa India. Un fenómeno al que deciden ponerle voz y relatos en primera persona.
Mauro Saluzzo tiene 19 y escucha las canciones de los Redondos desde hace por lo menos cinco años. En septiembre pasado fue a Mendoza a ver al Indio. Ni el frío ni las larguísimas horas de viaje en colectivo le impidieron volver de la provincia cuyana con una sonrisa tatuada en el rostro.
"Se te vuelve una pasión, es como cuando vas a la cancha, en este caso por la música. Te comés un viaje de 15 horas, pero cuando llegás te encontrás con gente de distintas provincias que te reciben con la mejor onda bien y todo está como tan unificado, no hay un problema. Y la previa también vale el viaje", describe el joven, que estudia el profesorado de educación física en el Isef Nº11.
Con veintidós años, Facundo Maldonado ya tiene varios recitales encima. Estudia para ser ingeniero agrónomo en la UNR. Fue al show de 2008 en La Plata y desde entonces no pudo negarse nunca más a esta cita de música y encuentro. "Básicamente lo que me mueve a mí y a muchos es la mística de los Redondos y del Indio Solari. Lo que genera en nosotros es un estado difícil de describir. Es un ritual que se hace misa", reflexiona el chico al que una vez un amigo le prestó un viejo casete con el disco "¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado" (1989) y que pasaba horas escuchándolo cada día.
"La música y el participar de eso te genera algo muy difícil de explicar. Hay un cariño muy fuerte que se contagia en la gente", apunta Juan Ignacio Spessot, de 21 años y alumno de la carrera de contador en la UNR.
Mi genio amor
"La juventud no es un espacio dorado. Balanceando el peso del consumismo estandarizado en ciertos grupos de adolescentes, se puede observar que las músicas juveniles y las poéticas urbano-juveniles han proliferado", sostienen Inés Dussel y Marcelo Caruso en el libro "De Sarmiento a los Simpsons. Cinco conceptos para pensar la educación contemporánea". Y citan el caso del Indio Solari y los Redondos, como un registro que supo generar "frases de la lengua juvenil" y una gran identificación acompañada "de una poética fuerte, de un grado de metaforicidad importante".
"En sus textos pueden leerse en forma alusiva muchas cuestiones ligadas a la realidad política, al amor, a la libertad y una serie de valores como los de la figura del perdedor y del marginal, que son verdaderos personajes sociales y que producen identificaciones fuertes", agregan los educadores.
"Vivir sólo cuesta vida", "Ladrón de mi cerebro", "Yo no puedo librarme a lo que te debo como ilusión" y "Mi amor, la libertad es fiebre" son algunas de las frases-bandera que los chicos consultados por La Capital citan como líneas que alguna vez les dejaron una huella. "Son un estilo de vida. Cada acción o cosa que te pasa lo podés relacionar con una frase o una letra de los Redondos, que para mí son poesías adaptadas a una música", sostiene Facundo.
Lis Martínez —17 años y alumna de quinto en el Normal Nº1— brinda su testimonio con entusiasmo. Cuenta las horas para sentir en vivo esa música que la flechó desde los 14. Dice estar sorprendida por el hecho de ver "a una banda que sola pueda generar tanto", y agrega: "Algo debe tener para que mueva tanta gente y que se sienta identificada".
Victoria Dalonso va al Politécnico y con sus 14 años esboza una reflexión sobre la felicidad que la agita a ir a los shows: "A mí me moviliza la alegría de poder compartir ese momento con mi hermana y mi viejo, que son dos fanáticos como yo, y la suerte de ser testigo de uno de los recitales más hermosos que vaya a poder ver. Lo escucho desde siempre, en mi casa sonaba mucho".
"El Indio te consume y además de robarte el corazón con sus letras, te roba el cerebro", plantea la adolescente del Poli.
Quien también aporta su mirada es Eugenio Palandri, de 17 años y estudiante del Normal Nº1 de Rosario. Sin eufemismos, confiesa que se siente interpelado "por la mística y la personalidad" del cantante y ex líder de Patricio Rey. "Pero es esa gracia para decir las cosas de una manera única, mágica e irrepetible lo que le hace ser el Indio y te hace querer ir a donde quiera que vaya", subraya.
El estudiante del Normal Nº1 explica que desde hace unos cuatro años, en salidas con amigos y guitarreadas, comenzó a acercarse al rock nacional, lo que lo llevó "a devorar uno a uno los discos ricoteros".
Los testimonios de los pibes se cruzan. Cada uno evoca su historia, sus amigos, la escuela y cómo la música los fue atravesando desde la adolescencia para acá. Dejan escapar cómo también el sentimiento de pertenencia a un hecho sociocultural sin precedentes los marca y a la vez los contiene.
"Creo que nosotros, los pibes, nos sentimos identificados con ese descontrol y magia que transmiten este tipo de recitales, representan sentirse parte de algo grande, algo en conjunto, algo que va mas allá de nosotros", dispara Eugenio. Todo una pista para rastrear prácticas y construcción de identidades.
Violencia es mentir
Todos y cada uno de los pibes se maravillan de ver a distintas generaciones unidas por una misma pasión, donde señores de 50 y 60 años se mezclan con chicos que recién dejan la infancia. Y en medio de ellos, una heterogénea marea de adolescentes y jóvenes que comparten un mismo pedacito de tierra por al menos las dos horas y pico que dura cada show. Y donde, a diferencia de otros escenarios sociales, la violencia logra ser disipada.
"A todos nos une la misma pasión y no hay rivalidad", dice Lis. En la misma sintonía, Facundo rescata que el hecho de ver "diferentes generaciones es fantástico, porque es como si todo el mundo fuera del mismo equipo".
Juan Ignacio cuenta que si se hay algún pleito es la misma gente la que trata de dispersarlo para "evitar que se arruine la fiesta". Mauro comparte esta mirada y grafica que "hay incluso muchos que van con al camiseta de Newell's y de Central y no pasa nada. Por eso no sé cómo a veces podemos ser tan idiotas por pelearnos por un cuadro de fútbol si podemos unirnos tan bien para escuchar música".
Los adolescentes también quieren brindar su mirada. Interesante, por cierto. Como la de Eugenio, quien asegura que el día del show "todos estamos ahí por lo mismo, nos une el mismo propósito: disfrutar al máximo posible el recital, la experiencia y todo lo que eso conlleve", y que "cuando 150 mil personas se unen de viva voz para cantar las mismas canciones, sentir las mismas emociones y tener los mismos delirios, el momento pasa a ser compartido y la violencia y los problemas quedan detrás para dar paso a algo más".
Victoria recoge el guante y le poner palabras a ese "algo más" que la lleva hoy a Gualeguaychú: "Cada uno tiene un motivo diferente. Por la música, por los hinchas, porque querés alejarte de todo un rato, porque estás rodeado de gente tan distinta y tan igual a vos, porque sí. Por lo mismo que tanta gente va a la cancha, por amor".
Redondos 2
Los chicos rescatan que en los recitales las camisetas de Newell’s y Central están juntas y cuestionan por qué pelearse a veces por un cuadro de fútbol, cuando se pueden unir tan bien desde la música.
Infierno encantador
En una histórica conferencia de prensa realizada en agosto de 1997, tras la cancelación de un show en Olavarría, el propio Solari confesaba que ya era tiempo de dejar de bajar línea y escuchar a los pibes. Eran tiempos de pleno menemismo, muchos chicos y jóvenes de sectores populares encontraban en esos recitales una forma de canalizar su rebeldía y ser escuchados. "En sus nervios hay mucha más información del futuro que la que los tipos de nuestra edad pueden tener para aconsejarlos", expresó el calvo cantante.
El mismo que alguna vez cantó su intención de ir "corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu de mi calle". O el que, en tiempos como los actuales de gritos acalorados de pedido de mano dura, ironizó sobre ruegos a un Sheriff "frío, despiadado y fatal". O que supo retratar con pulso dramático la masacre en el Pabellón séptimo de la cárcel de Devoto en 1978, ocurrida en pleno auge de la dictadura militar.
Atravesados en su historia por esas letras lacerantes están los chicos, los adolescentes y jóvenes que se suman y son cada vez más en cada recital que los sienten como cita impostergable. Disfrutan de la música. Pero también del sentirse parte de algo más grande, inmensamente más grande que los invita y cobija. Desde donde también construyen su identidad. Un fenómeno para prestarle atención. Porque bien se sabe "que ciertos fuegos no se encienden frotando dos palitos".