La señorita Solinger me hizo dibujar. Me dio una hoja y unos lápices de colores bastante duros que sacó de un vaso que tiene arriba del escritorio, pero no tenía goma de borrar. A mí me gusta tener lugar para hacer dibujos grandes así que me tiré de panza en la alfombra. Hice unas personas viajando en auto, por el campo. No me acuerdo bien porque al dibujo se lo quedó ella. Mientras yo estaba dibujando la señorita Solinger me miraba. Cuando terminé dijo ¿qué estás haciendo en el auto? No soy yo, le dije, es otra nena. ¿Cómo se llama? No sé, no la conozco, dije y le pedí otra hoja. Me la dio y en ese momento escuché un trueno que resonó en la ventana. Entonces dibujé la lluvia. Llené la hoja de lluvia y le dije me cansé. Entonces la señorita Solinger dijo bueno, descansemos y yo me senté enfrente de ella. Me apoyé en el respaldo de la silla mirando primero el techo y después la ventana. Se había largado a llover de verdad. Ella sacó una carpeta grande de un cajón del escritorio. A mí me dio curiosidad y le pedí que la abriera. Adentro había láminas con dibujos negros y blancos que no se entendían. No me gustaron. Sacó una lámina pero antes de que me preguntara algo le dije que estaba bien, que otro día las mirábamos. Yo quería que se abra la ventana y se le vuelen todas las láminas. Me preguntó qué me gustaría hacer y le dije que no sabía, pero que no tenía ganas de hablar. Ella no dijo nada, guardó la carpeta y sacó una caja. La puso arriba del escritorio. La caja tenía en la tapa un dibujo de una familia de conejos. Un montón de conejos en un bosque. Era un rompecabezas. Ella desparramó las piezas arriba del escritorio y me miró sonriendo. Yo le dije bueno, está bien, lo voy a armar.