Dicen las buenas lenguas que todo está guardado en la memoria, que ella no se borra sino que arde gritando la presencia de lo ausente, "ahora y siempre". Entre tanta repetida dictadura desplegada a lo largo del siglo XX, esta horrible originalidad (Arendt, 2005) (*) se ha denominado Terrorismo de Estado por su doble talante planificado y sistemático. Desde antes del retorno a la democracia, las mismas lenguas maestras iluminaron el camino del compromiso irrestricto con los derechos humanos. Se ha nombrado: 30.000. Se ha exigido: Memoria, Verdad y Justicia.
Pero otras lenguas, nunca extintas y acaso adormecidas en los últimos años, decididas han salido al espacio público con el desenfado propio de quien se atemperó en tiempos de políticas de las memorias. En rigor, son lenguas desatadas por un clima de época; voces habilitadas desde las más altas esferas del Estado toda vez que se titubea sobre los crímenes cometidos, cada vez que se balbucea lo desaparecido, en cada retorno de una historieta de demonios y sucias guerras, y ya por fin, cuando emerge el negacionismo matemático.
Con razón podrá decirse que en esto no hay novedad histórica sino intensidades epocales, que las memorias y desmemorias han sido más débiles o más fuertes; que se han ganado y perdido batallas discursivas en una disputa simbólica por un pasado que no pasa. Más aún, podría argumentarse que sobredimensionamos las rupturas temporales y edulcoramos a las lenguas llamándolas "buenas" o sugiriendo otras "malas". Sin dejar de ser todo ello (muy) real, lo cierto es también que el paisaje social y político sólo parece tomar nota de pseudos antagonismos.
Por debajo de estos esquemas binarios mucho se ha logrado avanzar en un pensamiento crítico sobre los años '70, abriendo sus tramas político-ideológicas, culturales, educativas, económicas y sociales. Ha sido pues un tiempo auspicioso para la producción de nuevos conocimientos; para desplegar, como nunca antes, la complejidad de la memoria histórica desde diversas vertientes académicas, objetos de estudio y líneas de indagación. Desde ya, tal fecundidad se observó también en los estrados judiciales, en las condenas efectivas y cárcel común a los responsables del genocidio perpetrado. Asistimos a memoriales que se levantaron y a ominosos cuadros que se bajaron, se multiplicaron los sitios de memoria, el calendario se hizo efeméride inamovible y se des-cubrieron identidades robadas.
Pero esta agenda académica, jurídica y simbólica de los DDHH, también exhibe sus flaquezas. Mejor decir, contiene problemáticas que apenas se estaban desarrollando cuando "cambiamos". Entre otras: el agudo asunto de las complicidades civiles, los delitos económicos imprescriptibles, el accionar de los servicios de inteligencia, lo endeble de unas políticas de archivo en resguardo de las fuentes documentales y —especialmente— los comportamientos sociales en dictadura: una delicada textura colectiva; un universo de gradientes actitudinales dispuestos entre la heroicidad, las resistencias, el terror, la pasividad, la empatía por el régimen, o ya por fin, la delación. Un asunto en verdad inacabado por cuanto se inscribe en la inasible condición humana frente la otredad. Sin dudas, ella es la gran constante que lastimosamente sortea las temporalidades, adquiriendo diferentes nombres al correr de la historia: "indeseables", "chusma ultramarina", "cabecitas negras", "subversivos"...
Sobre el presente
Sin ánimos de relativizar responsabilidades estatales, y menos aún homologar períodos constitucionales y de facto, es importante comprender que las categorías mutan y no así los sustratos socioculturales que las siguen apuntalando. Bien sabe el poder cómo movilizar las matrices autoritarias, cómo disparar nuestras miserias ante todo lo que nos resulte diferente y distante. Bien sabe trabajarnos en nuestras ignorancias.
En gran medida, lo dicho se acopla al presente; una particular atmósfera política que activa una paradoja: las lenguas de la desmemoria nuevamente desatadas resultan de un poder trabalenguas de irritante pronunciación. Curiosamente, es un trabalenguas que ya no traba la lengua; muy por el contrario, deja hablar con pasión, requiere de una alta emocionalidad e impulsa a vociferar sonidos, pero no sentidos; convoca al ruido, pero no a la oralidad pensante. Tal y como en el clásico entretenimiento popular, este juego requiere de un hablante infantil atraído por la rima banal, un autómata que no repare en el absurdo de las palabras que repite.
En este tiempo singular, el poder trabalenguas se auxilia y recrea con viejos manuales y nuevos dispositivos tecnológicos: desde opiniones editorializadas en la prensa escrita menos visitadas por los hablantes, a los titulares maniqueos harto consumidos desde variadas pantallas. Inéditamente virtual pero en "tiempo real", es un poder ubicuo, "call center", sin localización cierta aunque parece dominar el espacio público; interactúa en red sin por ello hacer lazo comunitario; un mundo de "administradores" sin responsabilidad ética, política e histórica.
Y si acaso le reconocemos técnicas novedosas que —desde ya— no les son exclusivas, conviene no perder de vista un surtido de restauraciones conservadoras ensayadas en el pasado. En tal sentido, el gobierno de la alianza Cambiemos por lejos se configura como una derecha inventiva o creativa, sino que apela a la tradicional gimnasia de premios y castigos. Sin más, apura las consabidas prácticas de disciplinamiento social y depuración de ideas políticas desde la típica modalidad revanchista, ya no sólo partidaria sino de clase.
Visto así el escenario, me pregunto qué sucederá al interior de las instituciones educativas; si acaso resistirá tanta banalidad ofreciendo pensamiento y no mera opinión. Me inquieta saber si hubo un tiempo material y subjetivo suficiente para que los educadores nos apropiemos de la pedagogía de la memoria, o apenas hemos sido políticamente correctos. Si en tiempos menos auspiciosos se podrá comprender que la complejidad de la historia reciente no cabe en un empaquetado escolar. Si podremos asumir que las memorias no se domestican ni por vía de unas políticas focalizadas, ni por obra de unas currículas; que sin más, no pueden didactizarse ni atraparse en "abordajes", "diseños" y "programas". Que ellas, tan sólo se trasmiten; se dejan ser precisamente eso: "memorias" en un espacio de libertad para que otros las tomen a sus tiempos y las signifiquen con nuevos interrogantes. Me pregunto si volveremos a ver experiencias áulicas tan maravillosas como "El caso Melincué. Yves y Cristina".
Con un agobiante tono prescriptivo se ha dicho que las escuelas deben enseñar sobre los años dictatoriales para que "Nunca más" se repita; que se debe "conocer para no repetir". Ciertamente, el asunto se vuelve ahora literalmente inverso: no repetir para conocer. En ello, estamos a prueba.
(*)Arendt, Hannah. De la historia a la acción. Paidós. 2006.